SIETE

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VII

Moroha cantaba ― o intentaba hacerlo― mientras Kagome la llevaba a la escuela. Esta lucía tranquila y feliz como de costumbre, pero en cambio su madre parecía un verdadero zombie.

Pensó toda la noche como hablaría de nuevo con Inuyasha. Por supuesto que lo vería todos los días en el hospital, y probablemente ella estaría con él en algún momento de sus guardias... y no podía ser tan egoísta como él y no darle oportunidad de hablar.

Miró a su pequeña hija desde el espejo retrovisor y tomó fuerzas para decidir lo que haría. Si, hablaría con su padre para dejar en claro que debería hacerse responsable de ella en caso de conocerla.

Ella no es un juguete con el que podría entretenerse. Debía permanecer en su vida, y tal vez eso ―como le había dicho Sango―sería bueno para la niña... tener una familia, como siempre había deseado.

Cuando Moroha la abrazó esa mañana antes de ir hasta la puerta de la escuela, Kagome la apegó fuertemente a su pecho y respiró su aroma.

― Mamá, me asfixias ―ella habló dificultosamente.

― Lo siento, mi niña― la azabache la soltó y arregló un poco el moño de la niña sobre su cabeza.

― Salúdame a mi padrino Koga― ella murmuró antes de correr hacia su clase.

Y Kagome asintió para ella. Luego condujo muy lentamente hasta su trabajo en el hospital, de hecho, esperaba que el tráfico se hiciera aún más insoportable. De verdad estaba esperando que algún ser celestial la ilumine para cuando tenga que ver de nuevo a Inuyasha.

Koga y Sango se habían puesto de acuerdo para esperarla fuera del hospital, y cuando Kagome apenas bajó de su auto ambos la rodearon con rostros llenos de preocupación.

― ¿Estás bien? ―ellos dijeron al unísono.

Ella se llevó la mano al pecho en un susto.

― ¡¿Me quieren matar de un susto?!― exclamó la pelinegra con una expresión de muerte.

― La que nos tenía muertos de la preocupación eras tú, Kagome Higurashi ―Sango se cruzó de brazos― No respondiste en toda la noche, estábamos a punto de ir hasta tu casa para tirar la puerta.

La muchacha pelinegra soltó un suspiro cansado y una risita.

― Bueno, digamos que lo hablé con la almohada... Porque ayer volví a ver al papá de Moroha y hice un teatro digno de Broadway― ella terminó confesando.

Sango la miraba preocupada, en cambio Koga sonrió y la rodeó con un brazo mientras la miraba con una cara sonriente.

― Por favor, Kagome. Dime que lo golpeaste... ¿En las pelotas? ¿En la cara? ―el arqueó una ceja divertido.

Sango frunció el ceño.

― Eres un idiota, Koga―dijo la castaña.

― El idiota que hace reír a Kagome, no como otra amargada de por allí... ―el silbó para parecer desentendido.

Kagome sonrió.

― De verdad, ustedes hacen que esto sea un poco más liviano para mí ―ella sonrió― y no, Koga... por desgracia no le pegué en las pelotas. Estábamos en un quirófano, aunque ganas no me faltaron.

Los tres amigos rieron y caminaron hacia las instalaciones del hospital.

― Entonces, Kag... ¿Dejarás que Inuyasha vea a Moroha? ―Sango fue quién lanzó la pregunta.

Koga parecía tenso ante este cuestionamiento, atentamente miró a Kagome.

― Tengo que hablarlo con él. No estoy dispuesta a que lastime a la niña, si entra a su vida deberá permanecer como padre.

Futari No KimochiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora