Hasta ahora sabía dos cosas. La primera, que Sebastián nunca dejaría de ser un idiota, sin importar qué pasara o con quién se topara siempre vería por él mismo. La segunda es que la ciudad en la que me encontraba tenía el nombre de un científico, había nacido aquí alrededor de 1895: Nathaniel Kleitman.
Al parecer el nombre que hizo a Sebastián correr de mí era importante porque, por decirlo de alguna manera, estábamos en su territorio. Esto lo supe gracias a una chica que me topé mientras caminaba por los alrededores buscando algo que se asemejara a una residencia donde podría pasar la noche, después de caminar durante varios minutos buscando estaba por darme por vencida, no era usual que en las ciudades pequeñas siguieran erguidas residencias para vampiros, sobre todo con el precedente de que con el pasar de los años las costumbres y acuerdos entre nosotros y los mundanos se habían visto comprometidos, por lo cual cuando me encontré con Amanda por accidente sentí un alivio como nunca antes, necesitaba con urgencia un cambio de ropa limpio y un baño, apestaba a la sangre en putrefacción de los vampiros a quienes me había enfrentado.
Amanda era apenas una adolescente, sus rasgos eran bastante finos y su mirada denotaba una nostalgia como jamás había visto en mi vida, pese a su corta edad, sus brazos y piernas tenían múltiples moretones lo cual sólo indicaba una sola cosa, esta chica solía meterse en muchos problemas, es cierto que los vampiros sanamos rápidamente por lo que esas marcas se debían a una muy reciente pelea. Su amabilidad llegó al grado de acompañarme en todo momento desde que nos conocimos, apenas llegamos a la residencia me ofreció el baño y uno de sus vestidos, el cual era bastante corto, pero serviría mucho mejor que lo que tenía en ese momento, Sebastián se llevó el auto donde estaba mi ropa, dejándome, literalmente, sin nada, así que no podía negarme a un vestido que una pequeña vampiro que apenas y me conocía me donó con las mejores intenciones.
Estaba exhausta pero indecisa sobre cuál sería mi siguiente paso, por lo que dejándome caer pesadamente en la cama de Amanda, suspiré en voz alta llamando su atención.
-¿Quieres quedarte aquí esta noche? -Me preguntó con su voz hecha apenas un susurro.
-Creo que debo hablar con el encargado de la residencia antes, no quisiera importunar. Ya has sido bastante amable conmigo, Amanda. -Su mirada se dirigió a sus pies, los cuales movía con nerviosismo. -¿Qué sucede?
-Nadie más se queda aquí, ocasionalmente vienen algunos otros, pero sólo se quedan hasta que pase la luz del sol y luego se van. Sólo yo vivo aquí de manera permanente.
-Ya veo, debes sentirte muy sola entonces.
-Sí, eres la primera persona que es simpática conmigo en mucho, mucho tiempo.
-Pero mencionaste que este vampiro, Nathaniel, viene a visitarte, ¿cierto?
-No lo llamaría exactamente visita, viene una vez a la semana a dejarme algunos recipientes con sangre suficiente para mí en la nevera, luego de eso se va y repite la siguiente semana hasta... -Procesó sus palabras, debatiendo si debía decirme lo que pensaba, finalmente, continuó. -Hasta hace dos semanas.
-Así que no ha vuelto, entonces hace dos semanas no te alimentas. -Negó suavemente con la cabeza sin dejar de mirar sus pies. -Es así como te has hecho esas heridas, ¿no es así?
Se quedó inmóvil en su lugar, por un momento me recordó a mí misma cuando comenzó mi transición, estaba tan confundida con todo el proceso de buscar al mundano ideal, atacar sin dejarle morir, sólo arrebatarle las cantidades indicadas, era verdaderamente un reto y aunque odie admitirlo, Sebastián nunca me soltó durante todo ese proceso, no soy una malagradecida, el bastardo se había preocupado por mí, aunque él tuviera intereses ocultos, ciertamente no me dejó. Y decidí que yo no dejaría a Amanda.
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ANABELLE
VampireFría, algunos podrían describir así a Anabelle, una joven que no envejece y que con el paso de los ciclos ha aprendido, por las malas, lo duro que puede ser no seguir las reglas, ¿quién diría que ser un vampiro no sería tan fácil como beber sangre y...