Capítulo 16

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Somos una maraña revuelta de desesperación cuando llegamos a su suite en el Gala. Sin separarnos cierra la puerta y me encarcela, no deja de devorarme. Estamos abrazados, moviéndonos con torpeza porque no queremos detener el beso caliente en el que nos consumimos.

Me aferro a todo lo que puedo de él, su aroma y el sabor del trago que tomó en el museo, su respiración pesada volviéndose violenta, sus manos impacientes queriendo lo mismo que yo, su cuerpo aplastándome de tal manera que creo que puede escuchar el desastre en el que me convierte.

Su mano se cuela en la rendija del vestido para hacerme cosquillas por encima de las bragas, me acaricia con sus uñas y yo siento que levito, que perderé el equilibrio en cualquier momento.

Estamos en la oscuridad, solamente iluminados por la luz que entra gracias a los ventanales, pero puedo distinguirlo a la perfección.

Sus manos están por todas partes sobre mi cuerpo, envolviendo mi cintura, toqueteando mis caderas, dándole apretones a mi trasero y a mis pechos.

De pronto, se tensa. Se echa hacia atrás mirándome con los párpados bien abiertos.

—¿Qué pasa? —pregunto.

—Lo siento, lo olvidé... Olvidé el condón... Yo... Estoy limpio, me hice estudios...

Eso lo sé porque yo hice la cita en la clínica, también recibí los resultados, me pidió que abriera el sobre y no pude evitar mirar. Repaso la solapa de su chaqueta y hago un puchero, sus ojos van a mi boca fruncida.

—No lo mencioné, fui con mi doctora para que me diera pastillas anticonceptivas. Y... Cuando terminé con Ramiro me hice los análisis por recomendación de mi psicóloga, también estoy limpia.

Se queda serio un momento, luego sus comisuras tiemblan.

—Así que has pensado en esto tanto como yo... —Su voz es baja, ronca—. Qué interesante.

Se encarga de guiarnos hacia la habitación con pasos pausados, él mueve mis piernas con las suyas, yo solo me dejo llevar, embobada, pues no puedo dejar de mirarlo. Esa barbilla llena de ángulos, sus ojos que en ocasiones se ven más oscuros de lo que son, labios duros que relame y me convierten en una sedienta, desesperada por su toque.

Con dificultad le quito el saco resbalándolo por sus hombros, la corbata y me deshago de los botones de su chaleco. Me observa con los ojos vidriosos.

—Traes mucha ropa encima —me quejo—. Voy a acabar de desvestirte el próximo siglo.

Ríe entre dientes, decide ayudarme al ver que mis dedos temblorosos e impacientes continúan fallando en sus intentos por abrir su camisa.

Estoy muy nerviosa. Ahora que la adrenalina bajó ya no me siento tan aventurera, vuelvo a ser yo y temo hacer alguna tontería como hablar de más o caerme o...

Perdido en ti  © (ET #1) *ACTUALIZANDO*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora