Nubia trabaja para los Lamont desde que su abuela tuvo que dejar el puesto en la empresa. Definitivamente preparar cafés e informes no era su sueño, pero es lo mejor que tiene y adora a su jefa Leah, así que no puede quejarse. Ahora lo único que bus...
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Cuando despierto estoy sola. Me estiro en la cama, ya bien descansada. Busco mis sandalias, las cuales están en un rincón.
Abandono la cama, me detengo un momento en el pasillo del avión para contemplarlo. Caden está ensimismado en sus pensamientos, con un trago de licor al que le da sorbos cortos. Una arruga en su entrecejo interrumpe la paz en su semblante. Me pregunto qué lo tiene tan concentrado.
Podría quedarme aquí horas enteras para contemplarlo, repasar las formas de su rostro como si no me las supiera de memoria.
Lamentablemente nota mi presencia, alza la mano como si me la ofreciera para pedirme que me acerque, lo cual hago de inmediato.
Nuestros dedos se entretejen. Yo me dejo caer en el sofá de antes, me siento sobre mis piernas.
—Ya iba a despertarte, vamos a aterrizar en unos minutos —dice y sonríe—. Te va a encantar lo que encontrarás en la ventana.
Señala la ventanilla con la barbilla. Soy capaz de percibir que está emocionado y ansioso.
Con la misma emoción deslizo la cortina hacia arriba, el chillido que sale de mi boca no lo reconozco.
—¡¡No es cierto!! ¡¡No lo hiciste!! —grito.
No puedo creerlo.
Mi cara está prácticamente pegada a la ventana, mis manos se aprietan en el cuero del sillón. Caden se ríe al ver mi euforia, la alegría zumbando en su mirada brillante.
El mar se extiende hasta más allá de donde soy capaz de ver, termina en el horizonte. El sol se está ocultando, los tonos otoñales, azules y blancos del cielo y las nubes hacen que se vea mágico. Arena blanca que se pierde entre los árboles tropicales y la vegetación. Es hermoso.
—Estamos en la Isla Cardumen —dice él.
El impacto me sobrecoge, me deja sin palabras. Miro una vez más el mar, tan enorme y magnífico, no puedo esperar, quiero bajar del avión y sentir que el agua moja mis pies. Estoy segura de que si mamá Nona estuviera aquí y pudiera recordarlo, estaría saltando de la felicidad, riendo, sus mejillas encendidas. El abuelo se quedaría quieto, embelesado con la vista y con su esposa.
