fourty five

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No me gustaban los hospitales. Entrar y notar el olor a limpio intentando parar el olor a enfermo y dolor me causaban náuseas. Y que todos los que trabajaban allí te trataran como si les importaras, como si fueras lo más importante de sus vidas en estos instantes. Y es que así lo era: hasta que te ibas o te morías y te olvidaban hasta que llega otro paciente y supongo que en ese momento te recuerdan por un segundo y ya nunca más lo harán "mira, se parece al niño anterior, tiene la misma sonrisa" y da la casualidad de que aquí todos tienen la misma sonrisa. Triste, llena de sufrimiento, dolor, llantos. Lo que más odio es que te hacen sentir afortunado por el mero hecho de que te estén tratando e intentando curar. Y de nuevo, así era: lo intentaban, no te habían escogido a ti por tener los ojos grandes, por tener más capacidad mental o en mi caso, por tener el pelo rosa. Te escogen porque les ha tocado hacerlo, no eres afortunado, sólo eres una prueba más.

Un día de cada dos meses me hacían pruebas para comprobar si mi amnesia se había reducido, si se había aminorado o había desaparecido. Lo cual me parecía una completa gilipollez de pi a pa, ya que si recordara algo, digo yo, que lo sabría, joder. De todos modos, llegaba con mis padres al hospital, olía la zona de espera, nos llamaban y acudíamos a la sala en la que todo comenzaba de nuevo, cada dos meses. El señor Horan entraba, me preguntaba acerca de cosas que eran un sin sentido a mi parecer, salía, entraban mis padres, y depende de lo que le dijera el señor Horan, salían con una cara u otra.

En realidad hoy ha sido extraño. Siempre son las mismas preguntas (ya me las había aprendido de memoria, de hecho, incluso ni le dejaba preguntar. Entraba y le respondía rápidamente): ¿Qué tal todo? ¿Te ha dolido la cabeza? ¿Mucho? ¿Recuerdas algo?, preguntas triviales que hacían que mis estancias en los hospitales empeoraran. Pero una pregunta nueva llamó mi atención. ¿Recuerdas a alguien? Ya no era el hecho de recordar algo, un qué, esto iba más lejos, a un alguien, un quién. Nuestras miradas se juntaron y por un segundo me recordó a su hijo, sonreí y después desapareció mi sonrisa a la par que con el ceño fruncido negué con la cabeza. Asintió y me dijo que llamara a mis padres.

Salí y me senté en unas sillas. Otra razón por la cual odiar los hospitales. La carrera de medicina es famosa por ser una en las que mejor pagan, ¿y no pueden comprar sillas cómodas con un almohadón mullido? No, es más fácil coger trozos de metal, pegarle una tabla de madera y finiquitado. Útil, pero no factible.

Normalmente la no-consulta con mis padres duraba más que la mía, nunca me dicen de qué hablan. Según ellos, al no ser algo que ni beneficia ni me daña, no necesito saberlo. Y que mientras no esté en juego mi salud, lo que les diga será cosa suya. Y está bien, no me importa. Así que el tiempo en el que ellos están ahí, yo me dedico a ser una artista no-famosa.

La primera vez que vinimos yo tenía nueve años. Lo típico para las niñas de esta edad era querer ser modelo, actriz, bailarina o cantante. No me gustaba ninguna de las tres primeras. Soy demasiado bajita como para intentar ejercer de modelo (por mucho que me gustaría, la verdad), por mucho que mi profesor Damon insista en que como actriz, bailarina o cantante podría vivir toda la vida, yo sabía que si vivía de las dos primeras, estaría durmiendo debajo de un puente. Sin embargo, cantar no cantaba mal. Nunca he ido a clases de canto (y eso que imploraba por ellas, pero ya lo he dicho, no soy buena actriz), pero podía llegar a las mínimas notas altas que una niña de nueve años podía llegar, incluso llegaba a dos más.

Por eso, cuando llegaba aquí y me sentaba a esperar a que mis padres salieran para luego ir a comprar un helado de limón, cantaba por lo bajini alguna canción que me gustara en ese momento. Ni siquiera intentaba hacerlo bien, solo soltaba la letra de alguna canción al azar y esperaba. Pero otra de las cosas que odiaba de los hospitales es que aquí no hay privacidad, perfectamente te puedes encontrar a un hombre en una camilla tumbado delirando por el dolor tras tener un brazo amputado, como te puedes encontrar a un niño de cinco años gritando sandeces por culpa de su esquizofrenia desorganizada. Y es por eso que cuando los acompañantes o familiares de estos pacientes, esperan afuera y no tienen nada que hacer, te observan. Y te observan hasta que les parece bien, o hasta que tú dejas de hacer ese algo que les llama la atención.

Whatsapp (Niall Horan)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora