Deudas saldadas

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Todos los derechos pertenecen a J. K. Rowling. 


El zumbido en la oreja le devolvía a la realidad. Intentó levantar su brazo derecho sin éxito. Quiso mover una pierna, pero no le respondía.

¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Debía poner sus pensamientos en orden.

«La prensa comentando sobre Potter, el director Dumbledore y la vuelta del Lord. El amo se había enfadado ante la misión fallida de padre, pero no pudo castigarle a él porque lo capturaron y lo llevaron a Azkaban».

Al instante recordó las suplicas de su madre y su cara de horror antes que arremetiesen contra él.

Llevó la mano izquierda a su nariz, notando sangre seca pegada a su piel. Fue abriendo los ojos poco a poco, despidiéndose de su letargo.

Observó la celda construida en el sótano de su casa. La zona que Voldemort había designado para los rehenes y sus torturas. Antes sólo eran los cuartos de los elfos. Una lágrima se deslizó por su sien al ver cómo había cambiado todo.

La molestia en la oreja no se iba, por lo que supuso que tenía una perforación. «¿Alguien vendrá a ayudarme?».


Al cabo de lo que creyó que fueron dos días ya pudo arrastrarse por el suelo para apoyar su espalda en la pared, frente a la puerta, y quedarse sentado. La poción crece-huesos, el bálsamo de Asclepias tuberosa y la esencia de Murtlap aparecían a su lado izquierdo, como si alguien le estuviese observando. También le sirvieron un vaso de agua con el que pudo hidratarse y limpiarse la sangre seca.

Cada vez recordaba con más claridad lo que había ocurrido antes de despertar ahí.

El Lord había dado la orden de golpearlo, de cruciarlo, pero no de matarlo. No sabía cuántos habían sido, aunque estaba seguro que eran más de seis mortífagos rodeándole y lanzándole hechizos. Al ver su cuerpo se sintió agradecido de haber perdido la conciencia rápido.


Narcisa preguntaba a todos los mortífagos con los que tenía cierta confianza si por fin habían podido ver a su hijo, sin embargo siempre recibía negativas. Aunque lo supiesen, no iban a decírselo. Habían perdido su estatus de poder y nadie deseaba dar la cara por ellos.

—Imryll, ¿has podido conseguir alguna información? —preguntó la antigua señora de esa mansión.

La elfa agachó las orejas con culpabilidad. Llevaba buscando al señorito desde el primer momento que supo todo lo ocurrido. Sabía que estaba en la casa, pero no podía moverse con libertad por ella sin ser interrogada. Además temía encontrar a Nagini al girar en alguna esquina, no sería la primera vez que desaparecía un elfo cuando ella estaba presente en la casa.

—Me temo que no, señora.

—Sigamos intentándolo. No descansaré hasta recuperar a Draco. —Narcisa observó por la ventana a esa bestia con los ojos tan azules como el océano, acompañado por los demás Carroñeros.


Scabior escupió mientras observaba a la mujer rubia con la vista fija en el otro líder.

—Estoy harto de esta casa. —concluyó—. ¿Siempre tienen que estar viéndonos así?

—Pagan bien, no nos podemos quejar. —comentó uno de los Carroñeros más jóvenes.

—Nos pagan una miseria a cambio de no mancharse las manos, no vaya a ser que les salpique un poco de sangre impura.

Sangre de loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora