Vida en manada

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Al llegar, el hombre bajó a Draco de sus brazos. Estaban en un hermoso valle rodeado de árboles nevados. Estiró la mano para recoger un copo que caía ante sus ojos grises, el cual se derritió en contacto a la calidez de su piel. El lugar era increíble. Notaba magia protectora allí, por lo que imaginó que era un sitio recurrente para Greyback. Había algunas casetas donde refugiarse. La leña se apilaba en el pequeño porche de cada una, formando una visión muy acogedora.

—¿Dónde estamos? —preguntó Draco mientras seguía al hombre lobo, que ya se había marchado hacia la caseta más grande del pequeño campamento.

Fenrir le mostró un mapa y señaló un bosque en Finlandia.

—Si alguna vez mencionas este lugar a otra persona, no dudaré en sacarte las tripas por traidor.

El joven ignoró la amenaza, aunque un escalofrío recorrió su espalda. Sabía cuan cruel podía ser ese hombre. Tenía la sangre muy fría.

—¿Por qué me has traído?

—Aquí es dónde nos asentaremos cuando se calmen las cosas. Por el momento estamos separados. —Hizo una pequeña pausa, pensando si realmente quería continuar hablando.

—¿Nos? ¿Los Carroñeros? —Fenrir negó con la cabeza—. ¿Licántropos?

Esta vez asintió, renovando la magia protectora del lugar y asegurando el perímetro aprovechando que se encontraba allí. Draco observaba sus movimientos, ya sin seguirle. Sintió un dolor horrible en el pecho, probablemente las heridas de nuevo. Snape le advirtió que debía mantenerse en reposo hasta que curasen del todo. Quizá con la aparición alguna de ellas se había abierto ligeramente.

—Hueles a sangre. —comentó Fenrir acercándose a él.

El rubio guardó silencio, creía que nunca se acostumbraría a esos comentarios que ya eran naturales en su vida de hombre lobo. Fenrir volvió a cargarle con facilidad, entró en la cabaña y le dejó en el sofá simple de la sala. Desapareció por una puerta y volvió con una bolsa vieja, llena con distintos frascos de pociones.

—Díctamo, ¿no? —El hombre le pasó el pequeño frasco con cuentagotas a Draco, que asintió ligeramente.

—¿Podrías marcharte? —pidió el rubio.

Fenrir obvió la pregunta del joven y observó los enormes cortes que marcaban la pálida piel. Uno de ellos se veía más rojizo. Confirmó que era el que le producía dolor cuando el chico depositó unas gotas de díctamo en ella. Luego recibió de nuevo el frasco y lo dejó en la bolsa.

—Será mejor quedarnos esta noche. Si volvemos ahora el díctamo no hará nada y no puedo asegurar que llegues entero. Haré guardia.

—¿No dormirás? —preguntó el rubio.

—No lo necesito. —respondió saliendo por la puerta, cerrando tras él.


Narcisa paseaba inquieta de un lado a otro de la habitación.

—¿Lo has visto? —Se abalanzó a su marido, que justo entraba al cuarto.

—He preguntado a algunos de ellos, dicen que lo vieron en la fiesta y que estaba bien. Seguro que necesitaba tiempo a solas, querida.

—¿Cómo puedes estar tan tranquilo, Lucius? ¡Es nuestro hijo! Deberíamos haberle ordenado a Imryll que le siguiese a todas partes.

Lucius abrazó a Narcisa con firmeza.

—Debes relajarte. Ambos debemos mantener la calma. —Agarró su rostro con delicadeza para mirarle a los ojos—. Draco necesita tiempo, pero él estará bien. Tú lo has dicho, es nuestro hijo. Sabemos de todo lo que es capaz.

Sangre de loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora