Desordenando las hebras rubias

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Narcisa se encontraba tras un cristal encantado que le permitía ver la habitación junto a un sanador de guardia. Se quedaría toda la noche allí, aunque Lucius no quisiera pasar más de cinco minutos. Sus manos temblaban visiblemente. Harry les había asegurado que pasaría, sin embargo ellos conservaban una pequeña esperanza porque nada sucediese aquella noche, cada uno con sus motivos.

Su hijo estaba atado con arneses encantados que permitirían aumentar su diámetro cuando su cuerpo se transformase. Tenía activo un hechizo para mostrar sus constantes vitales, indicando que tenía el pulso algo alto desde hacía unos días. Los profesionales habían indicado que aquello era por el dolor que sentía y no porque estuviese más cerca de despertar.

Lucius en cambio parecía haberlo asimilado todo, se mantenía inexpresivo, de pie, observando por la ventana de control.

El sanador comenzó a controlar las constantes vitales del chico, que comenzaron a variar, provocándole fuertes y rápidos latidos. El cuerpo cambiaba a uno mucho más grande, atlético y aún así fuerte. Las garras adornaban lo que fueron sus finos dedos. De toda la piel visible que no se encontraba tapada por la ropa de la cama crecía un suave pelaje liso gris claro con algunos matices blancos, su pecho era totalmente pálido como la nieve.

Narcisa ahogó un lamento, intentó buscar consuelo en su marido, pero él se negó a seguir allí presenciando aquello. Invitó a la mujer a acompañarle, aunque ella no quiso dejar solo a su hijo.

La noche transcurrió de forma tranquila. El rubio no pareció mostrar señas de actividad más allá de algunos leves espasmos y cuando todo volvió a la normalidad, los sanadores retiraron las protecciones, impidiendo a Narcisa entrar, mientras realizaban chequeos.


Kalevi se acercó con las dos bandejas que había cogido de casa, indicándole a Riina que iría a comer con Fenrir. Tomó asiento junto al descuidado hombre, parecía más sucio que de costumbre y unas enormes ojeras adornaban su rostro.

Posó la bandeja sobre las piernas del otro, invitándole a comer.

—Va siendo hora de volver a la realidad, Fenrir.

El líder retiró la bandeja, dejándola en el suelo de madera, provocando una mueca de disgusto en el otro hombre, que imitó el gesto, levantándose.

—Coge tus cosas, nos vamos.

Los ojos azules se clavaron en él, sin entender a qué se refería.

—Vamos a verle.

—No puedo hacer eso. —comentó desilusionado.

Kalevi sacó un pequeño vial de poción multijugos y un frasco con algunos cabellos que había adquirido a un mercader ambulante de forma ilegal en una de sus salidas a Londres para investigar sobre el estado de Draco. El líder le miró sorprendido, tomando el frasco.

—Te cubriré. A mí nadie me conoce allí y nunca nos han visto juntos. —El puño del castaño chocó con el hombro de Fenrir, animándole a levantarse y probar.


Aparecieron cerca de San Mungo. Kalevi vigilaba la entrada al pequeño callejón sin salida mientras Fenrir tomaba la poción, convirtiéndose en Seth Derring, un hombre que tenía una pequeña floristería a las afueras del Callejón Diagon.

—No pude conseguir información de Draco, pero supe que este señor tiene a una hija ingresada en el hospital, por lo que será menos sospechoso verle allí. —Explicó a Fenrir dirigiéndose con él a la entrada. Le dio todos los datos disponibles que tenía sobre el hombre para que se encargase de distraer a la recepcionista. Tomó asiento en la sala de espera de la entrada, gracias a la información veraz del señor Derring, habían podido traspasar el maniquí que lo custodiaba.

Sangre de loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora