La batalla

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Miraba atónico lo que una vez fue su hogar. Aquel sitio estaba protegido por los profesores, por alumnos que reconocía sin problemas, centauros y las estatuas que habían tomado vida para luchar. No podía explicar todos los sentimientos que sentía, sin embargo podía afirmar que ninguno era agradable. Estaba muy tenso al ver las acromántulas ayudando a los mortífagos, permitiéndoles el paso a tantas almas inocentes que quedarían en aquel lugar. Se preguntaba si vería a sus compañeros. Si Pansy y Blaise estarían allí. Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando ordenaron ponerse en marcha. Todos sabían la misión que se les había asignado. Para algunos era simple, matar indiscriminadamente. Otros tenían misiones más específicas.

Corrió por algunos pasillos que estaban algo más seguros, gracias a Rowan y Loyd. Debía llegar a la sala de los Menesteres.

—¡Draco! —El rubio se sobresaltó al oír su nombre, pero al girarse se percató que era Goyle, acompañado de Crabbe.

—¡Debemos encontrar algo! ¡Rápido!

Se sintió afortunado de no sentirse solo ante esa situación, pero esa fortuna acabó cuando llegó a aquella sala y se encontró con el famoso trío dorado. Los seis sacaron sus varitas para apuntarse entre sí.

—¡Malfoy, eres un bastardo! ¡Mira lo que has causado en el colegio! —gritó Ron.

No se sentía listo para esto. Sólo podía visualizar el bosque nevado que Fenrir había compartido con él. Aún era demasiado pronto para recibir la ayuda que le habían mencionado. Escuchó como Goyle intentaba atacar, pero fue sorprendido por la rapidez de Granger, desarmándolo. Crabbe decidió ser el siguiente, mencionando el mortífero hechizo.

—¡No, Crabbe! ¡Él lo quiere vivo! —intentó detenerle.

—El señor quiere que Potter muera. ¿Cuál es la diferencia entre matarlo ahora o después? —Le retó Crabbe—. Nunca pudiste terminar tus misiones. No eres quién para mandarnos ahora.

Draco conectó su mirada con Harry, que le miraba de forma escrutadora, sintiendo que él no era un peligro. De pronto, escucharon la voz de Crabbe invocando un fuego endemoniado que se transformaba en un dragón, en varias serpientes que trepaban algunos artilugios, en un fénix. Las llamas devoraban todo a su paso.

Todos se dispersaron y comenzaron a correr, pero aquel fuego parecía tener vida propia y no dejaba de perseguirles intentando llevarles al mismo infierno.

Goyle fue ayudado a levantarse del suelo por Draco, que sin dudarlo había ido a por él sabiendo que estaba desarmado, pero no tenían escapatoria. Las salidas estaban siendo custodiadas por las llamas. Vio en su amigo desesperanza en los ojos, pero no podía dejarlo allí. Estiró de su manga, cogiendo la diadema por la que había ido allí y comenzaron a trepar sobre un montón de chatarra que se encontraba a su paso. Escuchaban los gritos agónicos de Crabbe. Estaba siendo consumido por el hechizo que él mismo había invocado. Ya estaban arriba del todo, sin embargo la visión era poco esperanzadora. No había un lugar donde pasar, sólo podían esperar la muerte.

El trío dorado pasó con las escobas. Weasley atrapó a Goyle por su túnica, tirando de él para subirlo. Potter en cambio le ofreció la mano, dándole la oportunidad de salvarse y redimirse. Dudó seriamente si ese no debía ser su final. Si ese no era su castigo por tanto daño que había causado, pero su muerte no terminaría con el dolor. Cogió la mano de Potter y subió a su escoba.

—¡Menos mal que las escobas se salvaron! —comentó Ron con cara de espanto, una vez fuera del lugar.

Draco observaba las llamas sin dejar de pensar en los lamentos de Crabbe, en el dolor tan terrible que había sufrido. Se acercó a Potter, mientras sus amigos se ponían en posición para atacarle si era necesario, pero únicamente le ofreció la diadema por la cual casi habían muerto.

Sangre de loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora