Tachando días

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Lucius se situaba en la cuarta planta de San Mungo, en el cuarto que habían designado a su hijo, hablando con los sanadores que le atendían. Potter les había avisado a primera hora de la mañana que Draco había sido encontrado en muy malas condiciones. Tuvieron una charla con un psicomago, pero de poco había servido. Nada les haría sentir mejor que ver a su único hijo despertar. Apartó unos mechones de su cabello, para que no molestasen en su rostro, lo tenía bastante más largo, ya parecía llegar por sus hombros. También sintió que estaba más delgado. Su corazón se estremeció al pensar en qué condiciones habría estado.

—¿Puede oírnos? —preguntó su mujer a un sanador.

Éste le respondió que no parecía responder a ningún estimulo externo, sin embargo no podía asegurárselo.

—¿Cómo ha provocado esto un maleficio de llamas moradas? —preguntó Lucius conociendo que el ataque podía ser letal.

—No lo sabemos, señor Malfoy. Estamos estudiando la situación de su hijo. Al parecer el hechizo salió mal. —Explicaba con profesionalidad—. El auror Potter nos informó que no parecía haber sufrido otra maldición anterior que provocase este estado, sin embargo él no estaba presente, por lo que debemos tener sumo cuidado.

Narcisa acariciaba la mano de su hijo, susurrándole algunas palabras cariñosas, diciéndole que ellos estaban allí y que todo estaría bien. Parecía estar intentando convencerse a ella misma.

Escucharon unos suaves golpes en la puerta, pidiendo el paso. Harry ingresó al cuarto, saludando a los presentes. Habló en voz baja con el sanador, antes que éste sintiese y se despidiese, informando que podían avisarle si necesitaban alguna cosa.

El joven adulto observó a los afligidos padres, pidiéndoles que se sentaran.

—Señores Malfoy, debo comunicarles algo más sobre su hijo. —Carraspeó incómodo, sin saber muy bien cómo abordar el tema. Era complicado, especialmente con Lucius—. Los sanadores regeneraron las heridas producidas por un cuchillo del cuerpo de su hijo, como podrán imaginar vieron todo su cuerpo. —Cerró los ojos y cogió aire antes de expresar aquella noticia—. Ellos se encontraron con la cicatriz de una mordida en su brazo izquierdo.

Narcisa se derrumbó, volviendo a dirigir sus manos a Draco, alzando la manga de la bata que le cubría. Allí estaba. Lucius aseguraba que mataría a Greyback, creyendo que él pudo ser el único culpable.

—¿Nuestro hijo es ahora un licántropo? —preguntó con gran enfado. Harry asintió, lo que hizo que Lucius perdiese sus casillas, saliendo del lugar y dejando a su mujer sola con su hijo.

—Lo tenía él, ¿no es cierto? —preguntó secándose las lágrimas sin dejar de acariciar a su pequeño.

—Señora Malfoy, estoy intentando descubrir todo lo que ocurrió, pero requiero tiempo. Necesito que controle a su marido para que no se interponga en la investigación. —Pidió Harry.

—Sé que no tenías obligación de contarnos todo esto. Te lo agradezco mucho, Harry.

Harry se acercó a ella y le entregó el colgante en forma de lágrima que los sanadores le habían retirado a Draco.

—Su hijo guardaba este collar encantado. Lo investigué antes de que llegasen, contiene poción matalobos. Los sanadores ya están informados de todo. —Cerró la mano de la mujer alrededor del dije—. Cuando Draco despierte, querrá volver a tenerlo. —Sonrió a la mujer dándole ánimos.


Riina se giró al escuchar aparecer de nuevo la bandeja. Hacía días que Fenrir se había llevado a Draco, los mismos que había dejado de comer. Ella siempre le aparecía su bandeja en la mesa, la cual siempre volvía intacta. Su hermano le decía que debía darle tiempo. Miró por la ventana para observar la cabaña de Fenrir. No sabía cómo expresarlo, pero se veía un lugar más triste.

Sangre de loboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora