Aviso💢 es una adaptaciòn lucialex no es mia ❤
Mi padre siempre decía que la manera de aprender el trabajo que deseas es
pasar cada segundo de tu tiempo viendo a alguien hacerlo.
« Para conseguir un trabajo en la cumbre, tienes que empezar desde abajo —
me decía—. Conviértete en la persona sin la que el consejero delegado no pueda
vivir. En su mano derecha. Aprende cómo es su mundo y lograrás que te contrate
en cuanto termines los estudios» .
Yo me convertí en irremplazable. Y sin duda era su « Mano Derecha» . El
problema era que, en este caso, era la mano derecha que estaba deseando
abofetear esa maldita cara la mayor parte de los días.
Mi jefe, el señor Alex Rivera: un tipo odioso pero muy atractivo.
El estómago se me retorcía solo con pensar en él: alto, guapísimo y la maldad
personificada. El gilipollas más creído y más pedante que he conocido en mi
vida. Todas las demás mujeres de la oficina cotilleaban sobre sus aventuras y se
preguntaban si lo único que hacía falta para conseguirle era una cara bonita. Pero
mi padre también me había dicho otra cosa: « Descubrirás muy pronto que la
belleza solo es externa, pero la fealdad llega hasta lo más profundo» . Yo ya
había tenido mi ración de hombres desagradables en los últimos años; salí con
unos cuantos en el instituto y en la universidad. Pero este se llevaba la palma.
—¡Vaya! Buenos días, señorita Sandoval. —El señor Alejandro estaba de pie en el
umbral de mi despacho, que servía de antesala al suyo. Su voz tenía una nota
dulce como la miel, pero eso no era propio de él… más bien miel congelada que
se había hecho pedazos al romperse, pedazos agudos y cortantes.
Después de haber derramado agua sobre mi móvil, de que se me cayeran los
pendientes en el triturador de basura, de que me hubieran golpeado el coche por
detrás en la interestatal y de haber tenido que esperar a la policía para que nos
dijera lo que los dos ya sabíamos (que la culpa había sido de aquel otro tío), lo
último que necesitaba esa mañana era un señor de mal humor.
Lo malo es que él no tenía más modos predeterminados que ese.
Lo saludé como lo hacía todos los días.
—Buenos días, señor Alejandro
Y deseé que me hiciera su asentimiento de cabeza habitual en respuesta. Pero
cuando intenté pasar a su lado, él murmuró:
—¿Buenos « días» , señorita Sandoval? ¿Qué hora es en su planeta unipersonal?
Me detuve y le sostuve su mirada fría. Era unos veinte centímetros más alto
que yo y antes de empezar a trabajar para él yo nunca me había sentido tan
pequeña. Llevaba trabajando en Rivera Media Group seis años, pero desde que él
había vuelto al negocio familiar nueve meses atrás, yo había empezado a llevar tacones e incluso a considerar la inverosímil posibilidad de ponerme zancos para
poder mirarlo directamente a los ojos. Y llevaba tacones ese día, pero aun así
tuve que inclinar la cabeza y eso claramente le encantó, porque vi cómo le
brillaban los ojos color verde.
—He sufrido una cadena de desastres esta mañana, señor Alejandro. No volverá a
ocurrir —dije aliviada por que mi voz sonara firme.
Nunca había llegado tarde, ni una vez, pero por supuesto él tenía que
llamarme la atención la primera vez que pasaba como si fuera algo grave.
Conseguí pasar junto a él y atravesar la puerta, dejé mi bolso y el abrigo en el
armario y encendí el ordenador. Intenté actuar como si él no siguiera de pie en el
umbral, observando todos mis movimientos.
—« Una cadena de desastres» es una muy buena descripción de lo que he
tenido que gestionar en su ausencia. He hablado con daniel Schaffer para quitarle
importancia al hecho de que no le hubieran llegado los contratos firmados a la
hora prometida: las nueve de la mañana, horario de la costa Este. También he
tenido que llamar a Madeline Beaumont para hacerle saber que, de hecho,
íbamos a seguir adelante con la propuesta como la dejamos por escrito. En otras
palabras, esta mañana he estado haciendo su trabajo y el mío. ¿De verdad que
incluso con esa « cadena de desastres» no ha podido ni siquiera llegar a las ocho
de la mañana? Algunos empezamos a trabajar antes de la hora del brunch,
señorita Sandoval.
Levanté la vista para mirarlo; estaba claramente cabreado y me miraba
fijamente con los brazos cruzados sobre su amplio pecho. Y todo porque había
llegado una hora tarde… Parpadeé y aparté la mirada, evitando deliberadamente
fijarme en cómo el traje oscuro cortado a medida se tensaba a la altura de sus
hombros. El primer mes que trabajamos juntos, durante una convención, cometí
el error de ir a hacer ejercicio al gimnasio del hotel y al entrar me lo encontré
cubierto de sudor y sin camiseta al lado de la cinta de correr. Tenía una cara por
la que mataría cualquier modelo masculino y el pelo más increíble que he visto
nunca en un hombre. Pelo de polvo reciente, así lo llamaban las chicas de la
planta de abajo, y según ellas, se había ganado ese título. La imagen de él
limpiándose el pecho con la camiseta había quedado grabada a fuego en mi
cerebro.
Pero claro, él tenía que estropearlo abriendo la bocaza y diciendo: « Me
alegro de que por fin se interese un poco por su forma física, señorita Sandoval» .
Gilipollas.
—Lo siento, señor Alejandro. Comprendo la carga que he puesto sobre sus
hombros dejándole a cargo del fax y del teléfono —respondí con solo un pelín de
sarcasmo—. Como ya le he dicho, no volverá a ocurrir.
—Claro que no —respondió con su arrogante sonrisa de nuevo en los labios.
Si mantuviera la boca cerrada sería perfecto. Bastaría un trozo de cinta americana. Tenía un rollo en mi mesa que a veces sacaba y acariciaba
imaginando que algún día podría darle un buen uso.
—Y para que no se le ocurra olvidarse de este incidente, quiero ver las tablas
de los informes de progreso de los proyectos Schaffer, Colton y Beaumont sobre
mi mesa a las cinco. Y después va a recuperar la hora que ha perdido esta
mañana haciendo una presentación de prueba de la cuenta Papadakis para mí en
la sala de reuniones a las seis. Si se va a ocupar de esa cuenta, tendrá que
demostrarme que sabe lo que está haciendo.
Abrí los ojos como platos, mientras él se daba la vuelta, entraba en su
despacho y cerraba con un portazo. Él sabía perfectamente que tenía muy
adelantadas las previsiones de ese proyecto, que también me iba a servir de
proy ecto final de mi máster. Todavía tenía varios meses para terminar la
presentación una vez que se firmaran los contratos… cosa que no había sucedido
todavía. Ni siquiera estaban acabados los borradores. Y ahora, con todo lo demás
por hacer, quería que hiciera una presentación de prueba dentro de… Miré el
reloj. Genial, siete horas y media, y eso si me saltaba la comida. Abrí el archivo
de la cuenta Papadakis y me puse manos a la obra.
Cuando todo el mundo empezó a salir poco a poco para ir a comer, yo me quedé
pegada a mi mesa con un café y una bolsa de frutos secos que había comprado
en la máquina. Normalmente me habría llevado sobras de casa o habría salido
con los demás becarios a comer algo, pero ese día el tiempo corría en mi contra.
Oí abrirse la puerta exterior del despacho y levanté la vista. Sonreí al ver a Sara
Dillon entrar. Sara estaba en Rivera Media Group en el mismo programa de
prácticas del máster, aunque ella trabajaba en contabilidad.
—¿Vamos a comer? —me preguntó.
—Voy a tener que saltarme la comida. Está siendo un día infernal. —La miré
con cara de pena y su sonrisa pasó a ser burlona.
—¿Día infernal o jefe infernal? —Se sentó en el borde de mi mesa—. He
oído que se ha puesto como una fiera esta mañana.
Le dediqué una mirada cómplice. Sara no trabajaba para él, pero sabía todo
lo que pasaba con Alejandro Rivera. Como hijo menor del fundador de la empresa,
Elliott Rivera, y con una notoria propensión a perder los estribos, era una leyenda
viva en aquel edificio.
—Aunque tuviera un clon, no podría acabar esto a tiempo.
—¿Quieres que te traiga algo? —Su mirada se dirigió al despacho del jefe—.
¿Un asesino a sueldo? ¿Agua bendita?
Reí.
—No, estoy bien.
Sara sonrió y se marchó. Acababa de darle el último sorbo a mi café cuando
me agaché y me di cuenta de que tenía una carrera en las medias.
—Y por si fuera poco —empecé a hablar al oír de nuevo los pasos de Sara—
me he hecho una carrera en las medias. ¿Sabes qué? Si vas a algún sitio donde
hay a chocolate, tráeme veinte kilos, así me como toda mi ansiedad después.
Levanté la vista y vi que no era Sara la persona que estaba allí de pie. Se me
encendieron las mejillas y me bajé la falda.
—Lo siento, señor Alejandro, yo…
—Señorita Sandoval, como usted y las otras secretarias tienen mucho tiempo para
hablar de los problemas con su lencería, además de preparar la presentación de
Papadakis, necesito que vaya al despacho de Willis y me traiga los análisis de
mercado y segmentación de Beaumont. —Se enderezó la corbata mirando su
reflejo en la ventana—. ¿Cree que podrá hacerlo?
¿Me acababa de llamar « secretaria» ? Como parte de las prácticas a veces
hacía ciertas tareas de asistente para él, pero el señor Alejandro sabía de sobra que yo
llevaba varios años trabajando en la empresa antes de que me concedieran la
beca JT Miller para la Universidad Northwestern. Y ahora solo me quedaban
cuatro meses para acabar mi máster en empresariales.
« Para terminar el máster y dejar de estar a sus órdenes» , pensé. Levanté la
vista y me encontré con su mirada encendida.
—No tengo ningún inconveniente en pedirle a Sam que…
—No era una sugerencia —me cortó—. Quiero que vaya usted a buscarlos.
—Me miró durante un momento con la mandíbula apretada antes de girar sobre
sus talones y volver como una tromba a su despacho, cerrando la puerta con
fuerza tras él.
Pero ¿qué problema tenía? ¿De verdad era necesario ir dando portazos por ahí
como un adolescente? Cogí la chaqueta del respaldo de la silla y me encaminé a
la otra oficina, un poco más abajo en la misma calle.
Cuando volví, llamé a su puerta pero no respondió. Intenté girar el picaporte.
Cerrado. Seguramente estaría echando un polvo rapidito por la tarde con alguna
princesita con fideicomiso mientras yo tenía que correr como una loca de acá
para allá por todo Chicago. Metí el sobre manila por la ranura para el correo y
deseé que los papeles se desparramaran por todas partes y él tuviera que
agacharse para recogerlos y ordenarlos. Le estaría bien empleado. Me gustó
bastante la imagen de él de rodillas en el suelo, recogiendo papeles
desperdigados. Pero la verdad era que, conociéndolo, seguro que me llamaba
para que entrara en su inmaculada guarida y lo recogiera todo mientras él me
observaba.
Cuatro horas después había acabado las actualizaciones de los informes de
progreso, tenía la presentación prácticamente preparada y estaba al borde de la
risa histérica por lo horrible que había sido ese día. Me encontré planeando el
cruento y retorcido asesinato del chico de la copistería. Solo le había pedido que hiciera algo muy sencillo: unas cuantas copias y encuadernar algunas cosas.
Debería haber sido pan comido. Cosa de un momento. Pero no, le había llevado
¡dos horas!
Corrí por el oscuro pasillo del edificio ya vacío con los materiales para la
presentación agarrados como podía entre los brazos y mirando el reloj. Seis y
veinte. El señor Alejandro se iba a comer mi hígado crudo. Llegaba veinte minutos
tarde. Como había quedado claro esa mañana, él odiaba la impuntualidad.
« Tarde» era una palabra que no estaba incluida en el Diccionario del capullo de
Alejandro rivera, como tampoco lo estaban « corazón» , « amabilidad» ,
« compasión» , « hora de la comida» o « gracias» .
Y ahí estaba yo, corriendo por los pasillos con unos zapatos de tacón de aguja
italianos, a toda velocidad hacia mi verdugo.
« Respira, Lucia. Este tío es capaz de oler el miedo» .
Cuando me acerqué a la sala de reuniones intenté tranquilizar mi respiración
y dejé de correr. Una luz cálida se colaba por debajo de la puerta. Sin duda,
estaba ahí, esperándome. Con cuidado intenté arreglarme el pelo y la ropa a la
vez que organizaba la pila de documentos que cargaba. Inspiré hondo y llamé a
la puerta.
—Adelante.
Entré en la sala de reuniones, era enorme; una pared tenía unas ventanas del
suelo al techo que ofrecían una vista maravillosa del paisaje urbano de Chicago
desde una altura de dieciocho pisos. Empezaba a oscurecer y los rascacielos
salpicaban el horizonte con sus ventanas iluminadas. En el centro de la sala había
una impresionante mesa de madera maciza, y mirándome desde la cabecera
estaba el señor Alejandro.
Estaba ahí sentado, con la chaqueta del traje colgada en una silla detrás de él,
la corbata aflojada, las mangas almidonadas de la camisa blanca remangadas
hasta los codos y la barbilla descansando sobre sus manos cruzadas. Me atravesó
con la mirada, pero no dijo nada.
—Discúlpeme, señor Alejandro —dije con voz temblorosa y con la respiración
entrecortada—. Las copias me han llevado… —Me paré en seco. Las excusas no
iban a mejorar mi situación. Y además, no le iba a permitir echarme la culpa de
algo que y o no podía controlar. Que se fastidiara. Con mi recién recuperada
valentía en su sitio, levanté la barbilla y caminé hasta donde él estaba sentado.
Sin mirarlo, busqué entre los papeles y coloqué una copia de la presentación
sobre la mesa.
—¿Listo para empezar?
No dijo una palabra, pero su mirada atravesó mi valiente coraza. Todo
aquello hubiera sido mucho más fácil si él no fuera tan guapo… Sin decir nada,
señaló el material que le había puesto delante para que continuara.
Me aclaré la garganta y empecé la presentación. Repasé los diferentes
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Hermoso desastre
FanfictionLucia Sandoval se ha relacionado con los Rivera desde que era una mocosa, así que cuando necesita una beca para finalizar su tesis en empresariales enseguida recurre a la Compañía Rivera Media. Lo que no se imaginaba es que tendría que trabajar para...