cap 17

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Tenía experiencia con negociaciones, negativas y regateos, pero ahí estaba, en la
desconocida posición de haber puesto todas mis fichas en juego, pero como se
trataba de Lucia, no me importaba. En ese caso yo iba con todo.
—¿Tienes ganas de llegar a casa? Han sido casi tres semanas fuera.
Ella se encogió de hombros mientras tiraba de mis bóxer sin la más mínima
ceremonia y me envolvía con su cálida mano con una familiaridad que hacía
que se me despertaran lugares hasta entonces desconocidos.
—Me lo estoy pasando bastante bien aquí, ¿sabes?
Yo me fui demorando en cada botón de la blusa, besándole cada centímetro
de piel cuando se mostraba ante mí.
—¿Cuánto tiempo tenemos para jugar antes de nuestro vuelo?
—Trece horas —me dijo sin mirar el reloj. La respuesta había sido muy
rápida y por la forma en que sentí su piel cuando metí dos dedos bajo su ropa
interior, no parecía que estuviera deseando dejar esa habitación de hotel pronto.
Le rocé los muslos con los dedos, jugué con su lengua y me froté contra su
pierna hasta que sentí que se arqueaba hacia mí. Me rodeó la cintura con las
piernas y extendió las manos sobre mi pecho mientras yo bajaba la mano para
ayudarme a entrar en su interior, decidido a hacerla correrse tantas veces como
pudiera antes de que saliera el sol.
Para mí no había nada más en el mundo que su piel suave y resbaladiza y el
cálido aire que proyectaban sus gemidos en mi cuello. Una y otra vez me moví
encima de ella, enmudecido por mi propia necesidad, perdido en ella. Sus
caderas se movían al mismo ritmo que las mías y levantaba la espalda para
apretar sus pechos contra mí. Quería decirle: « Esto, lo que tenemos, y es lo más
increíble que he sentido en toda mi vida. ¿Tú lo sientes también?» .
Pero no tenía palabras. Solo instinto y deseo y el sabor de ella en mi lengua y
el recuerdo de su risa resonando en mis oídos. Quería que ese sonido no dejara
de reproducirse. Lo quería todo de ella: ser su amante, su compañero para las
peleas y su amigo. En esa cama podía serlo todo.
—No sé cómo hacer esto —dijo en un momento extraño; a punto de llegar al
orgasmo y aferrándose a mí tan fuerte que creí que me iba a dejar cardenales.
Pero supe a lo que se refería porque era algo doloroso estar tan lleno de esa
necesidad y no tener ni idea de cómo iban a salir las cosas. La quería de una
forma que me hacía sentir como si en cada segundo estuviera saciado y a la vez
muerto de hambre… y mi cerebro no sabía que hacer con todo aquello. En vez
de responderle o decirle lo que pensaba que podíamos hacer, le besé el cuello,
apreté los dedos sobre la suave piel de su cadera y le dije Yo tampoco, pero no estoy preparado para dejarlo pasar tan pronto.
—Me siento tan bien… —Susurró contra mi garganta y yo gruñí en una
agonía silenciosa, evidentemente incapaz de lograr encontrar algo coherente
como respuesta.
Tenía miedo de acabar aullando.
La besé.
La empujé aún más contra el colchón.
Ese éxtasis desgarrador siguió durante mucho tiempo. Su cuerpo se elevaba
para encontrarse con el mío y su boca, húmeda, ávida y dulce, no dejaba de
morderme.
Me desperté cuando alguien me arrancó la almohada de debajo de la cabeza y
Lucia murmuró algo incoherente sobre espinacas y perritos calientes.
Estaba hablando en sueños aquella inquieta acaparadora de la cama.
Le pasé una mano ansiosa por el trasero antes de volverme para mirar el
reloj. Solo eran un poco más de las cinco de la mañana, pero sabía que teníamos
que levantarnos pronto para poder llegar al vuelo de las ocho. Por mucho que
odiara dejar nuestro pequeño y feliz antro de perversión, no había trabajado nada
mientras estábamos allí y estaba empezando a sentirme cada vez más culpable
por la carrera que había dejado a un lado. Durante la última década, mi trabajo
había sido mi vida, y aunque cada vez estaba más cómodo con el devastador
efecto que Lucia tenía sobre mi equilibrio, tenía que volver a centrarme. Era
hora de volver a casa, recuperar mi papel de jefe y triunfar de nuevo.
El sol de primera hora de la mañana se filtraba por la ventana e inundaba su
piel pálida con una luz azul grisáceo. Estaba tumbada de costado y enroscada, de
cara a mí, con el pelo oscuro enmarañado sobre la almohada que tenía detrás de
ella y la mayor parte de la cara oculta por mi almohada.
Podía entender sus dudas a la hora de decidir cómo iba a funcionar nuestra
relación cuando volviéramos a la realidad. La burbuja de San Diego había sido
fantástica, en parte porque allí no se daban ninguno de los aspectos que hacían
que nuestra relación fuera complicada: su trabajo en Rivera Media, mi papel en el
negocio familiar, su beca, nuestras actitudes independientes que chocaban.
Aunque quería presionarla para definir lo que había entre nosotros y establecer
expectativas para que no nos hundiéramos, su enfoque, más a favor de ir
probando, era probablemente el correcto.
No nos habíamos molestado en recoger las mantas y volverlas a poner en la
cama después de haberlas tirado al suelo la noche anterior, así que tuve la
oportunidad de quedarme mirando su cuerpo desnudo. Sin duda podía
acostumbrarme a despertarme con esa mujer en mi cama.
Pero por desgracia no teníamos una mañana libre por delante. Intenté
despertarla poniéndole la mano en el hombro, después le di un beso en el cuello y
por fin un fuerte pellizco en el trasero.
Ella estiró la mano y me dio un cachete fuerte en el brazo antes de que me
diera tiempo de apartarme. Y eso que no estaba seguro de que estuviera
despierta del todo.
—Gilipollas.
—Deberíamos levantarnos y ponernos en marcha. Tenemos que estar en el
aeropuerto dentro de poco más de una hora.
Lucia se movió y me miró, con las arrugas de la almohada marcadas en la
cara y los ojos desenfocados. No se molestó en cubrirse el cuerpo como lo había
hecho la primera mañana, pero la sonrisa que mostraba no era radiante.
—Vale —dijo, se sentó, bebió un poco de agua y me dio un beso en el
hombro antes de salir de la cama.
Observé su cuerpo desnudo mientras caminaba hacia el baño, pero ella no
me miró. No necesitaba exactamente un polvo mañanero rápido, pero no me
habría importado una sesión de caricias o una charla todavía tumbados en la
cama.
« Creo que no debería haberle pellizcado el trasero» .
Cuando terminé de recoger mis cosas, todavía no había salido, así que me
acerqué y llamé a la puerta del baño.
—Voy a mi habitación a ducharme y hacer la maleta.
Ella se quedó en silencio unos segundos.
—Vale.
—¿No me puedes decir algo más que « vale» ?
Su risa me llegó desde el otro lado de la puerta.
—Creo que antes te he llamado « gilipollas» .
Sonreí.
Pero cuando abrí la puerta para marcharme, ella abrió la puerta del baño y
salió para caer directamente en mis brazos, rodeándome con su cuerpo y
apretando la cara contra mi cuello. Todavía estaba desnuda y cuando levantó la
vista, sus ojos parecían un poco enrojecidos.
—Lo siento —dijo besándome la mandíbula antes de acercar la cara para
darme un beso largo y profundo—. Es que me pongo nerviosa antes de volar.
Se volvió y entró en el baño antes de que pudiera mirarla a los ojos para
averiguar si me estaba diciendo la verdad.
La habitación de al lado se veía extrañamente inmaculada, incluso para una
cadena de hoteles de categoría. No necesité mucho tiempo para hacer la maleta
y menos para ducharme y vestirme. Pero algo evitó que volviera a la habitación
de Lucia tan pronto. Era como si ella necesitara un poco de tiempo allí a solas para librar la batalla silenciosa que se estuviera produciendo en su interior. Para
mí era obvio que ella estaba atravesando un conflicto, pero ¿hacia dónde se
decantaría al final? ¿Decidiría que quería intentarlo? ¿O decidiría que no era
posible encontrar un equilibrio entre el trabajo y nosotros?
Cuando mi impaciencia superó a mi caballerosidad, saqué mi maleta al
pasillo y llamé a su puerta.
Ella la abrió vestida como una pin up caracterizada de mujer de negocios
traviesa y me llevó un siglo subir desde sus piernas hasta sus pechos y por fin a su
cara.
—Hola, preciosa.
Ella me dedicó una sonrisa tímida.
—Hola.
—¿Lista? —pregunté pasando a su lado para coger su maleta. La manga de
mi chaqueta le rozó el brazo desnudo y antes de que pudiera entender del todo lo
que estaba pasando, ella me había agarrado la corbata y se la había enredado en
el puño. Un segundo después tenía la espalda contra la pared y su boca sobre la
mía.
Me quedé helado por la sorpresa.
—Vaya, menudo saludo —murmuré contra sus labios.
Con una mano sobre mi pecho, empezó a soltarme la corbata y gimió dentro
de mi boca cuando sintió que mi miembro empezaba a crecer contra su cuerpo.
Sus hábiles dedos me sacaron la corbata del cuello de la camisa y después la
tiraron al suelo antes de que pudiera siquiera recordar que teníamos que coger un
vuelo.
—Lucia—dije esforzándome por apartarme de ella y de sus besos—. Cielo,
no tenemos tiempo para esto.
—No me importa. —Ella no era más que dientes y labios, lametones por todo
mi cuello, manos ávidas soltándome el cinturón y cogiendo mi sexo.
Solté una maldición entre dientes, completamente incapaz de resistirme a la
forma en que me agarraba a través de los pantalones ni a su forma exigente de
apartarme y quitarme la ropa.
—Joder, Lucia, has perdido la cabeza, estás salvaje.
La giré y ahora fue su espalda la que estaba contra la pared. Le metí la mano
debajo de la blusa y le aparté a un lado sin miramientos una copa del sujetador.
Su necesidad era contagiosa y mis dedos recibieron encantados el
endurecimiento de sus pezones y la curva firme de su pecho que ella apretaba
contra mi palma. Bajé la mano y le subí la falda hasta la cadera, le bajé la ropa
interior que ella apartó a un lado con el pie y la levanté del suelo.
Necesitaba estar dentro de ella en ese preciso instante.
—Dime que me deseas —me dijo. Las palabras salían a la vez que sus
exhalaciones y eran prácticamente solo aire. Estaba temblando y tenía los ojos
fuertemente cerrados.
—No tienes ni idea. Quiero todo lo que me quieras dar.
—Dime que podemos hacer esto. —Me bajó los pantalones y los calzoncillos
por debajo de las rodillas y me rodeó la cintura con las piernas a la vez que me
clavaba el tacón del zapato en el trasero. Cuando mi miembro se deslizó contra
ella, entrando solo un poco, le cubrí la boca porque dejó escapar una especie de
lamento, casi un gemido.
O un sollozo.
Me aparté para mirarle la cara. Tenía lágrimas cayéndole por las mejillas.
—¿Lucia?
—No pares —me dijo con un hipo, inclinándose para besarme el cuello.
Escondiéndose. Intentó meter una mano entre los dos para cogerme. Era una
extraña forma de desesperación. Ambos habíamos probado los polvos frenéticos
y rápidos escondidos en alguna parte, pero esto era algo completamente
diferente.
—Para. —La empujé, incrustándola contra la pared—. Cariño, ¿qué estás
haciendo?
Por fin abrió los ojos, fijos en el cuello de mi camisa. Me soltó un botón y
después otro.
—Solo necesito sentirte una vez más.
—¿Qué quieres decir con « una vez más» ?
Ella no me miró ni dijo nada más.
—Lucia, cuando salgamos de esta habitación podemos dejarlo todo aquí. O
podemos llevarnos todo lo que hay con nosotros. Creo que podemos
arreglárnoslas… Pero ¿tú también lo crees?
Ella asintió mordiéndose el labio con tanta fuerza que ya lo tenía blanco.
Cuando lo soltó, se volvió de un rojo tentador y decadente.
—Eso es lo que quiero.
—Te lo he dicho, quiero más de esto. Quiero estar contigo. Quiero ser tu
amante —le juré mientras me pasaba las manos por el pelo—. Me estoy
enamorando de ti, Lucia.
Ella se inclinó, riendo, y el alivio se sintió en todo su cuerpo. Cuando se puso
de pie, me acercó otra vez y apretó los labios contra mi mejilla.
—¿Lo dices en serio?
—Totalmente en serio. Quiero ser el único tío que te folla contra las ventanas
y también la primera persona que veas por la mañana a tu lado… después de
haberme robado la almohada. También me gustaría ser la persona que te traiga a
ti polos de lima cuando hay as comido sushi en mal estado. Solo nos quedan unos
meses en los que esto puede ser potencialmente complicado.
Con mi boca sobre la suya  y las manos agarrándole la cara, creo que por fin empezó a entender.
—Prométeme que me llevarás a la cama cuando volvamos —me dijo.
—Te lo prometo.
—A tu cama.
—Joder, sí, a mi cama. Tengo una cama enorme con un cabecero al que
puedo atarte y azotarte por ser tan idiota.
Y en ese momento los dos éramos totalmente perfectos.
En el pasillo, le di un beso final en la palma, dejé caer su mano y abrí la
marcha hacia el vestíbulo.

Creo que alguien ya se enamoro 😄😍

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