Mi cabeza no estaba funcionando en ese momento. Tenía que enseñarle unas
cosas al señor Alex antes de que se fuera, tenía unos documentos que tenía que
firmar, pero sentía como si estuviera caminando por arenas movedizas, la
conversación con mi padre dándome vueltas sin parar en la cabeza. Cuando entré
en el despacho del señor Alex me quedé mirando los papeles que llevaba en las
manos, dándome cuenta de todas las cosas que tenía que organizar ese día:
billetes de avión, alguien que se ocupara de mi correo, tal vez la contratación de
un trabajador temporal para el tiempo que estuviera fuera. Pero ¿cuánto tiempo
iba a estar fuera?
Me di cuenta de que el señor Alex estaba comentando algo (en voz alta) en
mi dirección. Pero ¿qué estaba diciendo? Apareció en mi visión y oí el final de lo
que decía:
—… apenas está prestando atención. Dios, señorita Lucia, ¿es que necesito
escribírselo?
—¿Podemos dejar este jueguecito por hoy? —le pregunté cansada.
—El… ¿el qué?
—Esta rutina de jefe gilipollas.
Él abrió mucho los ojos y frunció el ceño.
—¿Perdón?
—Me he dado cuenta de que te encanta ser un cabrón de los que hacen
historia conmigo, y reconozco que es algo sexy a veces, pero llevo un día terrible
y de verdad te agradecería que simplemente te limitaras a no hablarme. Amí. —
Estaba a punto de echarme a llorar y sentía una presión dolorosa en el pecho—.
Por favor.
Parecía que alguien le hubiera deslumbrado con unos faros, mirándome
fijamente a la vez que parpadeaba. Por fin dijo:
—¿Qué ha pasado?
Tragué saliva, arrepintiéndome de mi salida de tono. Las cosas siempre iban
mejor con él cuando conseguía mantener la compostura.
—He reaccionado mal cuando me ha gritado. Discúlpeme.
Él se levantó y empezó a caminar hacia mí, pero en el último minuto se
detuvo y se sentó en la esquina de su mesa, jugueteando incómodo con un
pisapapeles de cristal.
—No, quiero decir que ¿por qué llevas un día tan horrible? ¿Qué está pasando?
—Su voz era muy suave y nunca le había oído hablar así aparte de en los
momentos de sexo. Esta vez hablaba en voz baja y no era para mantener en
secreto la conversación, parecía realmente preocupado.
No quería hablar con él de aquello porque en parte esperaba que se burlara
de mí. Pero una parte may or estaba empezando a sospechar que no lo haría.
—Le han hecho unas pruebas a mi padre. Tenía problemas para comer.
El señor Alex se puso serio.
—¿Comer? ¿Es una úlcera?
Le expliqué lo que sabía, que era algo que había empezado de repente y que
las primeras pruebas mostraban una pequeña masa en el esófago.
—¿Puedes ir a casa?
Me lo quedé mirando.
—No lo sé. ¿Puedo?
Él hizo una mueca de dolor y parpadeó.
—¿Tan cabrón soy en realidad?
—A veces. —Me arrepentí inmediatamente, porque no, nunca había hecho
que me hiciera pensar que me impidiera acompañar a mi padre enfermo.
Asintió y tragó con dificultad mientras miraba por la ventana.
—Te puedes tomar todo el tiempo que necesites, por supuesto.
—Gracias.
Me quedé mirando al suelo, esperando que continuara con la lista de tareas
del día. Pero el silencio llenó el despacho. Podía ver por el rabillo del ojo que
había vuelto a girarse y ahora me miraba.
—¿Estás bien? —dijo en voz tan baja que ni siquiera estaba segura de haberlo
oído.
Pensé en mentirle para acabar con aquella conversación tan extraña. Pero en
vez de eso le dije:
—La verdad es que no.
Estiró la mano y me la metió entre el pelo.
—Cierra la puerta del despacho —me pidió.
Asentí, un poco decepcionada por que me echara de esa forma.
—Le traeré los contratos del departamento legal…
—Quería decir que cierres la puerta pero que te quedes.
Oh.
« Oh» .
Me volví y caminé por la gruesa alfombra en completo silencio. La puerta
del despacho se cerró con un sonoro clic.
—Pon el pestillo.
Giré el pestillo y sentí que se acercaba hasta que noté su respiración cálida en
la nuca.
—Déjame tocarte. Déjame hacer algo.
Él lo había entendido. Sabía lo que podía darme: distracción, alivio, placer
ante esa oleada de dolor. Yo no respondí porque sabía que no necesitaba hacerlo.
Había ido a cerrar la puerta después de todo.
Pero entonces sentí sus labios apretándose suavemente contra mi hombro y
subiendo por mi cuello.
—Hueles… tan bien —me dijo soltándome el vestido donde lo llevaba atado
detrás del cuello—. Siempre se me queda tu olor impregnado durante horas.
No dijo si eso era algo bueno o malo y yo me di cuenta de que no me
importaba. Me gustaba que oliera como y o cuando y a no estaba.
Cuando bajó las manos hasta las caderas, me volví para mirarlo y él se
inclinó para besarme en un solo movimiento fluido. Esto era diferente. Su boca
era suave, casi pidiéndome permiso. No había nada de indecisión en el beso
(nunca había nada de indecisión en él), pero ese beso parecía más un gesto de
cariño y menos la señal de una batalla perdida.
Me bajó el vestido por los hombros y cay ó al suelo. Él se aparto un poco,
dándome solo el espacio para dejar que el aire fresco de la oficina me
refrescara su calor de la piel.
—Eres preciosa.
Antes de que pudiera procesar la forma tan suave en que había dicho esas
nuevas palabras, él puso una sonrisita y se inclinó para besarme a la vez que me
agarraba las bragas, las retorcía y las rompía.
Eso y a era habitual.
Bajé las manos hasta sus pantalones, pero él se apartó negando con la cabeza.
Metió la mano entre mis piernas y encontró la piel suave y húmeda. Su
respiración se aceleró contra mi mejilla. Sus dedos, no sabía cómo, eran fuertes
y a la vez cuidadosos, y le salían palabras sucias con voz profunda: me decía que
era preciosa y muy guarra. Me decía que era una tentación y cómo lo hacía
sentir.
Me dijo cuántas ganas tenía de oír el sonido que hacía al correrme.
E incluso cuando lo hice, boqueando y agarrando las hombreras de su traje,
lo único que podía pensar era en que yo también quería tocarlo. Que quería, igual
que él, oírlo perderse en mí. Y eso me aterraba.
Él sacó los dedos, rozando con ellos mi sensible clítoris al hacerlo, y se
estremeció involuntariamente.
—Lo siento, lo siento —me susurró en respuesta, besándome la mandíbula, la
barbilla, el…
—No lo sientas —le dije apartando la boca de la suya. La repentina intimidad
que me ofrecía, además de todo lo que había pasado ese día, era muy
desconcertante, demasiado.
Apoy ó su frente contra la mía durante unos segundos antes de asentir una sola
vez. Me sentí devastada de repente porque me di cuenta de que siempre había
asumido que él tenía todo el poder y y o ninguno, pero en ese momento supe que
podía tener tanto poder sobre él como quisiera. Solo tenía que ser lo bastante
valiente para ejercerlo.
Me iré de la ciudad este fin de semana. Y no sé cuánto tiempo estaré fuera.
—Bueno, entonces vuelva al trabajo mientras aún está aquí, señorita Lucia.
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Hermoso desastre
FanfictionLucia Sandoval se ha relacionado con los Rivera desde que era una mocosa, así que cuando necesita una beca para finalizar su tesis en empresariales enseguida recurre a la Compañía Rivera Media. Lo que no se imaginaba es que tendría que trabajar para...