Me pasé la mayor parte del sábado corriendo en el lago, tratando de airearme un
poco, de tomar distancia y aclarar mis pensamientos. Pero aun así el viaje de
una hora en coche hasta la casa de mis padres me dio mucho tiempo para que
volviera la maraña de frustraciones a mi cabeza: la señorita lucia, cómo la
odiaba, cuánto la deseaba, las flores que le había enviado Joel. Me arrellané un
poco más en el asiento e intenté que el ruido sordo del motor del coche me
serenara. Sin embargo, no funcionó.
Los hechos eran los siguientes: me sentía posesivo con ella. No de una forma
romántica, sino más bien del tipo: « Darle un golpe en la cabeza, arrastrarla del
pelo y follármela» , por así decirlo. Como si ella fuera mi juguete y yo no
quisiera que ninguno de los demás niños del parque jugaran con él. ¿No era eso
muy enfermizo? Si ella me oy era alguna vez admitir tal cosa, me cortaría los
huevos y me los haría comer.
Ahora la cuestión era saber cómo proceder. Obviamente Joel estaba
interesado. ¿Cómo no iba a estarlo? Todo lo que le había llegado era información
de segunda mano de mi familia, que obviamente la adoraba, y estaba seguro de
que le habían enseñado por lo menos una fotografía. Si yo solo supiera eso de
ella, también estaría interesado. Pero no había forma de que él llegara a tener
una conversación con ella y la encontrara igual de atractiva.
« Amenos que solo quiera follársela...»
El sonido del cuero del volante chirriando bajo mis manos me dejó claro que
era mejor que no pensara en eso.
Él no habría accedido a conocerla en la casa de mis padres si no quisiera de
ella más que sexo, ¿verdad? Sopesé esa idea. Tal vez sí que quería conocerla
mejor. Mierda, incluso yo tenía que admitir que estuve un poco intrigado antes de
que llegáramos a hablar. Por supuesto eso no me duró mucho y después ella ha
demostrado ser una de las personas más exasperantes que he conocido en la vida.
Desgraciadamente para mí, el sexo con ella es el mejor que he tenido.
Joder, mejor que él no llegara tan lejos con ella. No estaba seguro de tener un
buen sitio para esconder un cuerpo por allí.
Todavía recuerdo el momento en que la vi por primera vez. Mis padres vinieron a
visitarme por Navidad cuando todavía vivía en el extranjero y uno de mis regalos
fue un marco de fotos digital. Mientras miraba las fotos con mi madre, paré la
presentación en una de mis padres de pie junto a una chica muy guapa de pelo
castaño.
¿Quién es la que está contigo y con papá? -le pregunté.
Mamá me dijo que se llamaba Lucia Sandoval y que trabajaba de asistente para
mi padre y empezó a contarme todo tipo de maravillas. No tendría más de veinte
años en la foto, pero su belleza natural era deslumbrante.
A lo largo de los años su cara aparecía de vez en cuando en las fotos que me
enviaba mi madre: recepciones de la empresa, fiestas de Navidad e incluso
fiestas en la casa. Su nombre también salía ocasionalmente cuando me contaba
historias de los contratiempos habituales del trabajo y la familia.
Así que cuando se tomó la decisión de que volvería a casa y me ocuparía de
la dirección de operaciones, mi padre me explicó que Lucia acababa de terminar
su licenciatura en empresariales en la Universidad Northwestern, que había
obtenido una beca para un máster que requería experiencia en el mundo real y
que mi trabajo era la posición perfecta para ser su tutor durante un año. Mi
familia la quería y confiaba en ella, y el hecho de que ni mi padre ni mi
hermano tuvieran ninguna reserva sobre su capacidad para desempeñar el puesto
a mí me lo decía todo. Accedí inmediatamente. Estaba un poco preocupado
porque mi opinión sobre su apariencia interfiriera con mi capacidad para ser su
jefe, pero me tranquilicé rápidamente diciéndome que el mundo estaba lleno de
mujeres preciosas y que me resultaría fácil separar ambos aspectos.
Oh, qué estúpido fui.
Y ahora podía ver perfectamente todos los errores que había cometido
durante los últimos meses, cómo, incluso desde aquel primer día, todo me había
llevado al punto en el que me encontraba entonces.
Para complicar aún más las cosas, últimamente parecía que no podía llegar a
nada con nadie sin pensar en ella. Solo pensar lo que había pasado la última vez
me provocaba una mueca de dolor.
Había sido unos días antes del « incidente de la ventana» , como y o lo
llamaba. Yo tenía que asistir a una gala de una organización benéfica. Al entrar
en el despacho me quedé impresionado al ver a la señorita Lucia con un vestido
azul increíblemente sexy que no le había visto nunca antes. En cuanto la vi, quise
tirarla sobre la mesa y follármela sin parar.
Toda esa noche, con mi bellísima acompañante rubia a mi lado, estuve
distraído. Sabía que estaba llegando al final de mi resistencia y que en algún
momento todo iba a volar por los aires. No tenía ni idea de lo pronto que iba a ser
eso.
Traté de probarme a mí mismo que la señorita Lucia no se me estaba
metiendo así en la cabeza, y éndome a casa con la rubia. Entramos a trompicones
en su apartamento y nos besamos y nos desnudamos muy rápido, pero todo se
enfrió. No es que ella no fuera lo bastante sexy e interesante, pero cuando la
tumbé en la cama era castaño el pelo que y o veía esparcido sobre la almohada.
Al besarle los pechos lo que quería sentir era unos pechos suaves y abundantes no aquellos de silicona. Incluso mientras me estaba poniendo el condón y
acercándome a ella, sabía que era un cuerpo sin cara que estaba utilizando para
satisfacer mis propias necesidades egoístas.
Intenté mantener a Lucia lejos de mis pensamientos pero fui incapaz de
detener esas imágenes prohibidas de cómo sería tenerla debajo de mí. Solo
entonces conseguí empalmarme del todo y me puse rápidamente encima de
aquella chica, odiándome al instante por ello. Ahora me sentaba peor ese
recuerdo que cuando pasó, porque ahora la había dejado meterse en mi cabeza y
quedarse allí.
Si podía soportar aquella noche, las cosas iban a ser más fáciles. Aparqué el
coche y empecé a repetirme mentalmente: « Puedes hacerlo. Puedes hacerlo» .
-¿Mamá? -llamé mientras miraba en todas las habitaciones.
-Aquí fuera, Alex.
Oí que la respuesta llegaba desde el patio trasero.
Abrí las puertas y me saludó la sonrisa de mi madre que estaba dándole los
últimos toques a la mesa que había puesto fuera.
Me incliné para que pudiera darme un beso.
-¿Por qué vamos a cenar aquí esta noche?
-Hace una noche preciosa y he pensado que estaríamos todos más cómodos
aquí que sentados en un comedor atestado. No creo que le moleste a nadie, ¿tú
qué crees?
-No, claro que no -respondí-. Se está muy bien aquí. No te preocupes.
Y realmente se estaba muy bien. El patio estaba cubierto por una enorme
pérgola blanca con las vigas envueltas por enredaderas trepadoras muy tupidas.
En el medio había una gran mesa rectangular en la que cabían ocho personas,
cubierta con un suave mantel color marfil y la porcelana favorita de mi madre.
Había velas y flores azules sobresaliendo de pequeños recipientes plateados por
toda la mesa y un candelabro de hierro forjado emitía una luz vacilante por
encima de nuestras cabezas.
-Sabes que ni yo voy a ser capaz de evitar que Sofia acabe tirando todo esto
de la mesa, ¿verdad? -dije metiéndome una uva en la boca.
-Oh, se va a quedar con los padres de Mina esta noche. Y menos mal -
continuó-, porque si estuviera aquí acapararía toda la atención.
« Mierda» . Si estuviera Sofia poniéndome caritas desde el otro lado de la
mesa al menos tendría algo con lo que distraerme de la presencia de Joel.
-Esta noche es para Lucia. Me encantaría que ella y Joel conectaran. -Ella
siguió y endo de acá para allá por el patio, encendiendo velas y haciendo ajustes
de última hora, completamente ajena a mi angustia.
Estaba jodido. Contemplé un segundo la idea de huir de todo aquello cuando
oí a Henry... Puntual por una vez.
-¿Dónde está todo el mundo? -gritó y su voz profunda resonó en la casa
vacía.
Le abrí la puerta a mi madre y al entrar encontramos a mi hermano en la
cocina.
-¿Y qué, Alex? -dijo mientras apoy aba su cuerpo larguirucho contra la
encimera-. ¿Ansioso por lo de esta noche?
Esperé hasta que mi madre volvió a salir de la habitación para mirarlo con
escepticismo.
-Supongo que sí -respondí intentando parecer muy informal-. Creo que
mamá ha hecho barritas de limón. Mis favoritas.
-Pero qué mentiroso eres. Yo estoy deseando ver a Cignoli intentando ligar
con Lucia delante de todo el mundo. Va a ser una noche entretenida, ¿no crees?
Justo cuando Henry estaba arrancando un trozo de pan, entró Mina y le
apartó las manos.
-¿Es que quieres que tu madre se enfade porque le estropeas la cena que ha
planeado? Haz el favor de ser agradable esta noche, Henry. Nada de provocar a
Lucia ni de bromear con ella. Seguro que está muy nerviosa por todo esto. Dios
sabe que y a tiene bastante con soportar a este -dijo señalándome.
-Pero ¿qué dices? -Ya me estaba cansando de aquel club de fans
enfervorecidos de Lucia Sandoval-. Yo no le hago nunca nada.
-Alex. -Mi padre estaba de pie en el umbral haciéndome un gesto para
que me acercara a él. Salí de la cocina y lo seguí a su estudio-. Por favor
compórtate lo mejor que puedas esta noche. Sé que tú y Lucia no os lleváis bien,
pero está en nuestra casa, no en tu oficina, y espero que aquí la trates con
respeto.
Apreté la mandíbula con fuerza y asentí mientras pensaba en todas las
formas en que la había faltado al respeto durante las últimas semanas.
Fui al baño un momento y justo entonces llegó Joel, con una botella de vino y
unas cuantas variaciones de sus efusivos saludos: « ¡Oh, estás fantástica!» para
mamá, « ¿Cómo está la niña?» para Mina, y una recia combinación de apretón
de manos y abrazo para Henry y papá.
Yo me quedé algo separado de los demás en el vestíbulo, preparándome
mentalmente para la noche que me esperaba.
Habíamos sido muy amigos de Joel mientras crecíamos y en el instituto, pero
no le había visto desde que volví a casa. No había cambiado mucho. Era un poco
más bajo que yo, con una constitución delgada, pelo muy negro y ojos azules.
Supongo que algunas mujeres lo considerarían atractivo.
-¡Alex! -Apretón de manos, abrazo masculino-. Dios, tío. ¿Cuánto
tiempo ha pasado?
-Mucho, Joel. Creo que desde justo después del instituto -le respondí
estrechándole la mano con fuerza-. ¿Qué tal estás?
-Genial. A mí me han ido las cosas muy bien. ¿Y a ti? He visto fotos tuyas
en revistas, así que supongo que a ti también te ha ido bastante bien. -Me dio
unas palmaditas en el hombro amistosamente.
« Qué idiota» .
Yo asentí y le devolví una sonrisa forzada. Decidí que necesitaba unos
minutos más para pensar, me disculpé y subí arriba, a lo que había sido mi
antigua habitación.
Nada más cruzar la puerta me sentí más tranquilo. La habitación había
cambiado poco desde que y o tenía dieciocho. Incluso cuando estaba en el
extranjero, mis padres la mantuvieron prácticamente igual que cuando me fui a
la universidad. Me senté en mi antigua cama y pensé en cómo me sentiría si la
señorita Lucia tuviera algo que ver con Joel. Realmente era un tío majo, y aunque
odiaba admitirlo, había una posibilidad real de que congeniaran. Pero solo pensar
en otro hombre tocándola hacía que todos los músculos de mi cuerpo se pusieran
en tensión. Volví mentalmente al momento en el coche en el que le había dicho a
ella que no podía parar. Incluso ahora, a pesar de todas mis bravuconerías falsas,
seguía sin saber si podía hacerlo.
Oí que volvían los saludos y la voz de Joel en el piso de abajo y decidí que era
hora de ser un hombre y enfrentarme a lo que estuviera por venir.
Cuando llegué al último rellano la vi. Me daba la espalda, pero me quedé sin
aire en los pulmones.
Llevaba un vestido blanco.
¿Por qué tenía que ser blanco?
Era una especie de vestidito de verano muy de niña, que le llegaba justo por
encima de la rodilla y dejaba a la vista sus largas piernas. La parte de arriba era
de la misma tela y tenía lacitos que se ataban encima de los hombros. No podía
pensar en otra cosa que en cuánto me gustaría soltar esos lacitos y ver la prenda
caerle hasta la cintura. O tal vez hasta el suelo.
Nuestras miradas se encontraron desde diferentes extremos de la habitación
y ella sonrió con una sonrisa tan genuina y feliz que durante un segundo incluso
me la creí.
-Hola, señor Alejandro.
Mis labios se elevaron un poco al verla hacer su papel delante de mi familia.
-Señorita Lucia -respondí con un gesto de la cabeza. Nuestras miradas no se
separaron ni cuando mi madre llamó a todo el mundo para que saliera al patio a
tomar algo antes de cenar.
Cuando pasó a mi lado, hablé en un tono tan bajo que solo ella pudo oír.
-¿Una buena tarde de compras ay er?
Sus ojos se encontraron con los míos con esa sonrisa angelical en la cara.
-Eso te gustaría a ti saber. -Me rozó al pasar y sentí que todo mi cuerpo se
tensaba-. Por cierto, ha llegado una nueva línea de ligueros -me susurró antes
de seguir a los demás al exterior
Me quedé parado y la boca se me abrió a la vez que mi mente volvía
acelerada a nuestro escarceo en el probador de La Perla.
Un poco más adelante, Joel se acercó a ella.
-Espero que no te importara que te mandara flores ay er a la oficina.
Admito que tal vez es un poco excesivo, pero estaba deseando conocerte.
Sentí que se me hacía un nudo en el estómago cuando las palabras de Joel me
sacaron de mi ensoñación lujuriosa.
Ella se volvió hacia mí.
-¿Flores? ¿Me llevaron flores?
Yo me encogí de hombros y negué con la cabeza.
-Me fui pronto, ¿se acuerda?
Salí a prepararme un gimlet de vodka Belvedere.
Según fue avanzando la noche, no pude evitar estar pendiente de ella por el
rabillo del ojo. Cuando la cena por fin empezó, era evidente que las cosas entre
ella y Joel iban muy bien. Incluso flirteaba con él.
-Lucia, el señor y la señora rivera me han contado que eres de Dakota del
Norte. -La voz de Joel interrumpió otra fantasía, esta vez de mi puño golpeando
su mandíbula. Levanté la vista para ver cómo le sonreía cálidamente.
-Así es. Mi padre es dentista en Bismarck. Nunca he sido una chica de
ciudad. Hasta Fargo me parecía demasiado grande. -Se me escapó una risita y
su mirada se dirigió directamente hacia mí-. ¿Le divierte, señor Alex?
Reí entre dientes mientras le daba un sorbo a mi bebida, mirándola por
encima del borde del vaso.
-Lo siento, señorita Lucia Es que me resulta fascinante que no le gusten las
ciudades grandes, pero que haya escogido la tercera ciudad más importante de
Estados Unidos para ir a la universidad y... todo lo que ha venido después.
La expresión de sus ojos me dijo que, en otras circunstancias, yo ya estaría
desnudo y encima de ella o tumbado en el suelo sobre un charco de mi propia
sangre.
-La verdad, señor Alex-dijo con la sonrisa volviendo a su cara-, es que
mi padre volvió a casarse y como mi madre nació aquí, vine a pasar un tiempo
con ella hasta que murió.
Me miró fijamente durante un momento y tengo que admitir que sentí una
punzada de culpa en el pecho. Pero desapareció en cuanto volvió a mirar a Joel y
se mordió el labio de esa forma tan inocente que solo ella podía hacer parecer
tan sexy.
« Deja de flirtear con él» .
Cerré los puños mientras los dos seguían hablando. Pero varios minutos
después me quedé helado. « ¿Podía ser?» Sí, eso sin duda era su pie subiendo por
la pernera de mi pantalón. Menuda pícara diabólica estaba hecha, tocándome a
mí mientras mantenía una conversación con un hombre que ambos sabíamos que no podría satisfacerla. Observé sus labios que se cerraban alrededor del tenedor
y se me puso dura cuando se pasó la lengua lentamente por los labios para
eliminar los restos de salsa marinera que le había dejado el pescado.
-Vay a, del mejor cinco por ciento de tu clase en Northwestern. ¡Qué bien!
-dijo Joel y después me miró-. Seguro que estás contento de tener a alguien
tan increíble trabajando para ti, ¿no?
Lucia tosió levemente, tray endo la servilleta que tenía en el regazo para
cubrirse la boca. Yo sonreí y la miré a ella y después a Joel.
-Sí, es increíble tener a la señorita Lucia a mis órdenes. Ella siempre
consigue acabar todo el trabajo.
-Oh, Alejandro. Qué amable por tu parte -exclamó mi madre y y o vi cómo
la cara de la señorita Lucia empezaba a enrojecer. Mi sonrisa desapareció cuando
sentí su pie encima de mi entrepierna. Entonces presionó muy levemente contra
mi erección. « Madre de Dios» . Ahora me tocó toser a mí, a punto de
atragantarme con mi cóctel.
-¿Está bien, señor Alex? -me preguntó con fingida preocupación y y o
asentí mirándola fijamente como si quisiera matarla. Ella se encogió de hombros
y volvió a Joel-. ¿Y tú? ¿Eres de Chicago?
Continuó frotando suavemente contra mí el dedo del pie y y o intenté
mantener el control de mi respiración y mi expresión neutral. Cuando Joel
empezó a contarle cosas sobre su infancia y la época en que fue al colegio con
nosotros, para acabar hablándole de su negocio de contabilidad que iba viento en
popa, vi que su expresión cambiaba de una de fingido interés a una de genuina
intriga.
« Mierda, no» .
Metí la mano izquierda debajo del mantel y encontré la piel de su tobillo. La
vi sobresaltarse un poco por mi contacto. Empecé a mover los dedos en leves
círculos, le pasé el pulgar por el arco del pie y me sentí satisfecho cuando la oí
pedirle a Joel que le repitiera lo que acababa de decir.
Pero entonces él dijo que le gustaría quedar con ella algún día de esa semana
para comer. Mi mano pasó a cubrirle la parte superior del pie y a apretarlo con
más fuerza contra mi erección.
Ella sonrió burlona.
-Podrás prescindir de ella durante la comida ¿no, Alex? -me preguntó
Joel con una sonrisa alegre y el brazo descansando sobre el respaldo de la silla de
Lucia.
Necesité todo mi autocontrol para no saltar por encima de la mesa y
arrancárselo.
-Oh, hablando de citas para comer, Alex -interrumpió Mina tocándome
el brazo con la mano-. ¿Te acuerdas de mi amiga Megan? La conociste el mes
pasado en nuestra casa. Veintitantos, de mi altura, pelo rubio, ojos azules. Bueno
me ha pedido tu número. ¿Te interesa?
Miré a Lucia cuando sentí los tendones de su pie tensarse y la vi tragar
lentamente mientras esperaba mi respuesta.
-Claro. Ya sabes que prefiero las rubias. Puede ser un cambio agradable.
Tuve que contenerme para no chillar cuando bajó el talón y me apretó los
testículos contra la silla. Los mantuvo allí durante un segundo, levantó la servilleta
y se limpió la boca.
-Disculpadme, tengo que ir al servicio.
Cuando ella entró en la casa, toda mi familia me miró con el ceño fruncido.
-Alex-dijo mi padre con los dientes apretados-. Creía que y a
habíamos hablado de esto.
Cogí mi copa y me la llevé a los labios.
-No sé a qué te refieres.
-Alejandro -añadió mi madre-, creo que deberías ir a pedirle disculpas.
-¿Por qué? -pregunté dejando mi copa sobre la mesa con demasiada
fuerza.
-¡Alex! -exclamó mi padre levantando la voz, lo que no dejaba posibilidad
alguna de discusión.
Tiré la servilleta sobre mi plato y me aparté de la mesa. Crucé la casa como
una flecha buscándola en los baños de las dos primeras plantas, hasta que al
llegar a la tercera vi que la puerta del baño estaba cerrada.
De pie al otro lado de la puerta, con la mano apoyada en el picaporte, luché
conmigo mismo. Si entraba ahí, ¿qué iba a ocurrir? Solo había una cosa que me
interesaba a mí y sin duda no era disculparme. Pensé en llamar, pero sabía con
seguridad que ella no me iba a invitar a entrar. Escuché con atención, esperando
algún ruido o señal de movimiento del interior. Nada. Por fin giré el picaporte y
me sorprendió encontrarlo abierto.
Había estado en ese baño muy pocas veces desde que mi madre lo remodeló.
Ahora era una habitación preciosa y moderna, con una encimera de mármol
hecha a medida y un amplio espejo que cubría una pared. Encima del tocador
había una pequeña ventana por la que se veía el patio y los terrenos que había
más abajo. Ella estaba sentada en el banco acolchado, delante del tocador,
mirando al cielo.
-¿Has venido a humillarme? -preguntó. Le quitó la tapa a su pintalabios y
se lo fue aplicando con pequeños toques.
-Me han enviado para comprobar que están intactos tus delicados
sentimientos. -Me volví para poner el pestillo en la puerta del baño y el
chasquido resonó en el silencio de la habitación.
Ella se rió y su mirada se encontró con la mía en el espejo. Se la veía muy
serena, pero me fijé en su pecho que subía y bajaba; su respiración estaba tan
acelerada como la mía.
Te aseguro que estoy bien. -Volvió a ponerle la tapa al pintalabios y lo
metió en el bolso. Se levantó e intentó pasar a mi lado hacia la puerta-. Estoy
acostumbrada a que seas un capullo. Pero Joel parece muy agradable. Debería
volver abajo.
Puse la mano en la puerta y me acerqué a su cara.
-Me parece que no. -Le rocé con los labios un lugar debajo de la oreja y
ella se estremeció por el contacto-. ¿Sabes? Él quiere algo que es mío y no
puede tenerlo.
Ella se me quedó mirando fijamente.
-Pero ¿en qué época te crees que estamos? Déjame salir. Yo no soy tuya.
-Puede que tú te creas eso -le susurré mientras mis labios bajaban
levemente por su cuello-, pero tu cuerpo -dije metiéndole las manos bajo la
falda y presionando la mano contra el encaje húmedo que tenía entre las piernas
- piensa otra cosa.
Ella cerró los ojos y dejó escapar un gemido bajo cuando mis dedos se
movieron haciendo círculos lentos contra su clítoris.
-Que te jodan.
-Déjame que te ay ude a hacerlo -dije contra su cuello.
Ella dejó escapar una carcajada temblorosa y y o la empujé contra la puerta
del baño. Le cogí ambas manos y se las levanté por encima de la cabeza,
manteniéndoselas sujetas con las mías, y me incliné para besarla. Sentí que
luchaba sin muchas fuerzas contra mi sujeción y negué con la cabeza, apretando
más las manos.
-Déjame -repetí apretando mi miembro endurecido contra ella.
-Oh, Dios -dijo con la cabeza ladeada para darme acceso a su cuello-.
No podemos hacer esto aquí.
Bajé mis labios por su cuello y por su clavícula hasta el hombro. Le sujeté
ambas muñecas con una mano y bajé la mano libre para soltar lentamente una
de las cintas que le sujetaban la parte de arriba, besándole la piel que acababa de
quedar expuesta. Me pasé al otro lado y al repetir la acción me vi recompensado
con que la parte de delante de su vestido se deslizó hacia abajo revelando un
sujetador sin tirantes de encaje blanco. « Joder» . ¿Tenía alguna pieza de lencería
aquella mujer que no me hiciera quedarme a punto de correrme en los
pantalones? Bajé la boca hasta sus pechos mientras le desabrochaba el sujetador.
No me iba a perder la visión de sus pechos desnudos esta vez. Se abrió con
facilidad y el encaje cayó, revelando la imagen que llenaba mis fantasías más
obscenas. Cuando me metí un pezón rosado en la boca, ella gimió y sus rodillas
cedieron un poco.
-Chis -susurré contra su piel.
-Más -me dijo-. Otra vez.
La levanté y ella me rodeó la cintura con las piernas, lo que unió más
nuestros cuerpos. Le solté las manos y ella inmediatamente me las llevó al pelo y
tiró de mí con brusquedad para que me acercara. Joder, me encantaba que
hiciera eso. Volví a empujarla contra la puerta pero entonces me di cuenta de
que había demasiada ropa por medio; quería sentir el calor de su piel contra la
mía, quería enterrarme por completo en ella y mantenerla aplastada contra la
pared hasta mucho después de que todos se hubieran ido a dormir.
Ella pareció leerme el pensamiento porque sus dedos bajaron por mis
costados y empezaron a sacarme frenéticamente el polo de los pantalones,
levantándomelo y quitándomelo por la cabeza.
El sonido de las risas que llegaba del exterior se coló por la ventana abierta y
sentí que ella se tensaba contra mí. Pasó un largo momento antes de que su
mirada se encontrara con la mía y estaba claro que le costaba decir lo que quería
decir.
-No deberíamos hacer esto -dijo por fin, negando con la cabeza-. Él me
está esperando. -Ella intentó con poco entusiasmo apartarme, pero y o no me
moví.
-Pero ¿tú quieres estar con él? -le pregunté sintiendo una oleada de
posesión abriéndose en mi interior. Ella me sostuvo la mirada pero no respondió.
La bajé y la dirigí hacia el tocador, parando solo para colocarme justo detrás
de ella. Desde donde estábamos teníamos una visión perfecta del patio de abajo.
Acerqué su espalda desnuda a mi pecho y puse la boca junto a su oreja.
-¿Lo ves? -le pregunté deslizando las manos por sus pechos-. Mírale. -
Bajé las manos por su abdomen, por toda la falda, y hasta sus muslos-. ¿Te hace
sentir así?
Mis dedos la rozaron al subir por un muslo y meterse debajo de sus bragas.
Un siseo bajo escapó de su boca y yo sentí su humedad y entré en ella.
-¿Conseguiría alguna vez que te mojaras así?
Ella gimió y apretó las caderas contra mí.
-No...
-Dime lo que quieres -susurré contra su hombro.
-Yo... No lo sé.
-Mírate -le dije mientras mis dedos no dejaban de entrar y salir de ella-.
Sí sabes lo que quieres.
-Quiero sentirte dentro de mí, ahora. -No hizo falta que me lo pidiera dos
veces. Me desabroché los pantalones en un segundo y me los bajé hasta la
cadera, apretándome contra su trasero antes de levantarle la falda y agarrarle las
bragas con las manos.
-Rómpelas -me susurró.
Antes nunca había podido ser tan salvaje y tan primitivo con nadie, en
cambio con ella parecía justo lo que había que hacer. Tiré con fuerza y las sutiles
bragas se rasgaron con facilidad. Las lancé al suelo y le pasé las manos por la
piel, bajando los dedos por sus brazos hasta sus manos, donde le apreté las palmas
contra la mesa que teníamos delante.
En ese momento era una visión absolutamente maravillosa: agachada, con la
falda subida hasta las caderas y su trasero perfecto a la vista. Ambos gemimos
cuando y o me coloqué y me deslicé en su interior profundamente. Me incliné, le
di un beso y volví a decir « chis» contra su espalda.
Más risas nos llegaron del exterior. Joel estaba ahí abajo. Joel, que en el fondo
era un buen tío pero que quería apartarla de mí. Ese pensamiento bastó para
hacerme empujar aún con más fuerza.
Sus ruidos estrangulados me hicieron sonreír y la recompensé aumentando el
ritmo. Un parte muy retorcida de mí sintió cierta reafirmación al ver a lucia
silenciada por lo que le estaba haciendo.
Soltaba exclamaciones ahogadas y buscaba con los dedos algo a lo que
agarrarse mientras tenía mi miembro en su interior, duro, más duro, cada vez
que intentaba hacer algún sonido pero no podía.
Le hablé suavemente junto a su oído, y le pregunté si quería que la follara. Le
pregunté si le gustaba que le dijera esas guarradas, si le gustaba verme así de
sucio, follándola tan fuerte que le iba a dejar cardenales.
Ella consiguió balbucear un sí y cuando empecé a moverme más rápido y
más fuerte, ella me suplicó que le diera más.
Los botes de la mesa estaban tintineando y volcándose por la fuerza de
nuestros movimientos, pero a mí no me importaba. La agarré del pelo y tiré para
incorporarla y que su espalda quedara contra mi pecho.
-¿Crees que él puede hacerte sentir así?
Seguí embistiéndola, obligándola a mirar por la ventana.
Sabía que me estaba poniendo en evidencia. Mi mundo se estaba cay endo a
pedazos a mi alrededor. Necesitaba que ella pensara en mí esa noche cuando
estuviera en su cama. Quería que ella me sintiera cuando cerrara los ojos y se
tocara, recordando la forma en que habíamos follado. Mi mano libre subió por su
costado hasta sus pechos, cubriéndolos y retorciéndole los pezones.
-No -gimió-. Así nunca. -Bajé de nuevo la mano por el costado y se la
coloqué detrás de la rodilla para subírsela hasta la mesa, lo que la abrió aún más
a mí y me permitió entrar más profundamente en ella.
-¿Has visto lo bien que me envuelves? -gruñí contra su cuello-. Te siento
tan bien... Cuando bajes, quiero que recuerdes esto. Recuerda lo que me haces.
La sensación se estaba volviendo abrumadora y sabía que cada vez estaba
más cerca. Estaba más que desesperado. La necesitaba como una droga y ese
sentimiento consumía todos mis pensamientos. Le cogí la mano, entrelacé
nuestros dedos y las bajé por su cuerpo hasta su clítoris, ambas manos
acariciando y provocando. Gemí por la sensación que tuve al entrar y salir de
ella con tanta facilidad.
-¿Sientes eso? -le susurré al oído, abriendo los dedos para que quedaran
uno a cada lado de mí.
Ella volvió la cabeza y gimió contra la piel de mi cuello. No era suficiente,
necesitaba mantenerla en silencio. Aparté la mano de su pelo, le tapé la boca con
cuidado y le di un beso sobre la piel enrojecida de la mejilla. Ella dejó escapar
un grito amortiguado, posiblemente mi nombre, cuando su cuerpo se tensó y
después se apretó a mi alrededor.
Cuando ella cerró los ojos y sus labios se relajaron por fin en un suspiro
satisfecho, empecé a buscar lo que yo necesitaba: cada vez más rápido, mirando
nuestro reflejo en el espejo para poder ver cómo mis últimas embestidas hacían
que se movieran sus pechos.
El clímax empezó a desgarrarme. Ella dejó caer la mano de mi pelo para
taparme la boca a mí ahora y y o cerré los ojos y dejé que la ola me embargara.
Unas embestidas finales más profundas y fuertes y me derramé dentro de ella.
Abrí los ojos y le di un beso en la palma antes de apartarla de mi boca y
apoy é la frente contra su hombro. Las voces que llegaban desde abajo, ajenas a
todo, seguían llegándonos. Ella se apoy ó contra mí y se quedó allí en silencio
unos momentos.
Lentamente empezó a apartarse y y o fruncí el ceño por la pérdida del
contacto. Miré cómo se colocaba de nuevo la falda, recuperaba el sujetador e
intentaba volver a atar los lazos del vestido. Yo bajé la mano para subirme los
pantalones, recogí el encaje desgarrado de sus bragas y me lo metí en el bolsillo.
Ella seguía peleándose con el vestido y y o me acerqué, le aparté las manos y le
até de nuevo los lazos evitando su mirada.
De repente la habitación era demasiado pequeña y ambos nos miramos en un
silencio incómodo. Cogí el picaporte, deseando decir algo para arreglarlo,
cualquier cosa. ¿Cómo podía pedirle que follara conmigo y solo conmigo y
esperar que no cambiara nada más? Incluso yo sabía que pedirle eso era
ganarme una buena patada en los huevos. Pero las palabras sobre lo que sentía al
verla con Joel no habían cristalizado aún. Tenía la mente en blanco. Frustrado,
abrí la puerta. Y los dos nos quedamos de piedra al ver lo que había ante nosotros.
Allí, de pie ante la puerta, con los brazos cruzados y las cejas elevadas por la
sorpresa, estaba Mina.
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Hermoso desastre
FanfictionLucia Sandoval se ha relacionado con los Rivera desde que era una mocosa, así que cuando necesita una beca para finalizar su tesis en empresariales enseguida recurre a la Compañía Rivera Media. Lo que no se imaginaba es que tendría que trabajar para...