cap 16

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Volvimos lentamente de la dimensión en la que estuviéramos, con las
extremidades enredadas en las sábanas, y hablamos durante horas sobre nuestro
día, sobre la reunión con Gugliotti, sobre la cena y la noche con mis amigas.
Hablamos de la mesa que habíamos roto y de que solo llevaba ropa interior para
una semana, así que no podía romperme más.
Hablamos de todo excepto de la confusión que yo sentía en lo más profundo
de mi corazón.
Le pasé un dedo por el pecho y él me detuvo con su mano y se lo llevó a los
labios.
—Es agradable hablar contigo —dijo.
Reí y le aparté el pelo de la frente.
—Hablas conmigo todos los días. Y cuando digo hablar quiero decir gritar.
Chillar. Dar portazos. Hacer muecas.
Me fue dibujando espirales sobre el estómago con los dedos para distraerme.
—Ya sabes lo que quiero decir.
Lo sabía. Sabía exactamente lo que quería decir y quería encontrar una
forma de alargar aquel momento, justo así cómo estábamos, hasta la eternidad.
—Cuéntame algo entonces.
Él me miró a la cara, sonriendo un poco nervioso.
—¿Qué quieres saber?
—¿La verdad? Creo que quiero saberlo todo. Pero empecemos por algo
sencillo. Hazme el historial de las mujeres de Alex.
Se pasó un largo dedo por la frente.
—Algo sencillo —repitió con una risa—. Yaaaa. —Carraspeó y después me
miró—. Unas cuantas en el instituto, unas cuantas en la universidad, unas cuantas
en el máster. Unas cuantas después de eso. Y después una relación estable
cuando viví en Francia.
—¿Detalles? —Enredé un mechón de pelo alrededor del dedo, esperando que
eso no fuera presionarlo mucho.
Pero para mi sorpresa me respondió sin vacilar.
—Se llamaba Tania. Era abogada en un pequeño bufete de París. Estuvimos
juntos tres años y rompimos unos meses antes de que volviera a casa.
—¿Por eso decidiste volver?
Elevó la comisura de la boca en una sonrisa.
—No.
—¿Te rompió el corazón?
Su sonrisa se convirtió en una sonrisita burlona dirigida a mí.
No, Lucia.
—¿Le rompiste tú el suy o? —¿Por qué le estaba preguntando aquello? ¿Es que
quería que me dijera que sí? Sabía que era capaz de romperle el corazón a
alguien. Y estaba bastante segura de que acabaría rompiéndome el mío.
Él se acercó para besarme, atrapándome el labio inferior antes de
susurrarme.
—No. Ambos pensamos que aquello y a no funcionaba. Mi vida sentimental
ha estado totalmente exenta de dramas. Hasta que llegaste tú.
Reí.
—Me alegro de haber cambiado el patrón.
Sentí su risa en las vibraciones que recorrieron mi piel y él me besó el cuello.
—Vaya que si lo has hecho. —Sus largos dedos bajaron hasta mi estómago,
mis caderas y finalmente entre mis piernas—. Tu turno.
—¿De tener un orgasmo? Sí, por favor.
Él rodeó perezosamente con un dedo mi clítoris antes de deslizarlo en mi
interior. Conocía mi cuerpo mejor que yo. ¿Cuándo había ocurrido eso?
—No —murmuró—. Tu turno de contar tu historial.
—No puedo pensar en nada cuando estás haciendo eso.
Con un beso en el hombro apartó la mano y la puso sobre mi estómago,
volviendo a describir círculos.
Hice un mohín pero él lo ignoró y se puso a observar los dedos que tenía
sobre mi cuerpo.
—Dios, ha habido tantos hombres… No sé por dónde empezar.
—Lucia… —dijo en tono de advertencia.
—Un par en el instituto, uno en la universidad.
—¿Solo has tenido relaciones sexuales con tres hombres?
Me aparté para mirarlo.
—Einstein, he tenido relaciones con « cuatro» hombres.
Una sonrisa satisfecha apareció en su cara.
—Cierto. ¿Y soy el mejor por un margen vergonzosamente grande?
—¿Lo soy y o?
Su sonrisa desapareció y parpadeó sorprendido.
—Sí.
Era sincero. Y eso hizo que algo dentro de mí se derritiera hasta producirme
un breve ronroneo cálido. Extendí la mano para cogerle la barbilla intentando
ocultar lo que esa información me estaba haciendo.
—Bien.
Le besé el hombro y gemí contenta. Me encantaba su sabor y oler ese aroma
a salvia y a limpio. Metí los dedos entre su pelo y tiré hacia atrás para poder
morderle la mandíbula, el cuello y los hombros. Él se quedó muy quieto, un poco
incorporado por encima de mí y sin devolverme los besos.

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