cap 19

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Sabía que las mujeres se pueden poner de mal humor de repente. Conocía unas
cuantas que se veían enfrascadas en pensamientos y situaciones imaginarias y
con un solo « qué pasaría si…» se remontaban desde treinta mil años atrás hasta
el futuro y se enfadaban por algo que asumían que ibas a hacer tres días después.
Pero no me parecía que eso fuera lo que estaba pasando con Lucia y de todas
formas ella nunca había sido ese tipo de mujer. La había visto furiosa antes.
Demonios, de hecho había visto todos los estados de enfado que tenía: molesta,
iracunda, detestable y cercana a la violencia.
Pero nunca la había visto dolida.
Se enterró en una montaña de documentos en el corto viaje hasta el
aeropuerto. Se excusó para llamar a su padre y ver cómo estaba mientras
esperábamos en la puerta. En el avión se durmió en cuanto llegamos a nuestros
asientos, ignorando mis ingeniosas peticiones de que entráramos en el club de los
que han follado a más de mil metros. Abrió los ojos el tiempo justo para rechazar
la comida, aunque yo sabía que no había desayunado nada. Cuando se despertó
por fin empezábamos a descender y se puso a mirar por la ventanilla en vez de
mirarme a mí.
—¿Me vas a decir qué ocurre?
Tardó mucho en contestarme y mi corazón empezó a acelerarse. Intenté
pensar en todos los momentos en que podía haberlo fastidiado todo. Sexo con
Lucia en la cama. Más sexo con Lucia. Orgasmos para Lucia. Había tenido
muchos orgasmos, para ser sinceros. No creía que fuera eso. Despertarnos,
ducha, profesarle mi amor básicamente. El vestíbulo del hotel, Gugliotti,
aeropuerto.
Me detuve. La conversación con Gugliotti me había hecho sentir muy falso.
No estaba seguro de por qué había actuado como un capullo posesivo, pero no
podía negar que Lucia tenía ese efecto en mí. Había estado increíble en la
reunión, lo sabía, pero no tenía ni la más mínima intención de dejar que ella
bajara un escalón y acabara trabajando para un hombre como Gugliotti cuando
acabara su máster. Él seguramente la trataría como a un trozo de carne y se
pasaría el día mirándole el trasero.
—Oí lo que dijiste. —Lo dijo en voz tan baja que necesité un momento para
registrar que había dicho algo y otro más para procesarlo. Se me cayó el alma a
los pies.
—¿Lo que dije cuándo?
Ella sonrió y se volvió, por fin, para mirarme.
—A Gugliotti. —Joder, estaba llorando.
Sé que he sonado posesivo. Lo siento.
—Que has sonado posesivo… —murmuró volviéndose otra vez hacia la
ventanilla—. Has sonado desdeñoso… ¡Me has hecho parecer infantil! Has
actuado como si la reunión fuera un ejercicio de formación. Me he sentido
ridícula por cómo te la describí ayer, pensando que era algo más.
Le puse la mano en el brazo y me reí un poco.
—Los hombres como Gugliotti tienen un ego muy grande. Necesita sentir que
los ejecutivos los escuchan. Hiciste todo lo que hacía falta. Él solo quería que yo
fuera el que le pasara el contrato « oficial» .
—Pero eso es absurdo. Y tú lo has alentado, utilizándome a mí como peón.
Parpadeé confuso. Yo había hecho exactamente lo que había dicho. Pero así
se jugaba el juego, ¿no?
—Eres mi asistente.
Una breve carcajada escapó de sus labios y se volvió hacia mí otra vez.
—Claro. Porque tú te has preocupado todo este tiempo de cómo ha
progresado mi carrera.
—Claro que lo he hecho.
—¿Cómo puedes saber que necesito rodaje? Apenas te fijaste en mi trabajo
antes de ay er.
—Eso es totalmente falso —dije y negué con la cabeza. Estaba empezando a
irritarme—. Lo sé porque he estado observando « todo» lo que has hecho. No
quiero ejercer presión sobre ti para que hagas más de lo que puedes hacer ahora,
y por eso estoy manteniendo el control sobre la cuenta de Gugliotti. Pero lo
hiciste muy bien y estoy muy orgulloso de ti.
Ella cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el asiento.
—Me has llamado « niña» .
—¿Ah, sí? —Busqué en mi memoria y me di cuenta de que tenía razón—.
Supongo que no quería que te viera como la mujer de negocios explosiva que
eres e intentara contratarte y tirársete.
__ Alex Eres tan imbécil… ¡Tal vez quiera contratarme porque
puedo hacer bien el trabajo!
—Discúlpame. Estoy actuando como un novio posesivo.
—Eso del « novio posesivo» no es nuevo para mí. Es que has actuado como si
me hubieras hecho un favor. Es lo condescendiente que has sido. Y no estoy
segura de que ahora sea el mejor momento para entrar en la interacción típica
de jefe y asistente.
—Te he dicho que creo que lo hiciste fantásticamente con él.
Ella se me quedó mirando mientras empezaba a ponerse roja.
—No deberías haber dicho eso en primer lugar. Deberías haber dicho: « Bien.
Vamos a volver al trabajo» . Y ya está. Y con Gugliotti actuaste como si me tuvieras bajo tu ala. Antes de esto habrías fingido que apenas me conocías.
—¿De verdad tenemos que hablar de por qué era un capullo antes? Tú
tampoco eras la persona más dulce del mundo. ¿Y por qué lo vamos a sacar a
relucir ahora precisamente?
—No estoy hablando de que tú fueras un capullo antes. Estoy hablando de
cómo eres ahora. Estás intentando compensarme. Por eso exactamente es por lo
que no hay que tirarse al jefe. Eras un buen jefe antes: me dejabas hacer mi
trabajo y tú hacías el tuyo. Ahora eres el mentor preocupado que me llama
« niña» mientras habla con el hombre ante el que le he salvado el culo. Es
increíble.
—Lucia…
—Puedo tratar contigo cuando eres un cabrón tremendo, Alex.Estoy
acostumbrada, es lo que espero de ti. Así es cómo funcionan las cosas. Porque
aparte de todos los resoplidos y portazos, sé que me respetas. Pero el modo en
que te has comportado hoy… eso establece una línea que no había antes. —Negó
con la cabeza y volvió a mirar por la ventana.
—Creo que estás exagerando.
—Tal vez —dijo agachándose para sacar el teléfono de su bolso—. Pero me
he dejado los cuernos para llegar donde estoy ahora… ¿Y qué estoy haciendo
arriesgándolo?
—Podemos hacer las dos cosas, Lucia. Durante unos pocos meses, podemos
trabajar y estar juntos. Esto, lo que está pasando hoy, se llama miedo a pasar de
nivel.
—No estoy segura —dijo parpadeando y mirando más allá de mí—. Estoy
intentando hacer lo más inteligente, Alex. Nunca antes había cuestionado mi
valía, ni cuando creía que tú sí lo hacías. Y entonces, cuando creía que veías
exactamente quién era, me has menospreciado así… —Levantó la vista con los
ojos llenos de dolor—. Supongo que no quiero empezar a cuestionarme ahora,
después de todo lo que he trabajado.
El avión aterrizó con una sacudida, pero eso no me sobresaltó tanto como lo
que ella acababa de decir. Había tenido discusiones con los presidentes de algunos
de los departamentos financieros más grandes del mundo. Me había metido en el
bolsillo a ejecutivos que creían que podían machacarme. Podía pelear con esta
mujer hasta que terminara el mundo y solo me sentiría más hombre con cada
palabra. Pero justo en ese momento no fui capaz de encontrar nada que decirle.
Decir que no pude dormir esa noche sería poco. Apenas pude siquiera
tumbarme. Todas las superficies planas parecían tener su forma y eso que ella
nunca había estado en mi casa. El mero hecho de que hubiéramos hablado de
ello y que hubiera planeado que ella viniera a mi casa la primera noche nada
más volver, hacía que su fantasma pareciera estar allí permanentemente.
La llamé y no me cogió el teléfono. Cierto que eran las tres de la mañana,
pero y o sabía que ella tampoco estaba durmiendo. Su silencio se vio empeorado
por el hecho de que sabía cómo se sentía. Sabía que estaba tan metida en aquello
como y o, pero ella pensaba que no debería.
No veía el momento de que llegara el día siguiente.
Entré a las seis, antes de que ella llegara. Nos traje café a los dos y actualicé mi
agenda para ahorrarle un poco de tiempo que pudiera utilizar para ponerse al día
después de haber estado fuera. Envié por fax el contrato a Gugliotti diciéndole
que la versión que vio en San Diego era la versión final y que lo que Lucia le dijo
era lo que valía. Le di dos días para devolverlos firmados.
Y después me puse a esperar.
A las ocho mi padre entró en el despacho y Henry cerró la puerta detrás de
él. Mi padre fruncía el ceño a menudo, pero muy pocas veces cuando me
miraba a mí. Y Henry nunca parecía molesto.
Pero ahora mismo los dos parecían tener ganas de asesinarme.
—¿Qué has hecho? —Mi padre dejó caer una hoja de papel sobre mi mesa.
La sangre se me heló en las venas.
—¿Qué es eso?
—Es la carta de dimisión de Lucia. Me la ha mandado a través de Sara esta
mañana.
Pasó un minuto entero antes de que pudiera hablar. En ese tiempo lo único
que se oy ó fue la voz de mi hermano diciendo:
—Alex, imbécil, ¿qué ha pasado?
—La he fastidiado —dije finalmente apretándome las manos contra los ojos.
Mi padre se sentó con la cara seria. Estaba sentado en la misma silla en la
que, menos de un mes antes, se había sentado Lucia con las piernas abiertas y se
había tocado mientras yo intentaba mantener la compostura por teléfono.
«  ¿cómo he dejado que pase esto?»
—Dime qué ha ocurrido —mi padre habló en voz muy baja: un período de
calma entre dos terremotos.
Me aflojé la corbata porque me estaba agobiando por la presión que sentía en
el pecho.
« Lucia me ha dejado» .
—Estamos juntos. O estábamos.
Henry gritó:
—¡Lo sabía!
A la vez que mi padre gritaba:
—¿Que vosotros qué?
—No lo estábamos hasta San Diego —les aclaré rápidamente—. Antes de
San Diego solo estábamos…
—¿Follando? —intentó ayudarme graciosamente Henry y recibió una mirada
reprobatoria de mi padre.
—Sí. Solo estábamos… —Una punzada de dolor me atravesó el pecho. Su
expresión cuando me incliné para besarla. Cómo se mordía el carnoso labio
inferior. Su risa contra mi boca—. Y como ambos sabéis, y o soy un imbécil.
Pero ella me plantaba cara de todas formas —les aseguré—. Y en San Diego se
convirtió en algo más. Joder. —Estiré la mano para coger la carta, pero la aparté
—. ¿De verdad ha dimitido?
Mi padre asintió con su expresión inescrutable. Ese había sido su superpoder
durante toda mi vida: en los momentos en los que más sentía, mostraba lo
mínimo.
—Por eso tenemos la política de no confraternización en la oficina, Alex —me
dijo bajando la voz al llegar a mi diminutivo—. Creía que era más inteligente que
todo esto.
—Lo sé. —Me froté la cara con las manos y después le hice un gesto a
Henry para que se sentara y les conté todos los detalles de lo que había pasado
con mi intoxicación alimentaria, la reunión con Gugliotti y cómo Lucia me había
sustituido diligente y competentemente. Dejé claro que acabábamos de decidir
que íbamos a estar juntos cuando me encontré con Ed en el hotel.
—Eres un maldito estúpido —dijo mi hermano cuando terminé y ¿cómo no
iba a estar de acuerdo?
Después de una dura charla y de asegurarme de que teníamos que hablar
largo y tendido de todas las formas en que lo había fastidiado todo, mi padre se
fue a su despacho para llamar a Lucia y pedirle que volviera a trabajar para él lo
que le quedaba de las prácticas del máster.
Él no solo estaba preocupado por el efecto sobre Rivera Media, aunque si ella
decidía quedarse cuando acabara su máster podría fácilmente convertirse en uno
de los miembros más importantes de nuestro equipo de marketing estratégico.
También le irritaba que a ella le quedaban menos de tres meses para encontrar
un nuevo puesto de asistente, aprender los entresijos del nuevo trabajo y hacerse
cargo de otro proy ecto para presentar ante la junta de la beca. Y dada su
influencia en la facultad de empresariales, lo que ellos dijeran determinaría si
Lucia obtenía una matrícula de honor y una carta de recomendación del
consejero delegado de JT Miller.
Eso podía propiciar un buen principio para su carrera o destrozarla.
Henry y yo nos sentamos en un silencio sepulcral durante la siguiente hora; él
me miraba fijamente y yo miraba por la ventana. Casi podía sentir cuántas
ganas tenía de darme una paliza. Mi padre volvió a mi despacho, recogió la carta
de dimisión y la dobló en tres partes. Todavía no había sido capaz de mirarla. La
había escrito a ordenador y, por primera vez desde que la conocí, no había nada que deseara más que ver su caligrafía ridículamente mala en vez de esa carta
impersonal en blanco y negro escrita en Times New Roman.
—Le he dicho que esta empresa la valora y que esta familia la quiere y que
queremos que vuelva. —Mi padre hizo una pausa y me miró—. Me ha dicho que
esas son razones todavía más poderosas para que ella quiera hacer esto sola.
Chicago se convirtió en un universo paralelo, uno en el que era como si Billy
Sianis nunca hubiera echado la maldición de la cabra sobre los Chicago Cubs y
como si Oprah nunca hubiera existido porque en él, Lucia ya no trabajaba para
Rivera Media. Había dimitido. Había dejado uno de los proyectos más grandes de
la historia de Rivera Media. Me había dejado a mí.
Cogí el archivo Papadakis de su mesa; el departamento legal había hecho el
borrador del contrato mientras estábamos en San Diego y todo lo que le faltaba
era una firma. Lucia se podría haber pasado los últimos dos meses de su máster
perfeccionando su presentación para la junta de la beca. En vez de eso estaría
empezando en otro sitio.
¿Cómo había podido soportar todo lo que le había hecho pasar antes y, sin
embargo, irse por aquello? ¿Realmente era tan importante que y o la tratara como
a una igual ante un hombre como Gugliotti que eso le había hecho sacrificar lo
que había entre nosotros?
Con un gruñido tuve que reconocer que la razón que tenía para preguntar eso
también era la razón por la que se había ido Lucia. Yo creía que podíamos
mantener nuestra relación y nuestras carreras, pero eso era porque y o y a había
demostrado lo que podía hacer. Ella era una asistente. Todo lo que necesitaba de
mí era que le asegurara que su carrera no iba a sufrir por nuestra temeridad e
hice justo lo contrario: confirmarle que así iba a ser.
Tengo que admitir que me sorprendió que en la oficina no se volvieran todos
locos con lo que y o había hecho, pero parecía que solo mi padre y Henry lo
sabían. Lucia había tenido lo nuestro en secreto siempre. Me pregunté si Sara
sabría todo lo que había pasado, si estaría en contacto con Lucia.
Y pronto tuve mi respuesta. Unos pocos días después de que Chicago
cambiara, Sara entró en mi despacho sin llamar.
—Esta situación es una estupidez total.
Levanté la vista para mirarla y dejé el archivo que había estado estudiando
para mirarla fijamente lo bastante para hacerla revolverse un poco antes de
hablar.
—Quiero recordarle que « esta situación» no es asunto suyo.
—Soy su amiga, así que lo es.
—Como empleada de Rivera Media de Henry, no lo es.
Me miró durante un largo momento y después asintió.
Lo sé. No se lo voy a decir a nadie, si eso es lo que insinúa.
—Claro que eso era lo que quería decir. Pero también me refiero a su
comportamiento. No quiero que meta las narices en mi despacho sin molestarse
en llamar.
Ella pareció arrepentida pero no se arredró ante mi mirada. Estaba
empezando a ver por qué ella y Lucia eran tan amigas: ambas tenían una
voluntad de hierro que rozaba en la imprudencia y eran ferozmente leales.
—Comprendido.
—¿Puedo preguntarle por qué está aquí? ¿Es que la ha visto?
—Sí.
Esperé. No quería presionarla para que rompiera su confianza, pero, Dios
santo, estaba deseando sacudirla hasta que soltara todos los detalles.
—Le han ofrecido un trabajo en Studio Marketing.
Exhalé tenso. Una empresa decente, aunque pequeña. Un recién llegado con
algunos buenos ejecutivos junior pero unos cuantos gilipollas de marca may or
dirigiéndola.
—¿Quién es su jefe?
—Un tío que se apellida Julian.
Cerré los ojos para ocultar mi reacción. Troy Julian estaba en la junta y era
un ególatra con una afición por llevar mujeres floreros colgadas del brazo que
solo rozaba la legalidad. Lucia tenía que saberlo, ¿en qué estaría pensando?
« Piensa, imbécil» .
Ella estaría pensando que Julian tenía los recursos para darle un proyecto con
suficiente sustancia en el que pudiera trabajar para hacer su presentación dentro
de tres meses.
—¿En qué proyecto está trabajando?
Sara caminó hasta mi puerta y la cerró para que la información no llegara a
oídos ajenos.
—Sander’s Pet Chow.
Me puse de pie y golpeé la mesa con las dos manos. La furia me estranguló y
cerré los ojos para controlar mi genio antes de tomarla con la asistente de mi
hermano.
—Pero es una cuenta diminuta.
—Ella no es más que una asistente, señor Alex  Claro que es una cuenta
diminuta. Solo alguien que está enamorado de ella la dejaría trabajar en una
cuenta de un millón de dólares y un contrato de marketing de diez años. —Sin
mirarme se giró y salió del despacho.
Lucia no me contestó al móvil, ni al teléfono de su casa, ni a ningún email de los
que le mandé a la cuenta personal que tenía en su archivo. Ni llamó, ni pasó por allí, ni dio ninguna indicación de que quisiera hablar conmigo. Pero cuando
sientes que te han abierto en canal el pecho con un pico y no puedes dormir,
haces cosas como mirar en su información confidencial la dirección del
apartamento de tu asistente, vas hasta allí en el coche un sábado a las cinco de la
mañana y esperas a que salga.
Y como no salió del apartamento en un día entero, convencí al guardia de
seguridad de que era su primo y estaba preocupado por su salud. Él me
acompañó arriba y se quedó detrás de mí cuando llamé a la puerta.
El corazón me latía tan fuerte que parecía que estuviera a punto de salírseme
del pecho. Oí que alguien se movía dentro y caminaba hacia la puerta. Podía
prácticamente sentir su cuerpo a centímetros del mío, separado por la madera.
Una sombra apareció en la mirilla. Y después, silencio.
—Lucia.
No abrió la puerta, pero tampoco se apartó.
—Cariño, por favor, abre la puerta. Necesito hablar contigo.
Después de lo que me pareció una hora, dijo:
—No puedo, Alex.
Apoy é la frente contra la puerta y también las palmas. Tener algún
superpoder me habría venido bien en ese momento. Manos que escupían fuego, o
la sublimación, o solo la capacidad de encontrar algo adecuado que decir. En ese
momento eso me parecía imposible.
—Lo siento.
Silencio.
—Lucia…  Lo entiendo, ¿vale? Repróchame que he vuelto a ser un
capullo. Dime que me den. Hazlo a tu manera… pero no te vay as.
Silencio. Todavía estaba ahí. Podía sentirla.
—Te echo de menos. Joder que si te hecho de menos. Mucho.
—Alex … ahora no, ¿vale? No puedo hacer esto.
« ¿Estaba llorando?» Odiaba no saberlo.
—Oy e, tío. —El guardia de seguridad sonaba como si ese fuera el último
lugar en el que quisiera estar y se veía que estaba cabreado porque le había
mentido—. Esto no es por lo que dijiste que querías subir. Parece estar bien.
Vamos.
Me fui a casa y me bebí una buena cantidad de whisky. Durante dos semanas
estuve jugando al billar en un bar sórdido e ignoré a mi familia. Llamé a la
empresa para decir que estaba enfermo y solo salí de la cama para coger de vez
en cuando un cuenco de cereales, rellenar el vaso o ir al baño, donde siempre
que veía mi reflejo me mostraba el dedo en un gesto grosero. Estaba deprimido,
y como nunca antes había experimentado nada como eso, no tenía ni idea de
cómo salir de ello.
Mi madre vino con algo de comida y la dejó en la puerta.
Mi padre me dejaba mensajes de voz con las cosas que pasaban en el
trabajo.
Mina me trajo más whisky.
Por fin vino Henry, con el único juego de llaves de repuesto de mi casa que
había, me tiró agua helada encima y después me pasó un recipiente de comida
china. Me comí la comida mientras él me amenazaba con pegar fotos de Lucia
por toda la casa si no me recuperaba de una vez y volvía al trabajo.
Durante las siguientes semanas Sara supuso que estaba perdiendo la cabeza
poco a poco y empezó a pasar para darme informes una vez a la semana. Se
mantenía estrictamente profesional, diciéndome cómo le iba a Lucia en su nuevo
trabajo con Julian. Su proyecto iba bien. Los de Sanders la adoraban. Había
hecho una presentación de la campaña a los ejecutivos y le habían dado el visto
bueno. Nada de todo aquello me sorprendió. Lucia era mucho mejor que todos
los que trabajaban allí.
Ocasionalmente Sara dejaba caer algo más. « Ha vuelto al gimnasio» ,
« Tiene mejor aspecto» o « Se ha cortado el pelo un poco más corto, y le queda
muy bien» o « Salimos todas el sábado. Creo que se lo pasó bien, pero se fue
pronto» .
« ¿Será porque tenía una cita?» , me pregunté. Y después descarté esa idea.
No me la podía imaginar viendo a otra persona. Sabía cómo había sido lo nuestro
y estaba bastante seguro de que Lucia tampoco estaba viendo a nadie más.
Esos « informes» nunca eran suficientes. ¿Por qué no podía Sara sacar su
teléfono y hacerle unas cuantas fotos? Estaba deseando encontrarme con Lucia
en una tienda o por la calle. Incluso fui a La Perla un par de veces. Pero no la vi
en dos meses.
Un mes vuela cuando te estás enamorando de la mujer con la que antes
tenías sexo. Dos son una eternidad cuando la mujer que quieres te deja.
Así que cuando se acercaba la fecha de su presentación y oí en boca de Sara
que Lucia estaba preparada y que manejaba a Julian con disciplina de hierro,
pero que también parecía « un poco más pequeña y menos ella» , por fin reuní el
valor que necesitaba.
Me senté en mi mesa, abrí PowerPoint y saqué el plan de Papadakis. A mi
lado en la mesa, el teléfono sonó. Pensé en no contestar, porque quería
centrarme en aquello y solo aquello.
Pero era un número local desconocido y una parte importante de mi cerebro
quiso pensar que podría ser Lucia.
—Alejandro Rivera
La risa de una mujer se oy ó al otro lado de la línea.
—Mira, guapo, eres un cabrón gilipollas.

Hermoso desastre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora