Como esperaba, el vuelo a San Diego me dio tiempo para pensar. Me sentía
querida y descansada después de la visita a mi padre. Tras su cita con el
gastroenterólogo, que nos tranquilizó diciéndonos que el tumor era benigno, nos
pasamos el resto del tiempo hablando y recordando a mamá, incluso planeando
un viaje para que viniera a verme a Chicago.
Para cuando me despidió con un beso, yo me sentía lo más preparada
posible, teniendo en cuenta la situación. Estaba muy nerviosa por volver a ver
cara a cara al señor Alex, pero me había dado a mí misma la mejor charla de
preparación posible, y había hecho varias compras por internet y tenía la maleta
llena de nuevas « braguitas poderosas» . Había pensado mucho en mis opciones y
estaba bastante segura de que tenía un plan.
El primer paso era admitir que este problema venía de algo más que de la
tentación que producía la cercanía. Estar separados por miles de kilómetros de
distancia no había servido para calmar mi necesidad. Había soñado con él casi
cada noche, despertándome cada mañana frustrada y sola. Había pasado
demasiado tiempo pensando en lo que estaría haciendo, preguntándome si estaría
tan confundido como y o e intentando arrancarle a Sara toda la información que
podía sobre cómo iban las cosas por allí.
Sara y yo tuvimos una interesante conversación cuando me llamó para
informarme de cómo iba lo de mi sustitución temporal. Me reí como una
histérica cuando me enteré de la sucesión de asistentes. Por supuesto que a
Alex le estaba costando mantener a alguien cerca de él. Era un gilipollas.
Yo estaba acostumbrada a sus cambios de humor y a su actitud hosca;
profesionalmente nuestra relación funcionaba como un reloj. Pero el lado
personal era una pesadilla. Casi todo el mundo lo sabía, aunque no conocían el
alcance de la situación.
Muchas veces recordé nuestros últimos días juntos. Algo en nuestra relación
estaba cambiando y y o no estaba segura de cómo me hacía sentir eso. No
importaba cuántas veces nos dijéramos que no iba a volver a pasar, porque lo
haría. Estaba aterrada de que ese hombre, que era mucho más que malo para
mí, tuviera más control sobre mi cuerpo de lo que lo tenía y o, no importaba
cuánto intentara convencerme a mí misma de lo contrario.
No quería ser una mujer que sacrificaba sus ambiciones por un hombre.
De pie en la zona de llegadas, me di una última charla de preparación. Podía
hacerlo. Oh, Dios, esperaba poder hacerlo. Las mariposas de mi estómago no
paraban de revolotear y me preocupé brevemente por si acababa vomitando.
Su avión se había retrasado en Chicago y eran más de las seis y media
cuando por fin aterrizó en San Diego. Aunque el tiempo en el avión me había
venido bien para pensar, las otras siete horas de espera posteriores solo habían
vuelto a poner en funcionamiento mis nervios.
Me puse de puntillas intentando ver mejor entre la multitud, pero no lo vi.
Volví a mirar mi móvil y leí otra vez su mensaje.
Acabo de aterrizar. Nos vemos en unos minutos.
No había nada sentimental en ese mensaje, pero hizo que me diera un vuelco
el estómago. Nuestros mensajes de la noche anterior habían sido igual; nada de lo
que dijimos era especial, solo le pregunté qué tal había ido el resto de la semana.
Eso no se consideraría inusual en ninguna otra relación, pero era algo totalmente
nuevo para nosotros. Tal vez había una posibilidad de que pudiéramos dejar a un
lado la animosidad constante y acabar siendo… ¿qué, amigos?
Con el estómago hecho un nudo empecé a caminar arriba y abajo, deseando
que mi mente cambiara de marcha y se calmaran los latidos de mi corazón. Sin
pensarlo me paré a medio paso y me volví hacia la multitud que se acercaba,
buscándolo entre la marea de caras desconocidas. Me quedé sin aliento cuando
una mata de pelo conocido destacó entre las demás.
« Por Dios, compórtate, Lucia» .
Intenté una vez más mantener mi cuerpo bajo control y volví a levantar la
vista. « Joder, estoy hecha una mierda» . Ahí estaba, mejor de lo que nunca le
había visto. ¿Cómo demonios consigue una persona mejorar su aspecto en nueve
días y bajar de un avión sin haber perdido ni un ápice de encanto?
Era casi una cabeza más alto que las personas que lo rodeaban, ese tipo de
altura que resalta entre la multitud, y yo le di gracias al universo por eso. Su pelo
oscuro estaba tan alborotado como siempre; sin duda se había pasado las manos
por el pelo cien veces durante la última hora. Llevaba pantalones de sport
oscuros, un blazer color carbón y una camisa blanca con el cuello desabrochado.
Parecía cansado y se veía un principio de barba en su cara, pero eso no fue lo
que hizo que mi corazón se pusiera a mil por hora. Él iba mirando al suelo, pero
en cuanto nuestras miradas se encontraron, su cara se dividió con la sonrisa más
abiertamente feliz que le había visto nunca. Antes de que pudiera evitarlo, sentí
explotar también mi sonrisa, amplia y nerviosa.
Él se detuvo frente a mí, con una expresión un poco más tensa de lo normal;
los dos esperábamos que el otro dijera cualquier cosa.
—Hola —dije algo violenta, intentando liberar algo de la tensión que había
entre nosotros.
Todas las partes de mi cuerpo querían empujarlo hacia el baño de señoras,
pero no sé por qué me pareció que no era la mejor manera
—Eh… Hola —respondió con la frente un poco arrugada.
« ¡Joder, despierta, Lucia!»
Ambos nos volvimos para dirigirnos a la cinta de equipajes y y o sentí que se
me ponía toda la piel de gallina solo por estar cerca de él.
—¿Qué tal el vuelo? —le pregunté aunque sabía cuánto odiaba volar en
compañías aéreas comerciales, aunque fuera en primera clase. Aquella situación
era tan ridícula… Estaba deseando que dijera alguna estupidez para que pudiera
contestarle con un grito.
Él pensó un momento antes de responder.
—Bueno, no ha estado mal una vez que hemos logrado despegar. No me gusta
lo llenos que van los aviones. —Se detuvo y esperó, rodeado por el bullicio de la
gente, pero lo único que yo noté fue la tensión que crecía entre nosotros y cada
centímetro de espacio que había entre nuestros cuerpos—. ¿Y cómo se encuentra
tu padre? —preguntó un momento después.
Asentí.
—Era benigno. Gracias por preguntar.
—De nada.
Pasaron varios minutos en un incómodo silencio y yo me sentí más que
aliviada al ver salir su equipaje por la cinta. Ambos fuimos a cogerlo al mismo
tiempo y nuestras manos se tocaron brevemente sobre el asa. Me aparté y al
levantar la vista me encontré con su mirada.
Se me cay ó el alma a los pies al ver en sus ojos el ansia que tan bien conocía.
Ambos murmuramos unas disculpas y y o aparté la mirada, pero no antes de ver
la sonrisita que aparecía en su cara. Afortunadamente y a era el momento de ir a
recoger el coche de alquiler y ambos nos dirigimos hacia el aparcamiento.
Pareció satisfecho cuando nos acercamos al coche, un Mercedes Benz SLS
AMG. Le encantaba conducir (bueno, lo que le gustaba era ir rápido) y yo,
siempre que necesitaba un coche, intentaba alquilarle alguno con el que pudiera
divertirse.
—Muy bonito, señorita Lucia —dijo pasando la mano sobre el capó—.
Recuérdeme que me plantee subirle el sueldo.
Sentí que el deseo familiar de darle un puñetazo recorría mi cuerpo y eso me
calmó. Todo era mucho más fácil cuando él se comportaba como un gilipollas
integral.
Al pulsar el botón para abrir el maletero le dediqué una mirada de reproche y
me aparté para que metiera sus cosas. Se quitó la chaqueta y me la dio. Yo la tiré
en el maletero.
—¡Ten cuidado! —me reprendió.
—Yo no soy tu botones. Guarda tú tu propia chaqueta.
Él se rió y se agachó para coger su maleta.
—Dios, solo quería que me la sujetaras un momento
—Oh. —Con las mejillas ruborizadas por mi reacción exagerada, estiré el
brazo, recogí la chaqueta y la doblé sobre mi brazo—. Perdón.
—¿Por qué asumes siempre que me voy a comportar como un capullo?
—¿Porque normalmente lo eres?
Con otra carcajada, metió la maleta en el maletero.
—Debes de haberme echado mucho de menos.
Abrí la boca para contestar pero me distraje mirándole los músculos de la
espalda que le tensaron la camisa al colocar su equipaje en el maletero al lado
del mío. De cerca me di cuenta de que la camisa blanca tenía un sutil estampado
gris y que estaba hecha a medida para ceñir sus anchos hombros y su estrecha
cintura sin que le sobrara tela por ninguna parte. Los pantalones eran gris oscuro
y estaban perfectamente planchados. Estaba segura de que él nunca se hacía su
propia colada y, maldita sea, ¿quién iba a echárselo en cara cuando estaba tan
sexy con las prendas a medida que le limpiaban en la tintorería?
« ¡Para y a!»
Cerró el maletero con un golpe, sacándome de mi ensoñación, y yo le di las
llaves cuando me tendió la mano. Él dio la vuelta, abrió mi puerta, y esperó a que
me sentara antes de cerrarla. « Sí, eres un verdadero caballero…» , pensé.
Condujo en silencio; los únicos sonidos eran el ronroneo del motor y la voz del
GPS dándonos direcciones para llegar al hotel. Yo me entretuve repasando la
agenda e intentando ignorar al hombre que tenía al lado.
Quería mirarlo, estudiar su cara. Estaba deseando estirar la mano y tocar la
sombra de barba de su mandíbula, decirle que parara y me tocara.
Todos esos pensamientos no dejaban de pasar por mi mente, lo que me hizo
imposible concentrarme en los papeles que tenía delante. El tiempo que
habíamos pasado separados no había aplacado en absoluto el efecto que tenía
sobre mí. Quería preguntarle cómo habían ido las dos últimas semanas. La
verdad es que lo que quería saber era cómo estaba.
Con un suspiro cerré la carpeta que tenía en el regazo y me volví para mirar
por la ventanilla.
Debimos pasar junto al océano, buques de la Marina y gente pasando por las
calles, pero y o no vi nada. Lo único que había en mi mente era lo que había en el
interior del coche. Sentía cada movimiento, cada respiración. Sus dedos daban
golpecitos contra el volante. La piel chirriaba cuando se movía en el asiento. Su
olor llenaba el espacio cerrado y me hacía imposible recordar por qué
necesitaba resistirme. Él me envolvía completamente.
Tenía que ser fuerte para probar que era yo quien controlaba mi vida, pero
todas las partes de mí me pedían a gritos sentirlo. Necesitaría recomponerme en
el hotel antes del congreso, pero con él tan cerca, todas esas buenas intenciones
me abandonaron.
—¿Está bien, señorita Lucia? —El sonido de su voz me sobresaltó y me volví
para encontrarme con sus ojos color verde. Mi estómago se llenó otra vez de
mariposas al ver la intensidad que había tras ellos. ¿Cómo había podido olvidar lo
largas que eran sus pestañas?
—Ya hemos llegado. —Señaló el hotel y me sorprendí de que ni siquiera me
hubiera dado cuenta—. ¿Va todo bien?
—Sí —respondí con rapidez—. Es que ha sido un día muy largo.
—Hummm —murmuró sin dejar de mirarme. Vi que su mirada pasaba a mi
boca y Dios, cómo quería que me besara. Echaba de menos el dominio de sus
labios sobre los míos, como si no hubiera nada en el mundo que pudiera desear
más que saborearme. Y sospechaba que a veces eso podía incluso ser cierto.
Como si me viera de alguna forma atraída por él, me incliné hacia su asiento.
La electricidad se puso en funcionamiento entre nosotros y volvió a mirarme a
los ojos. Él también se inclinó para acercarse a mí y sentí su aliento caliente
contra la boca.
De repente mi puerta se abrió y yo di un salto en el asiento, sobresaltada al
ver al botones del hotel allí de pie, expectante, con la mano tendida. Salí del
coche e inspiré hondo el aire que no estaba lleno de su olor intoxicante. El botones
cogió las maletas y el señor Alex se disculpó para ir a contestar una llamada
mientras nos registrábamos.
El hotel estaba lleno de otros asistentes al congreso y vi varias caras que me
eran familiares. Había hecho planes para quedar con un grupo de alumnos de mi
máster en algún momento de aquel viaje. Saludé con la mano a una mujer que
reconocí. Estaría muy bien poder ver a amigos mientras estábamos allí. Lo
último que necesitaba era sentarme sola en mi habitación del hotel y fantasear
con el hombre que estaría abajo, en la sala.
Después de que me dieran las llaves y de decirle al botones que subiera las
maletas a nuestras habitaciones, me dirigí al salón en busca del señor Alex. La
recepción de bienvenida estaba en su apogeo y, tras examinar la gran estancia, lo
encontré al lado de una morena muy alta. Estaban bastante juntos, con la cabeza
de él un poco inclinada para escucharla.
Su cabeza no me dejaba ver la cara de la mujer y entorné los ojos cuando
me di cuenta de que ella levantaba la mano y le agarraba el antebrazo. Se rió por
algo que él dijo y se apartó un poco, lo que me dejó verla mejor.
Era guapísima, con un pelo liso y negro que le llegaba por los hombros.
Mientras la miraba, ella le puso algo en la mano y le cerró los dedos sobre ello.
Una expresión extraña cruzó la cara del señor Alex cuando miró lo que tenía en
la mano.
« Tiene que estar de coña. ¿Le acaba… Le acaba de dar la llave de su
habitación?»
Los observé un momento más y entonces algo dentro de mí saltó al ver que
seguía mirando la llave como si estuviera pensándose si metérsela o no en el bolsillo. Solo pensar en él mirando a otra mujer con la misma intensidad,
deseando a otra, hizo que el estómago se me retorciera por la furia. Antes de
poder detenerme, crucé con decisión la sala hasta llegar junto a ambos.
Le puse la mano en el antebrazo y él parpadeó al mirarme, con una
expresión de duda en la cara.
—Alex, ¿ya podemos subir a la habitación? —le pregunté en voz baja.
Él abrió mucho los ojos y también la boca por el asombro. Nunca le había
visto tan mudo como en ese momento.
Y entonces me di cuenta: yo nunca antes le había llamado por su nombre de
pila.
—¿Alex? —volví a preguntar y algo pasó como un relámpago por su cara.
Lentamente la comisura de su boca se elevó hasta formar una sonrisa y nuestras
miradas se encontraron un momento.
Al volverse hacia ella, él sonrió con condescendencia y habló en una voz tan
suave que hizo que me estremeciera.
—Discúlpanos —dijo, devolviéndole discretamente su llave—. Como ves, no
he venido solo.
El pulso acelerado provocado por la victoria eclipsó completamente el horror
que debería estar sintiendo en ese momento. Él colocó su mano cálida en la parte
baja de mi espalda mientras me guiaba hacia la salida del salón y después
cruzamos el vestíbulo. Pero cuando nos acercábamos a los ascensores, mi
euforia se fue viendo reemplazada por otra cosa. Me empezó a entrar el pánico
cuando me di cuenta de lo irracional de mi comportamiento.
Recordar nuestro constante juego del gato y el ratón me agotaba. ¿Cuántas
veces al año viajaba él? ¿Cuántas veces le habrían puesto una llave en la mano?
¿Iba a estar allí todas las veces para alejarle de la tentación? Y si no estaba, ¿se
metería tranquilamente en la habitación de otra?
Y, además, ¿quién demonios creía que podría ser para él? ¡Y a mí no debería
importarme!
Tenía el corazón a mil por hora y la sangre me atronaba en los oídos. Otras
tres parejas se metieron con nosotros en el ascensor y yo recé para poder llegar
a mi habitación antes de explotar. No me podía creer lo que acababa de hacer.
Levanté la vista y le vi con una sonrisita triunfante.
Inspiré hondo e intenté recordarme que eso era exactamente lo que
necesitaba para permanecer alejada. Lo que había pasado en el salón no era algo
propio de mí y sí, algo muy poco profesional por parte de ambos, sobre todo en
un lugar público de trabajo. Quería gritarle, hacerle daño, enfurecerlo como él
me había hecho enfurecer a mí, pero cada vez me costaba más encontrar la
voluntad para hacerlo.
Subimos en un silencio tenso hasta que la última pareja salió del ascensor y
nos dejó solos. Cerré los ojos, intentando centrarme solo en respirar, pero, por supuesto, todo lo que podía oler allí era a él. No quería que estuviera con nadie
más y ese sentimiento era tan abrumador que me dejaba sin aliento. Y era
aterrador, porque si tenía que ser sincera conmigo misma, él podía destrozarme
el corazón.
Podría destrozarme a mí.
El ascensor paró con un timbrazo suave y las puertas se abrieron en nuestra
planta.
—¿Lucia? —me dijo con la mano en mi espalda.
Me volví y salí apresuradamente del ascensor.
—¿Adónde vas? —gritó desde detrás de mí. Oí sus pasos y supe que iba a
haber problemas—. ¡Lucia, espera!
No podía huir de él para siempre. Ni siquiera estaba segura de que quisiera
seguir haciéndolo.
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Hermoso desastre
FanfictionLucia Sandoval se ha relacionado con los Rivera desde que era una mocosa, así que cuando necesita una beca para finalizar su tesis en empresariales enseguida recurre a la Compañía Rivera Media. Lo que no se imaginaba es que tendría que trabajar para...