cap 2

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Llevaba mirando al techo desde que me había despertado hacía treinta
minutos. El cerebro: hecho un lío. La polla: como una piedra.
Bueno, como una piedra otra vez.
Fruncí el ceño sin dejar de mirar el techo. No importaba cuántas veces me
hubiera masturbado desde que ella me dejó el día anterior, aquello no parecía
bajar nunca. Y aunque nunca creí que fuera posible, era peor que los otros
cientos de veces que me había levantado así. Porque esta vez sabía lo que me
estaba perdiendo. Y eso que ella ni siquiera me había dado la oportunidad de
correrme.
Nueve meses. Nueve putos meses de erecciones matutinas, de
masturbaciones y de infinitas fantasías con alguien que ni siquiera deseaba.
Bueno, eso no era del todo cierto. La deseaba. La deseaba más que a ninguna
otra mujer que hubiera visto en la vida. El mayor problema era que también la
odiaba.
Y ella me odiaba a mí. Pero me odiaba de verdad. En mis treinta y un años
nunca había conocido a nadie que me sacara de quicio como lo hacía la señorita Sandoval
Solo su nombre ya me ponía a mil. « Maldita traidora» . Bajé la vista hacia el
lugar donde estaba formando una tienda de campaña con las sábanas. Ese
estúpido apéndice era el que me había metido en ese lío en un primer momento.
Me froté la cara con las manos y me senté en la cama.
« ¿Por qué demonios no he podido mantenerla metida en los pantalones?» Lo
había conseguido durante casi un año. Y funcionaba. Guardaba las distancias, le
daba órdenes... Joder, tenía que admitir que había sido un verdadero cabrón ese
tiempo. Y de repente, perdí la cabeza sin más. Solo hizo falta un momento.
Sentado en aquella sala en silencio, su olor me envolvió y esa dichosa falda... Y
la forma en que me puso el trasero en la cara... Perdí el control.
Estaba seguro de que si me la tiraba una vez sería algo decepcionante y
dejaría de desearla tanto. Por fin tendría algo de paz. Pero ahí estaba de nuevo,
en mi cama, empalmado como si no me hubiera corrido en semanas. Miré el
reloj; solo habían pasado cuatro horas.
Me di una ducha rápida, frotándome con fuerza como para borrar cualquier
rastro que me quedara de ella de la noche anterior. Iba a parar eso: tenía que
hacerlo. Alex Rivera no actuaba como un adolescente en celo, y sin duda no iba
follándose por ahí a las chicas de la oficina. Lo último que necesitaba era una
mujer dependiente fastidiándolo todo. No podía permitir que la señorita Sandoval
tuviera ese control sobre mí.
Todo iba mucho mejor antes de saber lo que me estaba perdiendo. Por muy
horrible que fuera entonces, ahora era un millón de veces peor.
Iba de camino a mi despacho cuando entró ella. Por la forma en la que se había
ido la noche anterior (prácticamente salió corriendo), suponía que podía esperar
una de dos: o aparecería por la mañana haciéndome ojitos y pensando que lo de
anoche significaba algo, que « nosotros» éramos algo, o iba a hacerme la vida
imposible.
Si alguien se enteraba de lo que habíamos hecho, no solo podía perder mi
trabajo, sino que podía perder todo por lo que había luchado. Pero, por mucho
que la odiara, no la veía haciendo algo como eso. Si había algo que había
aprendido sobre la señorita Sandoval en ese tiempo era que se trataba de una persona
leal, en quien se podía confiar. Llevaba trabajando para Rivera Media Group
desde la universidad y por algo se había convertido en una parte muy valiosa de
la empresa. Ahora le quedaban solo unos meses para acabar su máster y después
podría escoger el trabajo que más le gustara. Seguro que no iba a poner eso en
peligro.
Pero, joder, lo que hizo fue ignorarme. Entró llevando una gabardina hasta la
rodilla que ocultaba cualquier cosa que llevara debajo, pero que le servía más
que bien para mostrar esas piernas fantásticas que tenía.
Oh, mierda... Si llevaba esos zapatos había posibilidades de que... « No, ese
vestido no. Por favor, por el amor de Dios, ese vestido no...» Sabía
perfectamente que no había forma de que tuviera fuerza de voluntad para
soportar aquello justo ese día.
La miré fijamente mientras colgaba la gabardina en el armario y se sentaba
en su mesa.
Madre de Dios, esa mujer era la may or tentación del mundo.
Y sí, llevaba el vestido blanco. Con un escote bastante pronunciado que
acentuaba la suave piel del cuello y las clavículas y la tela blanca pegándose
perfectamente a esos pechos increíbles; ese vestido era la ruina de mi existencia,
mi cielo y mi infierno en un envoltorio delicioso.
La falda le llegaba justo por debajo de las rodillas y era lo más sexy que
había visto en mi vida. No era provocativo en sí mismo, pero había algo en el
corte y en ese maldito blanco virginal que me tuvo de nuevo como una moto
prácticamente todo el día. Y siempre se dejaba el pelo suelto cuando se ponía ese
vestido. Una de mis fantasías recurrentes era quitarle todas las horquillas del pelo
y agarrárselo mientras me la follaba.
Dios, es que siempre me ponía de mal humor.
Como siguió sin hacerme ni caso, me volví y entré como un torbellino en mi
oficina y di un portazo. ¿Por qué seguía afectándome así? Nada ni nadie me
habían distraído así y la odiaba por ser la primera en conseguirlo.
Pero una parte de mí lo que odiaba era el recuerdo de su expresión victoriosa
cuando me dejó sin aliento y prácticamente suplicándole que me la chupara. Esa
chica los tenía bien puestos.
Me tragué la sonrisa que surgía en mis labios y me centré en seguir
odiándola.
Trabajo. Me centraría en el trabajo y dejaría de pensar en ella. Caminé hasta
mi mesa y me senté intentando dirigir mi atención a cualquier cosa salvo la
sensación extraordinaria de sus labios rodeándome la noche anterior.
« No es el momento, Alex» .
Abrí mi ordenador portátil para comprobar mi agenda para ese día. Mi
agenda... Mierda. Ella tenía la versión más actualizada en su ordenador.
Esperaba no perderme ninguna reunión esa mañana, porque no estaba dispuesto
a pedirle a la « Princesa de hielo» que entrara en mi despacho hasta que no
fuera absolutamente necesario.
Estaba revisando una hoja de cálculo cuando oí que llamaban a mi puerta.
-Adelante -dije.
De repente un sobre blanco cay ó de golpe en mi mesa. Levanté la vista y vi a
la señorita Sandoval mirándome con una ceja enarcada insolentemente. Sin decir ni
una palabra se dio la vuelta y salió de mi despacho.
Miré fijamente el sobre con un ataque de pánico. Seguramente era una carta
formal detallando mi conducta y expresando su intención de ponerme una
demanda por acoso. Esperaba un membrete y su firma al final de la página.
Lo que no me esperaba era el recibo de una tienda de ropa de internet... Y
cargado en la tarjeta de crédito de la empresa. Me levanté de la silla de un salto
y salí corriendo de mi despacho tras ella. Se dirigía hacia las escaleras. Bien.
Estábamos en la planta dieciocho y seguramente nadie aparte de ella y yo iba a
utilizar esas escaleras. Podía gritarle todo lo que quisiera y nadie se iba a enterar.
La puerta se cerró con un ruido metálico y sus tacones resonaron bajando los
escalones justo delante de mí.
-Señorita Sandoval, ¿dónde demonios cree que va?
Ella siguió andando sin volverse.
-Es la hora del café, así que en mi calidad de « secretaria» , que es lo que
soy -dijo entre dientes-, voy a la cafetería de la planta catorce a buscarle uno.
Usted no puede pasar sin su dosis de cafeína.
¿Cómo alguien tan sexy podía ser tan arpía a la vez? La alcancé en el rellano
entre dos plantas, la agarré del brazo y la empujé contra la pared. Ella entornó
los ojos despectivamente y siseó con los dientes apretados. Le puse el recibo
delante de la cara y la miré fijamente.
-¿Qué es esto?
Ella sacudió la cabeza.
-¿Sabes? Para ser un pedante sabelotodo a veces eres muy tonto. ¿Tú qué
crees? Es un recibo.
-Ya me he dado cuenta -gruñí arrugando el papel. La pinché con una parte
puntiaguda del recibo en la delicada piel justo encima de uno de sus pechos; sentí
que mi polla se despertaba cuando ella soltó una exclamación ahogada y sus
pupilas se dilataron-. ¿Por qué te has comprado ropa y la has cargado a la
tarjeta de la empresa?
-Porque un cabrón me hizo jirones la blusa. -Se encogió de hombros y
después acercó la cara un poco y susurró-. Y las bragas.
Joder.
Inspiré hondo por la nariz y tiré el papel al suelo, me incliné hacia delante y
uní mis labios con los de ella mientras enredaba los dedos en su pelo, apretando
su cuerpo contra la pared. Mi polla latía contra su abdomen mientras sentía que
su mano seguía el mismo camino que la mía y se metía entre mi pelo para
agarrármelo con fuerza.
Le subí el vestido por los muslos y gemí dentro de su boca cuando mis dedos
encontraron otra vez el borde de encaje de sus medias hasta el muslo. Lo hacía
para atormentarme, seguro. Sentí que me pasaba la lengua sobre los labios
mientras yo rozaba con los dedos la tela cálida y húmeda de sus bragas. Las
agarré con fuerza y les di un fuerte tirón.
-Pues apunta que tienes que comprarte otras -le dije y después le metí la
lengua dentro de la boca.
Ella gimió profundamente cuando metí dos dedos en su interior. Estaba
todavía más húmeda de lo que estaba la noche anterior, si es que eso era posible.
« Menuda situación tenemos ahora mismo entre manos» . Ella se apartó de mis
labios con una exclamación cuando empecé a follarla con los dedos con fuerza
mientras con el pulgar le frotaba con energía y ritmo el clítoris.
-Sácatela -me dijo-. Necesito sentirte. Ahora.
Yo entrecerré los ojos, intentando ocultar el efecto que sus palabras tenían en
mí.
-Pídamelo por favor, señorita Sandoval
-Ahora -dijo con mayor urgencia.
-¿Eso no es un poco exigente?
Me dedicó una mirada que le habría minado la moral a alguien menos
canalla que y o, y no pude evitar reírme. Sandoval sabía defender su territorio.
-Tienes suerte. Hoy me siento generoso.
Me quité todo lo rápido que pude el cinturón, los pantalones y los calzoncillos
antes de levantarla a pulso y embestirla. Dios, qué sensación. Mejor que nada.
Eso explicaba por qué no podía quitármela de la cabeza. Algo me decía que
nunca me iba a hartar de eso.
-Maldita sea -murmuré.
Ella inspiró con fuerza y sentí que me apretaba. Su respiración se había vuelto
irregular. Mordió el hombro de mi chaqueta y me rodeó con una pierna cuando
empecé a moverme rápido y fuerte con ella aún contra la pared. En cualquier
momento alguien podía aparecer en las escaleras y pillarme follándomela, pero
nada podía importarme menos en aquel momento. Necesitaba quitármela de la
cabeza cuanto antes.
Levantó la cabeza y fue mordisqueándome el cuello hasta que atrapó mi
labio inferior entre los dientes.
-Cerca -me dijo con voz grave y apretó su pierna alrededor de mi cintura
para acercarme y profundizar más-. Estoy cerca.
« Perfecto» .
Enterré mi cara en su cuello y en su pelo para amortiguar mi gemido al
correrme con fuerza y sin avisar dentro de ella, apretándole el trasero con las
manos. Y salí antes de que pudiera frotarse más contra mí, dejándola en el suelo
sobre sus piernas inestables.
Me miró con la boca abierta y los ojos en llamas. Las escaleras se llenaron
de un silencio sepulcral.
-¿En serio? -dijo resoplando sonoramente. Echó la cabeza hacia atrás y
golpeó la pared con un ruido seco.
-Gracias, ha sido fantástico. -Me subí los pantalones que tenía a la altura de
las rodillas.
-Eres un cabrón.
-Creo que eso y a me lo habías dicho -murmuré bajando la vista para
subirme la cremallera.
Cuando volví a levantarla, ella se había arreglado el vestido, pero se la veía
hermosamente desaliñada, y parte de mí deseó estirar el brazo y deslizar la
mano entre sus piernas para hacer que se corriera. Pero una parte de mí aún
may or estaba disfrutando con la furiosa insatisfacción que había en sus ojos.
-El que siembra vientos, recoge tempestades, por así decirlo.
-Qué pena que seas un polvo tan malo -respondió con frialdad. Se volvió
para seguir bajando las escaleras, pero se detuvo de repente y se volvió para
mirarme-. Y qué suerte que esté tomando la píldora. Gracias por preguntar,
imbécil.
La vi desaparecer bajando las escaleras y gruñí mientras regresaba a mi
despacho. Me dejé caer en la silla con un resoplido y me pasé las manos por el
pelo antes de sacar sus bragas rotas de mi bolsillo. Me quedé mirando la seda
blanca que tenía entre los dedos durante un momento y después abrí el cajón de mi mesa y las metí dentro junto con las de la noche anterior.

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