Capítulo 40. La mentira no era mentira - Parte 1.

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El día estaba nublado, o al menos así lo recordaba él. La fecha exacta se le escurría de su memoria, habían pasado muchos siglos desde que la conoció. Era una mañana fría, pero eso no parecía ser un problema para los niños de la aldea que corrían unos detrás de otros jugando, riendo, saltando sobre los charcos de agua, fruto de la fuerte lluvia del día anterior.

La alegre risa de los críos llegó hasta los oídos del niño solitario sentado en la acera, apartado del resto. No se le daba muy bien eso de integrarse con los demás, principalmente porque no lograba encajar en ningún grupo. Así que prefería pasar el rato dibujando, justo como lo hacía en ese momento, aunque a veces no podía evitar sentirse como un bicho raro observando a los demás divertirse desde la distancia.

Estaba tan concentrado en los finos trazos del lápiz que no se percató que un par de zapatos pequeños y de color rosa entraron en su campo de visión. Alguien estaba de pie frente a él. Cuando alzó la mirada se encontró con unos ojos grandes y brillantes que lo observaban con curiosidad. 

Era una niña. Debía ser unos años menor que él. Rizos castaños enmarcaban un rostro que lucía frágil y delicado. Le recordó a una muñeca de porcelana, como la que conservaba en casa su madre de cuando era pequeña. 

—¿Qué dibujas? —preguntó. Su voz era suave, con una nota infantil. Tomándolo desprevenido, se inclinó hacia delante para obtener un vistazo. El niño cerró su libreta de golpe, impidiéndole ver sus dibujos. La miró con desconfianza, de pronto sintiéndose inhibido.

—Nada —respondió, tajante. Ancló sus ojos negros a los castaños de ella, intentando descifrar sus intenciones, pero todo lo que halló fue transparencia y una genuina afabilidad.

—Si no estás dibujando nada, ¿por qué no vienes a jugar con nosotros? —retó con los brazos en jarra, pero manteniendo su sonrisa amable.

¿Por qué era tan entrometida? 

Giró la cabeza en dirección al grupo de niños para observarlos. Todos parecían divertirse. Notó que se llevaban muy bien entre sí. Eran unidos, pero él sabía que también eran exclusivos.

La última vez que había intentado unírseles, lo habían hecho a un lado. Pero no iba a decirle eso a la recién llegada.

—Yo… No quiero. Me gusta estar solo —aseguró.

—No es cierto. A nadie le gusta estar solo —Frunció el ceño ante la insistencia de la niña.

—Pero prefiero quedarme aquí —refunfuñó. Ella lo miró fijamente con los ojos redondos y marrones, ladeando su cabeza, como si pudiera ver a través de él. 

Tragó saliva, intimidado, y bajó la mirada sin poder sostenérsela por mucho tiempo. La pequeña emanaba una seguridad y determinación que él a pesar de saberse mayor que ella, aun no dominaba. 

—Entonces me quedo contigo —decidió, animada, sentándose frente a él en el césped, sin siquiera preguntarle. 

Ante eso quedó sorprendido. Se sintió extraño. Ningún otro niño había renunciado a jugar con los demás por sentarse con él a hacerle compañía, pero ella sí. Sus ojos se encontraron de nuevo y las comisuras de sus labios se elevaron en una mínima sonrisa. La niña lo tomó como una victoria, la primera de muchas.

Debía admitir que no le molestaba del todo algo de compañía. Pero ahora no sabía qué decirle. No sabía que hacer o cómo actuar para que no se aburriera y se fuera. Por fortuna, ella parecía experta en relacionarse con la gente, y fue quien tomó la iniciativa.

—¿Cómo te llamas?

¿Cómo se llamaba? En ese momento ni se acordaba. Se había quedado hipnotizado viendo cómo un pequeño rayito de sol se colaba en medio de las nubes negras y se fundía en el cabello de la niña, haciéndolo centellear.

Aaron II - FanficDonde viven las historias. Descúbrelo ahora