Capítulo 3.

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Tierra
Múnich, Alemania.

 
La gran biblioteca era una de las más grandes de todo el estado, en cuanto a extensión de volúmenes en clásicos, documentos clasificados y manuscritos originales. Muchos de los archivos más importantes ahí dentro tenían relación, como era de esperarse, con la creación de ambos mundos y la distribución de las familias desde sus inicios.

De pequeño, Deux tuvo en sus manos uno de dichos archivos, cortesía de la abuela. Estaba compuesto por periódicos viejos, investigaciones del siglo XVIII, cartas antiguas y fragmentos de diarios con las teorías más alocadas sobre los primeros Oshantas y sus funciones para mantener el equilibrio de ambas realidades.

Uno de los fragmentos de diarios que más llamó su atención por aquella fecha, al punto de grabarse en su mente de forma perpetua, tenía una relevancia que hasta ese día no cobró ningún sentido para él:

»… Faltará tiempo, mucho tiempo, para que los astros se alineen y los pétalos caigan. El ocaso se alzará un buen día en la cúspide y de una vez por todas, nuestros yo del otro lado del espejo serán uno con nosotros. Faltará tiempo, mucho tiempo, para el descenso de Oshanta.

—Jaen… —llamó a su hermana una vez salió del bucle creado por sus pensamientos, la cual se encontraba unos pasos por delante de él, guiando el camino—. ¿Sabes qué está pasando?

«No», fue lo único que respondió ella antes de darse la vuelta y hacerle un gesto con la mano para que la siguiese. Pasaron entre varios y enormes estantes que formaban un confuso laberinto dentro de aquella gran habitación, hasta quedar frente a un implacable portón de madera fina tallada con la insignia de los Therres, un reloj de arena. Jaen introdujo un código en la pantalla táctil en la pared de al lado, haciendo que este se abriera y diera lugar a una escalera alumbrada, la cual, pensó Deux, debía llevar hacia el mismísimo cielo. A ambos lados de la escalera, las paredes se encontraban adornadas con más y más libros apilados en estantes elevados e incrustados en las mismas. Subieron a lo que parecía ser otro piso, escondido en el edificio el cual no podía notarse desde el exterior del mismo. Era algo desconocido para él hasta ese momento y se preguntó cuántos otros secretos guardarían su familia.

—Por algo es de las más grandes que tiene el país —señaló Jaen.

—No he dicho nada… —dijo él.

—No hace falta que abras la boca. Tu respiración irregular me deja clara tu fascinación por lo que ves.

Deux ignoró eso último. Su hermana había sido entrenada para leer el lenguaje corporal de las personas, por lo cual, mentirle o seguirle el juego: cual de las dos opciones era más ridícula.

El último escalón dio paso a una sala más pequeña que la de abajo, pero de unos tres pisos de altura aproximadamente llenos de libros, cápsulas aclimatadas y archivadores. Al fondo de la estancia se encontraba un escritorio con varias mesas pequeñas alrededor y, hojeando unos documentos como si no hubiese mundo fuera, estaba la abuela caminando en círculos de un lado a otro.

Al notar a los intrusos alzó la vista y acomodó sus espejuelos, ensanchando una sonrisa hacia sus nietos. Se veía hermosa aun con sus más de sesenta años encima, con su canoso cabello recogido en una pulcra cebolla, su recatado traje azul marino y su rostro dulce más allá de su regia fachada de matriarca y señora que llevaba el peso y responsabilidad de miles de personas que componían la familia y sus vasallos.

El primer impulso de Deux fue correr hacia ella y besarle la mano, pero tuvo que parar en seco ante la presencia de alguien más en ese lugar, irrumpiendo en su campo de visión. Una figura bien conocida para él, a quien evitaba a toda costa desde hacía años atrás, caminó hasta quedar al lado de la abuela y posar su mano en el hombro de la misma, provocando a Deux con la mirada.

DESCENSO (FINALIZADA).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora