Capítulo 20.

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Tierra
Múnich, Alemania
 
 
Abrió los ojos antes de que el sol comenzara a salir, todavía de noche. La cama estaba vacía, sin señales de Deux alrededor. No podía seguir durmiendo, tenía demasiado en qué pensar y muy poco tiempo para hacerlo.

Agarró la primera prenda de ropa que vio tirada por el suelo, sin preocuparse por la ropa interior o cuanto pudiese revelar, al fin y al cabo, la residencia seguía casi vacía a excepción de Detroyd y Deux, el cual probablemente hubiese vuelto al cuarto médico del edificio luego de la intensa cogida que se dieron, que acabó dejándola a ella sin gana alguna de levantarse de la cama, y a él con los puntos un poco abiertos nuevamente.

Recordó ese momento con una sonrisa, cuando casi se desmaya al ver la herida sangrando, y luego al pobre teniendo que escoger entre eyacular o correr al cuarto médico. Eligió la primera opción, a fortuna de ambos. Un pequeño punto salido no sería capaz de detener aquel momento.

Salió de la habitación, bajando a la cocina para tomar un poco de agua, notando como las luces de la misma estaban encendidas.

Era él, con una venda nueva, ropa decente y ojeras enormes, tomando un poco de vino mientras miraba la encimera como si el secreto del universo se encontrase ahí donde daba su vista.

Se detuvo en la entrada a la cocina para contemplarlo.

—Te hacía allá arriba —señaló a donde se suponía que estaba el edificio.

—Volví —dijo secamente—. No me llevo muy bien con las camas de hospital.

—Por lo visto no te llevas bien con ninguna —se burló ella—. Nunca duermes lo suficiente.

Se acercó, notando algo raro al estar sentarse en frente suyo, al otro lado de la encimera. Agarró bruscamente su mentón, alzándole el rostro sin ningún cuidado, escrutándolo hasta que se dio por satisfecha de lo que estaba sospechando.

—Lo siento… —murmuró él, para luego dar un sorbo al vino.

—Eres lamentable —dijo ella con molestia en la voz. estaba decepcionada—. No puedo creer que hayas usado el don. ¡Y por lo visto, más de una puta vez!

Dio un golpe estridente al concreto encerado, chillando luego al notar crujir los huesos de sus dedos.

—Solo son unos pocos años. Tampoco me debo ver tan viejo, exagerada.

—No es eso, imbécil —explicó ella, masajeando su mano adolorida por el arrebato—. Pareces unos… que se yo… ¿cuatro años mayor? Lo que me indigna es que lo hayas usado en sí. Por más que veas el futuro, jamás podrás controlar mis malditas acciones.

—Por lo menos sabré a qué atenerme…

Ella palideció. Ese no era él, algo había cambiado y aquel pedazo de mierda, su irresponsable, troglodita, alocado Deux no era quien estaba frente a ella. Su voz, tan apagada, su mirada sin brillo, su expresión neutra, todo en él era nuevo para ella.

—¿Qué viste? —le preguntó, calmándose ante la revelación que había sufrido. En ese estado, era imposible recriminarle cualquier cosa—. Por lo menos dime a que me tengo que atener yo.

—Ese es el problema. Tuve que intentarlo una y otra vez. Fueron seis, Magna. Y en cada una… —Tragó saliva, frunciendo el ceño como intentando recordar—, en cada una pasaba algo distinto.

—Es decir que fue por gusto el sacrificio…

—Esto no es un sacrificio para mí —confesó él.

Seguía mirando a la encimera, dándole vueltas con un dedo al borde de la copa.

—Mírame —le dijo ella—. ¡Deux, que me mires coño!

DESCENSO (FINALIZADA).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora