Capítulo 16.

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Tierra
Múnich, Alemania
 
 
Abrió los ojos con pesar, aturdido, mirando al techo mientras intentaba ubicarse en tiempo y espacio. El molesto sonido de los aparatos a los cuales se encontraba conectado, le provocaban un fuerte dolor de cabeza acompañado de un pitillo en los oídos, tan exasperante que terminó por hacerle gruñir.

Intentó levantarse, aunque su cuerpo no reaccionaba como él quería. Se apoyó en un costado, haciendo fuerza con su brazo para hacer palanca y lograr sentarse, pero el dolor estridente que sintió, como una punzada que le atravesó del codo hacia el hombro, le hizo volver a su posición.

Se quitó uno a uno los cables que tenía por todo el cuerpo, provocando que el sonido de los aparatos se intensificara y volviera más molesto. Luego agarró su hombro vendado, apretando para alejar aquel dolor quemante, bajando la mirada para darse cuenta al fin que le faltaba la mitad de su extremidad.

La venda se encontraba cubierta de sangre, quizás por el esfuerzo que hizo, el cual le debió abrir los puntos de la herida. Comenzó a reír por lo bajo, de forma temblorosa, mientras una lágrima se llegó a escapar fugaz por su mejilla.

En ese momento entró alguien a la habitación en la que estaba. Sintió los pasos de la persona acercándose, y al abrir las cortinas blancas que le separaban del resto, suavizó su expresión al notar quien era.

—¿Acabas de despertar? —preguntó su visitante. Él asintió—. Llevabas más de 72 horas inconsciente.

Le acarició el cabello, echándoselo hacia atrás. Luego se sentó a su lado y le agarró la mano aún intacta, apretando con fuerza.

—Necesito que traigas a un médico —dijo él por fin, con la voz ronca. Destapó su otro brazo, revelando el vendaje ensangrentado—. Creo que tengo los puntos abiertos.

Ella asintió, levantándose de prisa, caminando al otro lado de la cama donde él estaba para apretar un botón. Un intercomunicador comenzó a sonar, y una voz masculina preguntó cuál era el problema.

—Necesito que venga con urgencia. Deux se acaba de despertar, y tiene la herida abierta al parecer.

Luego dejó de presionar el botón, volviendo a su posición en la silla a su lado. Cruzó una pierna encima de la otra, recostó su cabeza sobre los nudillos de su mano doblada en el respaldar, y se le quedó mirando pensativa.

Él no sabía ya qué pensar. Recordaba todo, el momento en que Ohanna le dio el anillo de Magna, cuando abrió el portal justo en el palacete de los Souls, cuando se precipitó a agarrarla antes de que un lunático asesino se tirara a su cuello, cuando se arrancó la camisa para comprimirle el corte en su garganta, y por último cuando la cargó, abriendo otro portal justo en la entrada de la sede de los Therres.

Recordaba también como su brazo palpitaba y escocía, agrietado y negruzco, en carne viva prácticamente. En cuanto cruzó el portal y cayó en la sede, ahí fue que dejó de sentir, escuchar y ver lo que sucedía a su alrededor.

Solo fue consciente por un momento cuando Magna se presentó en su mente, como si fuese un sueño, obligándole a revelarle aquellas palabras escondidas que jamás había podido decirle antes.

Prácticamente le hizo una muy mala confesión de amor, y le declaró la guerra al mismo tiempo.

Lo peor: no había sido un sueño.
Magna realmente se había presentado ante él en su interior. Eso solo podía significar una cosa; ya había recuperado sus recuerdos, y, por ende, su don.

Eso no hacía más que complicarlo todo.

—¿Dónde está ella, Jaen? —le preguntó a su visitante.

DESCENSO (FINALIZADA).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora