Capítulo 12

112 56 69
                                    


Tierra
Berlín, Alemania

77 años atrás

Hacía una ventisca tan grande que parecía estar a mitad de los glaciales, donde no podía verse mucho más que a escasos pasos de su posición. La Gran Guerra no había dejado más que hollín y sangre manchando la nieve y ensuciando el paisaje, muestra de lo que fue una derrota del imperio del Káiser y la vergüenza de la gran nación.

Daulla se encontraba caminando contra la ventisca, afincando sus toscas botas en la nieve y luchando contra el viento cortante y el hielo cayendo mortal sobre sus capas y capas de abrigo. Incluso una subdeidad o metahumano como él podía morir de recibir una herida mortal o sufrir accidentes naturales. La condición aparentemente inmortal de sus cuerpos se debía a la ausencia de enfermedades y al tiempo de vida ilimitado de sus almas, las cuales solo debían buscar un nuevo recipiente para ser albergadas cuando llegase la hora. Sin embargo, sus recipientes se volvían más duraderos al ser poseídos por ellos.

Se alejó de lo que quedaba de una ciudad envuelta en caos y decadencia, miseria y desolación, para adentrarse en el mágico espacio causado por el aura mítica que desprendía La Puerta de Brandeburgo, con su plaza aún mancillada por los destrozos de la guerra, pero inmaculada en su cúspide, donde hacía dos siglos atrás, para finales del siglo XVIII, se habían enterrado los restos del cuerpo físico de Oshanta, ocultos por el monumento.

Se detuvo a contemplarla, esa fría noche ventosa, mientras se escuchaban aún gritos y estallidos, debido a la revuelta social y militar. Era peligroso estar ahí, pero Daulla tenía una misión sumamente importante por cumplir. Había usado su don para ver en el tiempo, las brechas del destino debido a la posible reaparición de Oshanta en la Tierra. Necesitaba, por ende, abrir su tumba y comprobar sus restos, para así poder decidir cuál de los siete hijos sería su próximo recipiente.

Daulla era un hijo recto, que había vivido por muchos siglos desde su creación, pasando por innumerables recipientes, hasta llegar al actual. Era un hombre de unos cincuenta o sesenta años (aparentemente), bastante cuidado para su edad, pero con las manías y características de todo un hombre de libros e historias, amante de la simbología, el ocultismo y la ciencia. Presentaba una barba corta y canosa, pelo corto, pero meticulosamente peinado, mirada apagada y rostro recrudecido; y así había permanecido por muchos años, aunque cada vez que usaba su don su cuerpo físico se deterioraba y envejecía.

Por algo era la subdeidad más vieja en apariencia.

Se acercó a paso lento al centro de la puerta, justo debajo de la misma, donde se agachó y quitó la nieve con sus congeladas manos, hasta encontrar la clave para llegar a la tumba. Era una baldosa diferente, a otro nivel del resto del suelo. Esta tenía en su centro una fecha movible, la cual apuntaba al sur. Daulla sabía qué hacer, y movió dicha flecha en varios patrones, desde el mismo sur hasta el noroeste, siguiendo un orden importante que marcaba la verdadera historia de Alemania, en simple localización astrofísica, contada desde 1791 por los Therres, verdaderos creadores de Brandeburgo.

Un ruido rechinante opacó el sonido del agitado viento, cuando una de las columnas de la puerta cedió, dando lugar a un pasaje con una escalera cuesta abajo, alumbrada por viejas y polvorientas farolas.

Él entró rápidamente, esperando no haber sido visto por ningún humano, bajando escalón por escalón con el corazón en la boca, luego de tanto tiempo sin haber puesto un pie en el lugar. Llegó a una bóveda bajo tierra, empolvada, envuelta en telarañas y moho. Un gran estante de roble se encontraba a un costado, lleno de libros, manuscritos y viejos documentos redactados por los más grandes historiadores, científicos y filósofos que integraron la séptima familia desde sus inicios.

DESCENSO (FINALIZADA).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora