Capítulo 17

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Freya
Múnich, Alemania

 
Para Deux, imaginar nuevamente a Datoyd en medio, era un gran tormento. Él sabía de sobra que Magna albergaba cierta predilección por el argentino, como si se tratase de un amor platónico de adolescente; a veces imposible y otras veces más alcanzable. Ese tira y afloja era exasperante para Deux, quien siempre se debatió entre si era o no, la persona más importante en el corazón de aquella loca promiscua.

Detroyd, por más que siempre puso una barrera entre ambos, quizás debido a la diferencia de edades, o por culpa, un día terminó cediendo a ella, y todo por culpa suya, que prácticamente había arrojado a Magna a sus brazos.

A veces se consideraba el mayor imbécil del mundo, inmaduro e indeciso, guiado por sus emociones para luego arrepentirse ante las consecuencias, cuando ya no queda otra que aceptar sus errores.

Pero, incluso más que un imbécil, él era todo un cobarde.

Cruzó el portal, desde el cuarto de invitados hasta la antigua habitación de Magna en la residencia, la cual era una enorme mansión en donde vivió toda su infancia y adolescencia, desde que fue llevado a la sede de los Therres, junto a Jaen y otros niños “prodigios” que la familia consideraba como potenciales portadores.

La cama se encontraba destendida, señal de que ella había estado ahí. Ya no se encontraba, solo algunas prendas de ropa recientes, regadas por el suelo. Sus zapatos, su chamarra y su sombrero. Lo agarró un momento, recordando cuándo se lo había regalado y la emoción que aquella pequeña sintió al ver lo bonito que le quedaba.

Siempre fue una niña con gustos singulares, alguien única y extraña. Era parte de su encanto.

Salió de ahí, cerrando la puerta con cuidado, intentando escuchar algún ruido que le indicara dónde podría encontrarse Magna. No escuchó nada. Ni siquiera la voz de Detroyd, lo cual le hizo relajarse un poco. Entonces cayó en cuenta de algo, caminando apresuradamente al otro extremo del pasillo, parándose delante de otra puerta y abriéndola con suavidad.

La habitación se encontraba en perfecto estado, pero tristemente desolada; cada mueble estaba cubierto por sábanas blancas, debido al tiempo que había pasado vacía. No había polvo, eso sí. Al parecer la abuela se encargaba de que alguien la siguiera limpiando de vez en cuanto. Sonrió por la emoción que le produjo pensar en aquellos días en que su vida se limitaba a ser solo un chico destinado a una gran tarea. No era una vida feliz, y muchas veces quiso dejarla, pero definitivamente era mucho más segura y estable que la que había decidido escoger tiempo después.

Era su habitación, aquella que albergaba tantos recuerdos. Y, como si estuviese reviviendo en carne propia alguno de ellos, ahí estaba ella, su nervig, tirada sobre la cama si haberle quitado la sábana blanca, con solo su ropa interior y una corta blusa de tirantes para taparla. Se acercó a ella, detallando su cuerpo semidesnudo, recordando cada cicatriz, cada lunar, y el pequeño tatuaje de una rosa con los pétalos caídos, a un costado de su cadera. Su maraña de pelos rubios con destellos rojizos, caía sobre su rostro, tan angelical viniendo del demonio que era ella estando despierta.

Parecía tan vulnerable, tan humana en aquel pequeño instante.

Se sentó a su lado en la cama, haciendo que esta se moviera de posición, sin abrir los ojos. Le acarició el cabello con su mano intacta, apartándoselo para tocar su rostro. Ella protestó y volvió a moverse, dándole la espalda.

—¿Estás molesta? —le preguntó en un susurro. Ella no respondió—. No quise decirte todo eso, MaLa, pero al final era inevitable que terminara albergando esos sentimientos. Nunca he querido ser egoísta contigo, pero no me has dejado elección.

DESCENSO (FINALIZADA).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora