CAPÍTULO 6: en el cielo.

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La situación en casa no era para tirar cohetes. 

Papá y mamá volvieron a estar juntos.

Pero el  y seguía llegando a las tantas de la tarde de trabajar, seguía yendo a ese bar; que pronto nos enteramos que cerrarían; y mamá y el seguían teniendo las mismas discusiones de siempre. 

Era tan triste que una niña de siete tuviera normalizado los gritos continuos en el hogar. Sin embargo, no me afectó de forma académica, mis notas resaltaban en la clase y mis profesores solían decir que era una chica brillante y siempre veían mucho interés en mí, supongo que ir al colegio era la forma de evadirme de mi situación familiar. 

Mi abuela paterna mejoró, y mis tíos dejaron de turnarse para quedarse con ella, fue una hermana la que tomó la responsabilidad y al final acabó viviendo junto a ella. Nunca supe con certeza cual era su enfermedad. 

En el colegio me iba bastante bien, como he dicho antes, y estaba muy contenta con mis profesores. 

Tuve una tutora que en principio solo sería mi profesora dos años, pero mi clase no podía vivir sin ella, y ella no podía vivir sin nosotros. Así que terminó siendo mi tutora desde primero de primaria hasta cuarto. 

Cuarto, vaya, vaya. Fue un curso muy intenso. Con demasiadas emociones. 

Ya tenía nueve años, y haría la comunión ese año. Estaba realmente entusiasmada, aunque ahora lo pienso, no lo entiendo; menuda tontería fue y es aquello. 

Pero el que más feliz estaba era mi abuelo por parte de madre, como te conté el capítulo pasado apenas sé nada de mi abuelo paterno. Además siempre me llevé mejor con la familia materna. 

Mi abuelo, Antonio, estaba empeñado en que fuera un día especial, bonito y sobre todo inolvidable para mi y cada uno de los invitados.  

A él, no le gustaba mostrar mucho el cariño, pero yo siempre lograba sacarle una sonrisa y alguna que otra carcajada. Recuerdo que era y soy malísima en matemáticas y cuando me daba pereza o no tenía ganas hacer alguna que otra operación matemática, la decía en voz alta y el me decía el resultado sin pensar mucho. Mamá siempre le reñía, ya que debía que aprender a hacer las cosas yo sola. 

Era diecisiete de noviembre de 2015, la tía Annya, mi prima Carla y mi madre estábamos de visita en casa de los abuelos. La abuela como siempre bien refunfuñona y el abuelo tan sosegado. 

Decidía sacar el medidor de tensión de un pequeño cajón de la salita; tras mucha insistencia logré convencer al abuelo de tomarle la tensión, el tenía un preciosa sonrisa en la cara. Después peiné a mi abuela y también el poco cabello del abuelo. Reímos muchísimo y cenamos todos juntos.

Nos fuimos a eso de las 22:00 pm, al día siguiente me tocaba ir al colegio, que siempre solía llevarme la tía Annya. 

Pero por la mañana no fue Annya la que me despertó, sino papá. 

-¿Papá?, ¿y la tata Annya?- dije pasando las manos sobre mis ojos. 

-El abuelo se ha puesto malito esta noche y tus tías junto a mamá están con la abuela y el abuelo en el hospital. 

-Oh, pobre abuelo, seguro que se pone bien... 

Papá miró al suelo y me ayudó a vestirme. 

Me llevó a el colegio y tras cinco horas de clase, papá volvió a recogerme. Compraríamos comida rápida para cenar. El teléfono de José vibró, era mamá, quería hablar conmigo. 

Le pregunté por el estado del abuelo y la animé a pensar que se pondría bien. 

Y fueron sus palabras, las que no entendí en aquel momento, pero ahora me dan para pensar: No creo que salga de esta...

QUERIDA NIÑA INMADURADonde viven las historias. Descúbrelo ahora