Capítulo 11

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Ya volvía Charlene a su casa, a toda prisa, después de asesinar a Sarah. Paraba cuando veía algún coche a lo lejos, se escondía entre los cubos de basura de vez en cuando para vigilar su espalda y aprovechaba la luz parpadeante de las farolas para comprobar que no había rastro de sangre. Llegó a la parte trasera de una tienda de ropa vintage y encendió su móvil; quería comprobar que no la habían llamado en su ausencia. Nada, ninguna llamada perdida.  Apagó el móvil de nuevo y reanudó su marcha por las calles ocultas de Fremont. No era la primera vez que hacía esto, sabía que camino debía tomar para no toparse con ningún viajero preguntón ni con vagabundos apestosos. Atravesó la valla de un pequeño prado abandonado y se fue abriendo paso entre la maleza. Salió, cruzó un par de pasos de cebra más y finalmente llegó al jardín trasero de su casa. Entró por la puerta de la cocina, subió a su cuarto y se tiró encima de la cama. Estaba agotada, si, pero también feliz. Ya nunca tendría la carga de no haber cumplido su venganza hacia Sarah. La policía no tardaría en encontrarla y hablar de ella, el terror volvería a cundir en el instituto y S.K. seguría siendo la causa de las pesadillas de miles de adolescentes.

Charlene se dio una ducha para quitarse el sudor y eliminar cualquier rastro de sangre existente. Se cepilló el pelo, se puso el albornoz y encendió nuevamente el móvil. Cual fue su sorpresa al ver que su móvil había tenido un fallo la primera vez que lo encendió para verificar si habían llamadas. Por el contrario, ahora mostraba más de veinte llamadas procedentes de la persona más peligrosa para ella en estos momentos: Johan. Una vez más el obseso de su novio no pudo resistirse a acosarla, aun cuando le dijo que estaría estudiando. Al borde de un ataque de nervios Charlene se levantó de la cama de un salto y comenzó a dar vueltas por la habitación en busca de una excusa que darle a Johan al día siguiente. Ingénua ella si pensaba que tendría que esperar hasta al día siguiente para que Johan le pidiese explicaciones: desde la habitación de Charlene se escuchaba al bruto de Johan aporrear la puerta mientras tocaba el timbre y gritaba su nombre como si lo estuviesen matando. Desesperada recogió la ropa de ese día y la metió en el mismo cajón con llave donde guardaba la libreta y se vistió con lo primero que encontró. Mientras bajaba las escaleras apretaba los puños, Johan podría ponerla en un gran aprieto. Llegó al recibidor y abrió la puerta para encontrarse con él. No dijo ni media palabra y Johan ya la estaba abrazando como una serpiente asfixiando a su presa. Cuando al fin la soltó comenzó a hablar.

— Oh por Dios, Charlene, creía que estabas muerta.

— ¿Por qué iba a estar muerta, Johan? — Charlene intentó decirlo en forma de broma, pero rebosaba nervios hasta por los poros.

— ¡¡¡No respondías a mis llamadas!!! ¡¡Pensé que te había sucedido algo terrible!!

— Ah, eso... eso era porque estaba estudiando y no quería que nadie me molestase.

— ¿Es qué yo te molesto?

— No, claro que no, pero ya sabes que no me gusta que me molesten en mis estudios.

— Cierto, pero aún así, no me suena que hubiese ningún exámen, si no lo sabría, ¿no?

— Bueno, Johan, no te ofendas pero... no es que tú vayas muy al día en cuanto a lo que se dice asuntos de clases, la verdad.— dijo queriendo quedar bien. Por un momento a Johan se le puso cara de ogro, pero en seguida una sonrisa de estúpido la sustituyó. Charlene suspiró aliviada, tenía que parecer relajada para no levantar sospecha. Se formó un silencio incómodo hasta que Charlene le ofreció pasar a casa a Johan.

— Tienes una casa muy bonita.— fue lo único que supo decir Johan al pasar por la puerta. Se sentaron el el sofá.

— ¿Quieres algo? No tengo cervezas, pero tengo refrescos y emparedados en la nevera.

— No gracias, no te molestes.— Johan le regaló una sonrisa a Charlene, la cual fue correspondida. En cierto modo la sonrisa de Charlene se debía a que Johan había rechazado la invitación de la bebida, porque si se la hubiese tomado las cosas se habrían alargado y ahora mismo lo único que quería Charlene era tirarlo de su casa. Ya tendría tiempo mañana para acosarla.

El silencio entre ambos era aterrador, pero eso era lo que ella quería conseguir, que se fuese para organizarlo todo bien. Pero, si la había llamado más de veinte veces  y había sido capaz de ir a pie desde su casa hasta la suya en plena noche por no responderle ¿se iría ahora por aburrimiento? Después de un cuarto de hora de silencio Charlene decidió intervenir.

— Mañana hay que madrugar, quizá deberías irte a casa.

— Pero esta es también mi casa, mi casa es donde estés tú.— Johan besó a Charlene, que no disfrutó tanto el beso ya que las cosas no salían como ella planeaba.

— Ya pero, tú y yo podremos vernos mañana, los exámenes no te esperan en un descapotable en la puerta del instituto.

— ¿Quién dice qué no? — bromeó Johan.

— Johan...

— ¿Qué te pasa? Parece como si no quisieras verme.

— No es eso, pero ya sabes lo importante que es para mi aprobar, y la base de una buena nota es un buen descanso.

— Pero...

— ¡Johan!

Al final Johan cedió y se fue refunfuñando algo de los dichosos estudios. Antes de cerrar la puerta e irse, Johan añadió algo más.

— Por cierto, tienes una manchita de mermelada o ketchup en el cuello, lo digo por si no te habías dado cuenta... adiós.

A Charlene casi le dio un infarto, si en vez de Johan se hubiese dado cuenta alguien más perspicaz como su madre, por ejemplo, ahora mismo estaría en un buen aprieto. Era en momentos como estos en los que agradecía la ingenuidad de su novio.

AsesinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora