Capítulo 7

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Dos semanas después...

Las gotas golpeaban contra el cristal de la ventana

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Las gotas golpeaban contra el cristal de la ventana. Había comenzado la temporada de lluvias que, en conjunto con las heladas ventiscas, anticipaban la pronta llegada del invierno.

Por fortuna, el mal tiempo no representaba un problema para la ojimiel que sabiamente había decidido trabajar desde casa ese día. Una taza de café vacía reposaba en el escritorio junto al portátil mientras que la pequeña estufa emitía un tenue resplandor anaranjado a sus pies.

Una vez que la pantalla se apagó, se quitó sus lentes de descanso y enderezó su columna, sintiendo sus articulaciones crujir debido a la mala postura. Llevaba traduciendo documentos desde la mañana y apenas había hecho una pausa para tener un almuerzo rápido.

Volteó a ver el reloj. A penas pasaban de las tres y media, pero ya había adelantado lo suficiente por ese día y más. Una de las tantas ventajas de su nuevo puesto era que, en tanto cumpliera con las tareas en tiempo y forma, poco importaba su horario de "oficina".

Lo que a su vez le daba mayor libertad para invertir su tiempo en actividades de carácter más... enriquecedor.

***

And if you have a minute, why don't we go... Talk about it somewhere only we know?

Su cabeza se mecía suavemente, acompañando la tonada familiar. Le gustaba tocar luego de una aburrida jornada laboral. Era su cable a tierra, una forma efectiva de librarse de todo el cansancio mental acumulado durante el día.

This could be the end of everything... So why don't we go? So why don't we go? —cantó en alto.

Sus dedos rasgaban delicadamente las cuerdas. Mantuvo los ojos cerrados, sintiendo cada acorde, cada pausa y cada verso. Amaba la versión acústica de esa canción.

Oh, this could be the end of everything... So why don't we go somewhere only we know?

Se había trasladado a su estudio. El lugar en realidad estaba diseñado para ser una habitación de huéspedes, pero ella lo había reformado para guardar sus instrumentos y ser su lugar de práctica habitual. También contaba con una biblioteca, donde se exhibían todas sus novelas, discos y películas. Podría decirse que ese era su rincón de descanso.

Sintiéndose observada, levantó la cabeza y miró a través de su ventana descubriendo un rostro familiar. Este rito se había repetido un par de veces desde su llegada, pero no le molestaba en lo absoluto.

Resultaba que ahora tenía una nueva admiradora.

A menos de dos metros de distancia, su vecina la estaba escuchando atentamente desde su propia ventana. Solo una cerca de madera de metro y medio era la que marcaba el límite entre ambas propiedades.

Elemental, querido Holmes - (Mycroft y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora