Capítulo 21

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<< Los cristales de las ventanas temblaban a causa de los fuertes vientos. El temporal que han venido anunciando los meteorólogos desde el fin de semana finalmente había llegado a la capital inglesa.

 El temporal que han venido anunciando los meteorólogos desde el fin de semana finalmente había llegado a la capital inglesa

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Anabeth se asomó desde la sala, contemplando las ramas que se mecían violentamente tras los altos ventanales.

— Ni modo... Esto va para largo. —suspiró. Apostaba que la lluvia no daría tregua hasta entrada el anochecer, como mínimo.

Regresó al comedor diario y retomó su lugar frente al tablero. Sherlock aguardaba, con sus manitas juntas bajo su mentón, a la espera de su movimiento.

— Ese alfil no estaba ahí cuando me fui. —acusó, señalando la pieza desacomodada.

— La habrás movido en otro turno.

— Sí, y afuera hay un sol radiante. Buen intento Mini-Holmes.

El niño bufó molesto y regresó la pieza a su lugar. La castaña negó con la cabeza, musitando un "pequeño sinvergüenza" entre dientes. Transcurrió otra media hora, entre jugadas y provocaciones, cuando un trueno ensordecedor hizo saltar a ambos de sus asientos, momentos antes de sumirse en la absoluta oscuridad.

— Que lo parió. —protestó en la penumbra—. ¿Sabes dónde guardan las linternas?

— En el garaje, dentro de la caja de herramientas.

— ¿Podrías ir a buscarla?

— Ve tú.

— Si voy a ciegas tardaré una eternidad. Tú eres el que conoce la casa, pero si le temes a la oscuridad... —insinuó, como quien no quiere la cosa—. Con gusto puedo acompañarte.

Incluso sin verse las caras, la joven podía sentir su mirada envenenada quemándole la frente. Escuchó un bufido, seguido por el retroceso de una silla.

El niño se alejó arrastrando los pies.

— Gracias. ¡Te quiero! —exclamó en alto, solo para obtener un silencio glacial en respuesta.

Sherlock rebuscó entre los trastes del garaje, no tardando mucho en encontrar lo que buscaba. Una vez cerciorado que la linterna tuviera baterías, regresó sobre sus pasos con el haz de luz iluminando su camino. Al llegar al comedor descubrió una silla volcada y el tablero de ajedrez intacto sobre la mesa, pero no había señales de su adversaria.

— Ja, ja. Muy gracioso, Smith. —dijo con aburrimiento, enderezando el asiento.

Iluminó el cuarto en una pasada, confirmando sus sospechas: Smith no estaba allí. Gritó su nombre una vez más y agudizó el oído, esperando una respuesta que nunca llegó. Ni siquiera un suspiro.

El niño rodó los ojos. Sabía lo que ella se proponía. Otra prueba fehaciente de su inmadurez, lo que lo llevó a preguntarse una vez más porqué su hermano lo dejaría bajo el cuidado de esa bufona.

Elemental, querido Holmes - (Mycroft y Tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora