16. Eso no estaba dentro de la teoría

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Inexplicablemente, abrí los ojos a las ocho de la mañana

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Inexplicablemente, abrí los ojos a las ocho de la mañana. Recordaba haber llegado a casa y verlo trabajar. Se veía que era una necesidad imperiosa de escribir la que tenía, porque posición en la que lo dejé, posición en la que seguía cuando volví.

Tenía suerte de que María y Belén no me hubieran dejado conducir, porque no estaba borracho, hacía mucho tiempo que no me emborrachaba, tal vez pasó una vez en la vida a los inconscientes diecisiete y decidí que nunca más, pero sí es cierto que no iba bien. Aunque sí recordaba haberme quitado la ropa sin más, y haberme tirado en la cama sin pensar siquiera en recoger. O bueno, rectifico: lo pensé, pero la verdad es que no quise hacerlo. Si Héctor se enfadaba que lo hiciera. Mi interior algo vengativo casi que lo quería.

Me arrepentía de no haberme parado un segundo a tomar alguna pastilla para prevenir un poco el dolor de cabeza con el que me había despertado. Antes de levantarme miré a Héctor, quien dormía con el cuerpo girado hacia mí. Tenía el ceño fruncido levemente, y deseaba que hubiera confiado en mí lo suficiente como para contarme el por qué.

Me quedé un rato observándolo. No siempre podía hacerlo, así que me recreé en sus facciones, en lo perfecto que se vería si no fuera tan idiota como para no caerle bien mis amigos. Fruncí el ceño y noté cómo se agudizaba el dolor en mi frente, así que no me demoré más en levantarme.

Otro día en el que estuviera de mejor ánimo me detendría a disfrutar de las vistas. Me levanté de la cama tratando de hacer el menor ruido posible y me fui directo a por un café y un ibuprofeno. No sé cuál de las dos cosas fue, o si lo hizo una combinación de ambas, que me sentí persona de nuevo.

Aún me quedaba una larga mañana por delante, pero no tenía ganas de estar allí. Cogí mi maleta de deporte y metí una muda de ropa. Necesitaba desfogar un poco, y el gimnasio era una buena opción. Al fin y al cabo lo estaba pagando pero no lo amortizaba tanto como él, ni siquiera sabía que se había apuntado hasta que me lo dijo la primera vez. Suponía que me lo encontraría allí, pues era donde iba por las mañanas, así que esperaba que para entonces se me hubiera pasado un poco el enfado.

Le dejé una nota en la cocina, donde seguro que iría al despertar. Una cosa es que estuviera un poco enfadado, y otra que quisiera dejarlo preocupado por no saber dónde estaba.

Estuve haciendo un recorrido por todas las máquinas que pillé en el gimnasio, tanto de cardio como de musculación. Me descubrí mirando cada vez que alguien entraba en la sala, para comprobar que no era él. Me resultaba irónico: todas las mañanas se iba al gimnasio menos la mañana que estaba yo.

Mi enfado estaba pasando a cabreo, porque yo no estaba haciendo absolutamente nada para que me tratara así. Para que me ignorara la noche anterior, para que no quisiera salir con mis amigos, para que esa mañana, en concreto, ni pisara el gimnasio. Estaba haciendo memoria, lo que no era tampoco muy complicado, y no encontraba nada.

Mientras estaba en la cinta de correr me acordé además de mi gran amigo el Facebook. Maldita la hora en el que entré para ver qué subían mis amigos y los grupos de opositores de secundaria, y me encontré de sopetón con las etiquetas del Miki de los cojones. Sin darme siquiera cuenta, comencé a correr con más velocidad, tratando de soltar toda mi rabia, tratando de que mis piernas me llevaran corriendo a Madrid para darle un puñetazo en su perfecta cara.

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⏰ Última actualización: Jun 14, 2021 ⏰

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