4. ¡Dios, pero qué cursi eres!

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Estaba reventado

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Estaba reventado. Extrañamente feliz, pero reventado.

—¿Me tenía que tocar a mí la caja de los libros? —preguntó Miguel Ángel dejando caer la caja al suelo.

Hice una mueca dándome cuenta de que tal vez tendría que haber repartido un poco mejor el peso.

—Porque para eso eres el más fuerte —contestó Ernesto—. Las horas de gimnasio tienen que notarse en algo.

—Vas tú más al gimnasio que yo, capullo.

Comenzaron a discutir quién tendría que haber subido la caja de libros mientras yo me reía de ellos. Ya habíamos subido todas mis cajas después de un par de viajes. No eran tantas pero aún había que colocar, lo que yo llevaba peor.

Por desgracia, no estaba el maniático del orden para echarme una mano, porque había ido a Madrid a por las cosas que no había podido traer cuando iba a vivir a casa de su tía. Estaba solo ante el peligro. Bueno, con alguno de mis locos amigos.

Me habían dejado el domingo libre para aprovechar que ellos me pudieran ayudar. Habíamos mandado a Nadia a comprar comida porque la bruta se había cargado demasiado con una caja y se había hecho daño en el hombro. Irene con Mandai la acompañaban. No era el mejor sitio para una pequeña de meses, pero la muy cotilla no quería perdérselo.

—¿Cuándo viene Héctor? —preguntó Ernesto mirando alrededor y sabiendo lo que me podía llegar a agobiar con estas cosas.

Suspiré pensando en Héctor. Se había ido el viernes a Madrid para recoger lo que le quedaba en el piso de Gema.

—Se ha quedado empantallao. —Escuché a Ernesto aunque un poco lejano.

—Es el amor, que lo deja tonto —añadió Migue.

—¡Eeeeh! —les llamé la atención—. Que estoy aquí delante.

—Pues no lo parecía porque te he preguntado que cuándo viene tu chico y parece que has viajado tú.

No lo quería reconocer pero sí, lo cierto era que me pasaba mucho. Pensaba en él y me evadía por completo. Era una sensación nueva para mí porque nunca me había ocurrido con nadie hasta este punto. Y parecía que ese sentimiento no menguaba sino que se hacía cada vez más grande.

Supe que me había vuelto a pasar cuando escuché como de nuevo hablaban entre ellos son sorna. Calor. El calor de ese principio de verano me estaba empezando a afectar y lo notaba en la cara. Escuché un: «míralo, se pone hasta colorao» de alguno de los dos, la verdad es que me daba igual de quién, y traté de recomponerme y así no darles más armas de ataque.

—Vuelven hoy —contesté finalmente—. Llegarán sobre las siete o cosa así me ha dicho. Ya habían salido.

—¿Al final Paloma ha ido, no?

¿Repitiendo errores?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora