Ya habían pasado tres días desde el lanzamiento del libro. Tres días en los que me había limitado a acudir a las clases con Diego, las que al parecer ya iba dominando poco a poco —y sacando un poco a mi primo de sus casillas de vez en cuando—, y en no mirar nada más. De hecho, estaba bastante apartado de las redes sociales por eso mismo. Estaba cagado de miedo. Era la primera vez que me ocurría algo así, ya que normalmente confiaba en mi trabajo al cien por cien, pero con esta novela, el cambio de registro era importante... Y me moría de miedo, para qué negarlo.
Apresuré el paso para llegar a casa, esa casa que compartía con Víctor. Por las horas sabría que aún estaría durmiendo, lo cual me venía genial para explotar al máximo mi mentira, esa que le contaba cada mañana de que me iba al gimnasio. Metí la llave en la cerradura y, tras media vuelta, abrió. Me llegó un fuerte olor a café recién hecho que me produjo sentimientos contradictorios.
Me adentré en la cocina y lo vi allí, de espaldas, preparándose el desayuno, entretenido tarareando una canción de la radio, y sonreí. No podía no hacerlo.
—Buenos días —murmuré, acercándome a él y abrazándolo por la espalda. Dio un pequeño respingo.
—Qué susto. —Fue su única respuesta. Se giró y me propinó un pequeño golpe en el hombro—. ¿Se puede saber por qué me quieres matar?
Me reí, agarrándolo por el brazo y acercándolo más a mí para poder besarlo. Fue un beso suave, como una caricia.
—Vaaaaale. Ya que insistes te perdono —murmuró sobre mis labios—. Tú sí que sabes cómo convencerme.
Me reí de nuevo, separándome de él.
—¿Quieres desayunar? —preguntó, agarrando otra taza del armario. Meneé la cabeza de un lado a otro en respuesta.
—Ya desayuné —respondí como si fuera obvio. Pasaban de las diez de la mañana, y llevaba en pie desde las ocho.
—¿En el gimnasio?
Mierda, me había olvidado de la ridícula excusa que le había contado. Carraspeé un par de veces antes de asentir.
—No, de camino a casa —corregí, cruzando los dedos para que no me preguntara el nombre de la cafetería o le diría el de la autoescuela con una rapidez increíble, y ahí se acabaría el secreto.
Por suerte no siguió insistiendo, dando por buena mi respuesta. Terminó de prepararse el desayuno y lo llevó para la mesa del salón. Fui tras él y me dejé caer a su lado.
—Me dijo Nadia de ir a dar una vuelta y después comer en La calle —dijo, tras darle un sorbo largo a su café—. Te vienes.
Su gesto autoritario me hizo gracia.
—Me encanta que me dejes tomar mis propias decisiones, cariño —respondí entre risas—. Pero la tita me invitó a comer hoy. Le dije a Diego que no porque pensé que comerías en casa y no te quería dejar solo, pero de ser así, voy.
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¿Repitiendo errores?
RomanceUna relación no siempre es fácil de llevar. El amor a veces no basta, y eso lo comprueban Héctor y Víctor cuando se encuentran ante una serie de duras decisiones. Sus miedos e inseguridades sumados a los fantasmas del pasado, se empeñan en enfren...