12. ¿Podemos destruir ya?

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Su sonrisa y el beso que me dio, por suave que fuera me lo dijeron todo

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Su sonrisa y el beso que me dio, por suave que fuera me lo dijeron todo. No solo no le había molestado la sorpresa, sino que estaba disfrutando de ella. Menos mal, porque la verdad es que estaba acojonado ya que sabía que no le gustaba ser el centro de atención. Por suerte para todos, Ernesto y Manu se llevaban los honores para eso, así que él se podía sentir seguro.

Había disfrutado de su vergüenza al escuchar las anécdotas de Gema; la sonrisa al comprobar que sí, Rocío y ella eran explosivas juntas, a cuál peor de la cabeza; y también había disfrutado, como un verdadero pasteloso, de ver como Manu lo llamaba tito. Que ese niño nos tenía enamorados a todos no era ningún secreto. Sobre todo a Nadia, la que en ese momento estaba haciendo castillos con él y con Dani.

Estaba en ese instante solo, metido en el agua —relativamente lejos de la orilla debido a lo baja que era esa playa—, y me quedé un rato mirando a mis amigos. El castillo estaba quedando bastante artístico, y cada vez se acercaban más para ayudar en las obras, que Manu dirigía conforme a las órdenes que le chivaba Nadia, a la que se le daban genial esas cosas desde pequeña. Comencé a recordar cómo levantó una pirámide escalonada en las playas de Cádiz, en un viaje de fin de semana que hicimos el verano antes de entrar en la Universidad. No me extrañaba que Manu flipara con ella.

—No me jodas, Héctor —escuché que decía Gema, quien estaba hablando con él, un poco más separados del grupo.

Héctor la mandó callar rápidamente y miró a su alrededor, quedándose más tranquilo cuando comprobó que todos seguían en la construcción, de lo que ya parecía el castillo de Gibralfaro con coracha y todo. Fruncí el ceño sin poder evitarlo.

—Al final te van a salir arrugas, ya verás.

¡Hostia el susto que me dio esta! Di un pequeño brinco en mi sitio y volví a fruncir el ceño, en ese momento a Rocío, pues no sabía cómo había sido tan silenciosa para ponerse a mi lado sin percatarme. O a lo mejor es que estaba demasiado centrado en él, como se estaba convirtiendo en costumbre.

Ella me sonrió en disculpa y con su mano intentó suavizar mi gesto. No pude más que rendirme ante ella y devolverle la sonrisa.

—¿Me vas a decir qué tiene así en este gran día de jolgorio y esparcimiento?

—¿Desde cuándo usas palabras así? —pregunté divertido por su expresión.

—Ya vesss —comenzó con un gesto de suficiencia—. A veces una tiene sus momentos. ¿Pero me lo vas a decir?

—Estoy disfrutando del agua. Sabes que yo también tengo mis momentos de paz lejos del jolgorio y el esparcimiento.

Sonrió por la repetición de palabras. Se quedó a mi lado, ambos con las piernas flexionadas para tener todo el cuerpo en el agua. Estaba buenísima, aunque Héctor se quejara. A veces creía que se quejaba solo por escucharme.

¿Repitiendo errores?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora