8. ¿Quién era yo para no hacerlo feliz?

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Estaba muerto y todavía quedaba bastante para terminar la jornada

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Estaba muerto y todavía quedaba bastante para terminar la jornada. Todo hubiera sido más tranquilo si no me hubiera levantado esa mañana para estudiar, pero tenía que aplicarme.

Héctor no me había dicho nada al respecto, pero me había animado a que cumpliera el sueño que un día tuve de ser profesor, y yo de pronto me estaba presionando para no fallarle. No sabía si iba a perder la salud en el proceso a ese ritmo, pero tenía que darlo todo.

—Vic, ¿todo bien? —me preguntó Aída en un momento de la tarde que parecía que estaba todo encarrilado.

Asentí con cansancio resoplando el aire.

—Se te ve cansado, niño.

—Lo estoy —reconocí—. Pero nada que no pueda soportar. Ha pasado ya el peor tirón, tú sabes que ya la cosa va más suave.

—¿Pero estás hablando de esta tarde de trabajo o de tu nueva vida en pareja?

No me pasó desapercibida la sonrisa socarrona que me dio y, como única respuesta, le saqué la lengua. Un cliente que levantó la mano me salvó de decir nada más y me fui a atender.

Poco me duró el descanso, porque cuando volví de atender la mesa ella me seguía esperando tras la barra. Se ve que le había tocado el turno de preparar a ella, y que María ese día estaba pendiente de tomar los pedidos más que de hacerlos.

Normalmente los sábados estaban las dos para que alguno de los demás pudiéramos descansar. No en todos los trabajos se podía tener unas jefas como ellas, la verdad. Era una de las cosas que me encantaba de mi trabajo, a pesar de no ser algo para lo que había estudiado o algo que no estaba en mis planes hacer. Tanto María como Aída habían conseguido algo muy complicado: aunar ser jefas con ser humanas, y así tener en cuenta a los demás. No todo el mundo tenía esa suerte.

A cambio, tenía que aguantar que fueran unas cotillas, pero iba con el cargo. Después, la buena suerte que había tenido cuando me libré de contestar, se me revirtió a mala cuando se unió María a las preguntas.

—Me ha dicho Aída que va la cosa suave ya —dijo María elevando varias veces las cejas.

Sonreí con sus tonterías. La bandeja que llevaba la dejé en la barra antes de contestar.

—¡Estaba hablando del trabajo, cotillas! Vaya dos —me quejé divertido.

—¿Entonces no va la cosa bien? —preguntó de nuevo Aída, con un tono un tanto más preocupado.

Negué con la cabeza, para que se quitara esa idea de la cabeza. Era tan difícil para ellos como para mí, asumir que había actuado como un inconsciente enamorado. Claro que visto lo visto, no era otra cosa más que eso. Sonreí como un bobo de nuevo.

—Va la cosa bien —dije sincero a más no poder.

Ambas sonrieron alegres. María se fue contenta a atender las mesas, liberándome a mí de ello por un momento.

¿Repitiendo errores?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora