Siempre escuché que no hay mejor terapia que bailar. Era algo que Gema me repetía una y otra vez, y que veía que a ella le funcionaba. Pues en mi caso nunca fue así. Tal vez tenga que ver con la forma en la que afronto los problemas, o igual únicamente se base en mi personalidad, pero para mí no existía nada mejor que ponerme a escribir. Ese rato solo, con el teclado de mi ordenador, me permitía pensar y desahogarme.
Llevaba meses sin verme necesitado de utilizar la escritura como terapia, me había limitado a disfrutarla sin más, sin presiones, sin nada que me quitara las ganas de seguir adelante. Eso había pasado hasta hoy, y me odiaba por ello. Odiaba no disfrutar de la escritura como se merecía, porque para mí era un regalo.
Llevaba la friolera cantidad de cuatro horas sentado delante del ordenador escribiendo sin parar, tanto que sentía cómo el cuello se me estaba comenzando a agarrotar. No me molesté en releer nada de lo que había escrito, sobre todo porque sabía que en algún momento terminaría en la papelera, o tal vez en esa carpeta donde guardaba todos los escritos que no me atrevería jamás a leer, y muchísimo menos mostrar a alguien. Me daba igual, porque lo único que pretendía con ello era soltar toda la rabia que sentía, todo ese conjunto de sentimientos que no me permitían pensar con claridad. Y después de varias horas lo logré, como siempre ocurría.
Dejé caer la cabeza hacia atrás, fijándome en el reloj en la parte izquierda de mi portátil. Sentía como el dolor de cabeza que llevaba sintiendo desde el primer mensaje de Miki se había ido acentuando con el paso de las horas, así que me levanté, dejando a un lado el ordenador, para poder tomarme una de esas pastillas milagrosas que rara vez me ayudaban. También me percaté, por el crujido de mi estómago, que no había comido nada desde las tres de la tarde, pero lo ignoré. Por el contrario, me dispuse a buscar un vaso y llenarlo completo de agua, el cual me bebí casi del tirón. Lo volví a rellenar y aproveché para tomarme la maldita pastilla.
Cuando terminé, metí el vaso en el lavavajillas, ya que lo último que me apetecía era ponerme a fregar, y volví a mi postura inicial: en el sofá, con el ordenador sobre las piernas y un dolor espantoso en el cuello. Me lo tenía más que merecido.
Si algo tenía claro era que me había comportado como un idiota. No era nada nuevo, ya que cuando me agobiaba la situación podía conmigo, pero tampoco era una justificación. Me había arrepentido de no ir con Víctor casi desde el mismo instante desde que había salido por la puerta, y digo casi porque, tan pronto me vino a la mente la idea de seguirlo, la descarté. Así de inteligente era cuando me ponía así.
Me arrepentía por él, porque sabía que se había molestado conmigo; me arrepentía por los chicos, ya que ninguno de ellos se merecía que hubiera pasado de ir; pero, sobre todo, me arrepentía por mí. Antes de que todo esto pasara, me apetecía salir con todos. Me habían hecho sentir como uno más desde el primer día, y posiblemente sería lo que necesitaba para desconectar. El día de la playa me había quedado claro. En cambio, hoy, como siempre me ocurría cuando algo me superaba, me había comportado como un idiota integral. Qué raro.
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¿Repitiendo errores?
RomanceUna relación no siempre es fácil de llevar. El amor a veces no basta, y eso lo comprueban Héctor y Víctor cuando se encuentran ante una serie de duras decisiones. Sus miedos e inseguridades sumados a los fantasmas del pasado, se empeñan en enfren...