10. ¿Nos independizamos?

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No sabía por qué se me había ocurrido esa excusa tan malísima, pero era lo primero que se me había pasado por la cabeza

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No sabía por qué se me había ocurrido esa excusa tan malísima, pero era lo primero que se me había pasado por la cabeza. Lo mejor de todo era que el pobre mío estaba tan adormilado que no se dio cuenta de nada. Que me iba a trabajar. ¡Era lunes! ¿Cómo iba a trabajar el día que cerraba la tetería? Lo pensaba y me daban ganas de pegarme con la mano abierta.

Había salido con el tiempo justo, con lo cansado que parecía que estaba y la de vueltas que había dado esa noche, no esperaba que Héctor se despertara. Sabía que no le gustaban demasiado las sorpresas, pero seguro que con esta perdonaría cualquier mentira que le hubiera dicho.

Dejé el coche en la zona de subida y bajada de pasajeros y entré rápidamente. No quería que creyera que la había dejado tirada. No la había visto en persona más que aquella vez que vino a Málaga para apoyar a su amigo y animarlo, pero fue suficiente para saber todo lo que esa chica valía y enamorarme platónicamente. Esperaba que Rocío y María nunca se enteraran de eso o las tendría que aguantar por años.

Un brazo en el aire haciendo aspavientos me llamó la atención y Gema se lanzó hacia mí dándome un fuerte abrazo que por supuesto correspondí. Luego nos dimos dos besos como saludo, eso no podía faltar.

—¿Qué tal el viaje? ¿Todo bien?

—Bien. He venido todo el camino dormida —comentó con una risita, que yo secundé—. Espero que Héctor tenga muuuuuy en cuenta el madrugón que me he pegado por él. ¡Con algo tendrá que compensarme!

—¡Ni que lo digas! ¿No había otro tren más tarde?

—Cuando lo compré no. Es que mi guapo pero explotador jefe no se decidía si podía vivir sin mí un día o no, teniendo en cuenta que ni él ni Elisa están ahora mismo.

No paraba de hablar. Esta chica gastaba la misma energía que Rocío. No tenía claro qué iba a pasar cuando las uniera, pero de hoy no iba a pasar que lo comprobáramos. Miedo me daba pensarlo.

Cogí la mini maleta que había traído y comencé a andar junto a ella hacia mi coche. Por un lado, estaba tentado a llevar a Gema a casa y que despertara a Héctor, quien seguro no daría crédito. Pero por otro lado, sabía que el día de dominguero le gustaría mucho más.

—Bueno, ¿y qué tal todo? —preguntó cuando íbamos camino a casa de Irene, sacándome de mis pensamientos—. Sois unos loquitos vosotros, ¿eh? —Rio con ganas.

Yo me reí con ella y le di la razón con un asentimiento, no podía negar aquello porque tenía más razón que un santo.

—Héctor es un amor —continuó sin esperar que le respondiera nada más—. Yo soy lo más desordenado que existe y él me aguantaba todo. A ver, que yo lo intentaba, pero la verdad es que cuando llegaba reventada de aguantar al estúpido de mi jefe. El de antes, el de ahora es... —suspiró exagerada y tuve que volver a reírme—. Pues eso, que yo lo único que quería era llegar y darme un largo baño, olvidándome de todo.

¿Repitiendo errores?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora