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 ¡Madonna mia!

Las palabras sonaron tan agrias como los limones sicilianos y tan sustanciosas como su vino, pero Jessica no levantó la cabeza de su tarea. Todavía tenía que fregar el suelo y el aseo del ejecutivo antes de marcharse a casa.

Además, mirar a Harry era una distracción. Movió la fregona sobre el suelo. Una distracción muy grande.

—¿Qué diablos les pasa a esas mujeres? —preguntó Harry acaloradamente, y sus ojos se achicaron al ver que no obtenía ninguna respuesta de la sombría figura que estaba en el rincón—. ¿Jessica?

La pregunta fue como el disparo de un revólver, y Jessica levantó la cabeza para mirar al hombre que le había disparado. Inmediatamente sintió atracción hacia aquella figura masculina, y confusa, se quedó petrificada.

Hasta ella, con su escasa experiencia con el sexo opuesto, se daba cuenta de que había pocos hombres como aquél, con ese aire de arrogancia y fuerte personalidad.

Harry Styles... cabeza de la poderosa familia Styles. Dominante, impulsivo, y objetivo de todas las mujeres de Londres, a juzgar por lo que comentaban los empleados.

—¿Sí, señor? —dijo Jessica serenamente.

No era fácil mantener la serenidad bajo aquella poderosa mirada y aquel brillo intimidante de sus ojos.

—¿No se ha dado cuenta de que le estaba hablando? Jessica dejó la fregona en el cubo lleno de espuma y tragó saliva.—Mmm... En realidad, no, no me he dado cuenta. Creí que estaba hablando solo.

—No —dijo él clavándole la mirada, en un perfecto inglés con acento extranjero—. No tengo costumbre de hablar solo. Estaba expresando mi rabia. Si usted tuviera cierta perspicacia se habría dado cuenta.

Lo que se deducía de aquel comentario, pensó Jessica, era que si ella hubiera tenido esa perspicacia no habría estado haciendo aquel trabajo.

En los últimos meses, desde que el influyente dueño de Industrias Styles había venido de su Sicilia natal, Jessica había aprendido a adaptarse a las peculiaridades de su carácter. Si el señor Styles quería hablar con ella, había que dejarlo que hablase. El suelo podía esperar. ¡No hacerle caso al dueño de semejante empresa era muy arriesgado!

—Lo siento, señor —dijo Jessica—. ¿Puedo ayudarlo en algo?

—Lo dudo —Harry miró la pantalla del ordenador—. Me han invitado a una cena de negocios mañana.

—Eso es algo bueno.

Harry giró la cabeza y la miró fríamente.

—No, no es bueno —se burló—. ¿Por qué los ingleses describen las cosas siempre como «buenas»? No es bueno, pero hay que hacerlo. Facilita los negocios con esa gente. Jessica lo miró, descorazonada.

—Entonces, me temo que no entiendo cuál es el problema.

—El problema es... —Harry leyó nuevamente el correo electrónico y curvó los labios en un gesto de desdén—...que el hombre con el que estoy haciendo negocios tiene una esposa, una mujer ambiciosa, al parecer. Y ésta tiene amigas, muchas amigas. Y... —Harry volvió a leer la pantalla—. «Amy quiere conocerlo»—leyó—. «Y sus amigas también. Algunas de las cuales son muy guapas, ¡créame! No se preocupe, Harry, ¡que antes de fin de año lo veremos comprometido con una inglesa!»

—Bueno, ¿qué tiene de malo eso? —preguntó Jessica, tímidamente, aunque sintió una ridícula punzada de celos.

Harry resopló.

—¿Por qué a la gente le gusta tanto entrometerse en la vida de los demás? —preguntó Harry —. ¿Y qué diablos les hace pensar que necesito una esposa?

El Millonario - Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora