Lo más loco era que Harry no podía quitarse a Jessica de la cabeza, lo que no tenía sentido.
¿Cómo era posible que una sola y torpe cita tuviera como resultado que él no pudiera dejar de pensar en su maldita mujer de la limpieza?
Era incapaz de quitarse de la memoria sus ojos grises, su piel pura y el decadente placer de aquellos deliciosos pechos.
La luz se reflejó en su afeitadora mientras miraba en el espejo sus ojos azules y su mejilla oscurecida por la incipiente barba. Achicó los ojos. Desde el punto de vista racional reconocía que su atracción hacia ella había sido motivada porque ella lo había rechazado. Él estaba acostumbrado a que las mujeres le bailaran alrededor, intentasen seducirlo, ¡y hasta le rogasen que les hiciera el amor!
Jessica lo intrigaba porque en un mundo donde una cosa era predecible, es decir, su efecto en el sexo opuesto, lo inesperado siempre tendría el poder detentarlo.
Entonces, ¿aquello era un juego de Jessica para conquistarlo? ¿Y el juego era dejarlo tocar un poquito, pero no demasiado? ¿Darle un bocado para probar, pero dejarlo con hambre?
Harry fue al club a nadar durante una hora, tuvo una reunión a la hora del desayuno en una sala iluminada por lujosas arañas de cristal con un ventanal quedaba a Hyde Park y recibió una llamada de Australia de un banquero antes de que la mayoría del mundo estuviese despierto. Pero no obstante, seguía inquieto.
¿Cómo era posible que una sencilla y pequeña limpiadora supiera cómo manejar cualquier tipo de hombre, y sobre todo a un hombre como él?
Todo el día estuvo distraído, aunque fue lo suficientemente astuto como para no tomar ninguna decisión hasta que el infernal perfume de Jessica abandonase sus sentidos. Era una esencia que le resultaba desconocida, algo que le recordaba a la primavera y que se había adherido a su piel la noche anterior hasta que él se la había quitado vigorosamente con agua debajo del chorro de la ducha fría.
—¡Maledizione! ¡Maldita sea!
Giovanni Amato, un viejo amigo de Sicilia, iba a volar desde Nueva York y Harry había acordado con él que se verían para cenar. Sin embargo, se sintió extrañamente aliviado cuando la secretaria de Giovanni llamó para decirle que su vuelo se había demorado, y que se le había hecho tarde.
—Dígale que me llame —dijo Harry—. Dejaremos la cena para otra noche.
Cuando Harry colgó sintió una mezcla de excitación y desprecio por sí mismo. No era posible que estuviera esperando quedarse por allí hasta que apareciera la pequeña don nadie aquella noche, ¿no?, se preguntó, furioso.
Pero así era, reconoció.
Miró su reloj. Y eso si ella se dignaba a aparecer.
Acababa de firmar la última pila de cartas y estaba guardando su pluma cuando oyó el ruido de la puerta detrás de él.
Harry se puso tenso, aunque no se movió. No se atrevió a moverse. Hacía mucho que no sentía aquel deseo instantáneo por una mujer y quería prolongarlo,sabiendo que en el momento en que se diera la vuelta su fantasía se derrumbaría. Ya no estaría mirando a la mujer que le había hecho sentir excitado toda la noche sino a una pequeña e insignificante trabajadora de la oficina.
Harry giró la silla para mirarla.
—Hola, Jessica —dijo suavemente.
Jessica apretó su mano sobre el cubo y la fregona y se quedó inmóvil, mirándolo.
¡Harry todavía estaba allí!
Ella había esperado hasta el último momento para marcharse para estar segura de que Harry ya no estaba allí, pero su plan no había resultado.
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El Millonario - Harry Styles
Romantizm¡De limpiadora a amante de un millonario! Para quitarse de encima a las mujeres que lo perseguían, el millonario Harry Styles le propuso impulsivamente a la mujer de la limpieza de su oficina que lo acompañara a una cena. Jessica aceptó, reacia, per...