Capítulo 10

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Me había emocionado tanto el día que tuve la primera clase con Gwenhwyar, puesto que sabía que Dillon había conseguido los ingredientes que su mentora le había pedido. Pero con la misma velocidad que mi ánimo subió cuando Gwenhwyar había abierto la puerta aquel sábado, con esa misma velocidad, bajó al instante en el que estableció que sería Dillon quien haría las mezclas. Y si bien química era la materia en la que más me destacaba, comprender la función de los elementos mágicos era un dolor de cabeza.

La segunda clase fue igual de desalentadora que la primera, y mis niveles de emociones positivas decayeron a números negativos cuando al finalizar la clase Gwenhwyar puso sobre mis brazos una pila de antiguos libros de pasta gruesa. Advirtiendo que debería aprenderlos para la tercera clase, la cual, era hoy en la tarde.

Ciencias sociales era mi última clase del día, también era una de las más fáciles; era una de esas clases en la cual todos pasan con diez y que el único propósito que tenía era subir el promedio, como artes o educación física; pero el maestro que daba la asignatura me hacía cabecear en todas las lecciones.

Cuando por fin el timbre sonó, no evité ser una de las primera en levantarse y retirase del salón. En ese momento no me importaba que el profesor creyera que detestaba su clase, aunque era cierto. Salí hasta el estacionamiento hacia el auto de Dillon, quien aún no había llegado, puesto que sería él quien me llevaría con Gwenhwyar. Después de veinte minutos, apareció.

—¿Qué te hizo tardar tanto? —le pregunté al verlo.

—Unas personas me estaban dando información —contestó a medida que caminaba hacia el otro lado del auto.

Por alguna razón algo en su actitud me parecía anormal, no parecía molesto, ni triste. Aún no conocía a Dillon lo suficiente para saber en qué complicada faceta emocional se encontraba, pero presentía que algo no estaba bien.

Entré al auto después de que Dillon lo había hecho. Al momento en el que puso sus manos sobre el volante, me percaté de unos llamativos rayones rojos, que al momento de prestarles atención los identifiqué como números.

—¿Qué es eso? —le pregunté apenas había encendido el auto.

—Números —contestó de una seca manera, comenzando a conducir.

—¿Es de un número telefónico?

Dillon asintió.

—Si.

—¿Una chica? —volví a preguntar.

Resoplé al verlo volver a asentir. No entendía cómo podían sucederle tantas cosas buenas, sin duda parecía tener todo en orden.

—¿Por qué resoplaste? —preguntó sin quitar la mirada del camino.

—Eres un hada que tiene sus poderes bajo control, eres un chico que tiene notas perfectas, estoy segura de que podrías ganarle en cualquier deporte a cualquier atleta olímpico y apenas tienes un poco más del mes que te mudaste y ya tienes pretendientes. Pásame tu secreto de cómo es te ocurren cosas tan buenas —le imploré con un tono sarcástico.

Hada AdolescenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora