Capítulo 31

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No esperaba que Dillon preguntara sobre lo que su amiga me había dicho, pero lo hizo

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No esperaba que Dillon preguntara sobre lo que su amiga me había dicho, pero lo hizo. No pude no responder, y no me atrevía a decirle la verdad por lo que tan solo le dije lo último que mencionó la chica, que tuviese un buen viaje.

Durante el recorrido de regreso a Dublín mi cerebro no paró de cuestionarse lo que la chica había dicho ¿Tan obvio era? ¿Quién lo hacía ver evidente, yo o Dillon? ¿Cuál era esa mirada con la que según la chica Dillon me miraba?

Intenté mantener mi vista sobre el paisaje; sin embargo, mis ojos se desviaban hacia Dillon, quien mantuvo su mirada sobre el camino durante todo el trayecto, por momentos breves ¿Cuál era toda esa perfección de la que todos hablaban cuando se referían a Dillon? Estaba consiente que era bueno en todo lo que intentaba hacer, era inteligente y la fealdad no era algo que lo definiera en absoluto ¿A caso a eso se referían cuando decían que era perfecto? Y si era así ¿Por qué eso les parecía suficiente?

Me distraje del tema cuando llegamos a su residencia. Como era habitual, Dillon le entregó las llaves al hombre de uniforme que permanecía debajo de la entrada al bajar del auto y los cuatro entramos. Fui directo a mi cuarto y me dejé caer sobre la cama después de abrir la puerta; lamentablemente, mi descanso fue reducido a un par de segundos ante la entrada imprevista de Eithne.

—¡¿Ya viste esto?! —gritó mostrándome el vestido que sus manos sostenían con fuerza— ¡Es...! ¡Es...! ¡Común! ¡Y aburrido! —exclamó con decepción en su voz.

Enfoqué mi atención primeramente sobre el vestido negro que residía en sus manos para después ver a Eithne y finalmente prestarle atención a mí alrededor. Colgado en la pared se encontraba un vestido color crema en una tela de aspecto sedoso con tiras delgadas. Me paré de la cama y tomé el vestido que era para mí.

Por un momento me alegré de haber recibido un trozo de tela cocido, ya que creí que el costo era bajo, pero no lo fue, y la tela cocida que sostenía valía cuatro veces más que el salario mensual de mi padre.

—¡Catorce mil euros! —no me contuve a gritar al ver el precio.

Eithne hizo caso omiso a mi reacción y volvió a quejarse: —¡Son feos y todo lo opuesto a llamativo! —lloriqueó— lo voy a modificar, no iré en esto —sentenció.

Su mirada firme reflejaba lo decidida que estaba por lo que no intenté en hacerla entrar en razón. Su estilo era todo lo puesto a lo que se consideraba normal, pero a pesar de ser extravagante demostraba la capacidad que tenía para fabricar ropa.

—¿Cuántos euros costó? —le pregunté, señalando su vestido.

—Un poco menos que el tuyo —respondió encogiéndose de hombros— ¿Me puedo llevar el tuyo?

No tuve la oportunidad de responder. La prenda había sido retirada de mis manos; cuando reaccioné, la puerta de la habitación había sido cerrada y Eithne no es encontraba más frente a mí.

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