Durante toda la tarde Emma no pudo olvidar el mal sabor de boca que le había dejado la excursión a Box Hill. No hubiera sabido decir cómo los demás habían considerado aquella gira. Posiblemente, cada cual en su casa y cada cual a su modo, la consideraban con placer; pero para ella había sido la mañana más completamente desperdiciada, más falta de toda compensación razonable y que más deseos tenía de que se borrara de su recuerdo de todas las de su vida. Toda una tarde de jugar al chaquete con su padre representó la felicidad. Aquel era el mayor, el más real de sus placeres, ya que consagraba las mejores horas de las veinticuatro de aquél día a dar satisfacción a su padre; pensaba que aunque no era merecedora del profundo afecto y de la segura estima del señor Knightley, en general su conducta tampoco merecía un reproche muy severo. Como hija confiaba en que no dejaba de tener corazón; confiaba en que nadie podía decirle: "¿Cómo ha podido ser usted tan cruel con su padre? Creo que debo...si, que debo, mientras pueda, decirle esas verdades". La señorita Bates... ¡oh, no, nunca más, nunca más volvería a hacerlo! Si las atenciones que en el futuro pudiera tener con ella hacían que se olvidase el pasado, estaba seguro de que lograría ser perdonada. A menudo se había portado mal con ella, su conciencia ahora se lo decía. Quizá se había portado peor de pensamiento que de hecho; había sido despectiva, poco amable. Pero no volvería a ocurrir. En el ardor de un verdadero arrepentimiento, al día siguiente por la mañana iría a visitarla, y aquél no sería por su parte más que el principio de una relación regular, justa y amistosa.
Al día siguiente seguía firme en su propósito, y salió temprano de su casa para que nada pudiera estorbar su plan. Consideró probable que encontrase por el camino al señor Knightley; o tal vez se presentara en casa de las Bates mientras ella estaba de visita. No tenía ningún inconveniente. No iba a avergonzarse porque vieran su penitencia, tan merecida e impuesta por ella misma. Mientras andaba su mirada no se apartó de la dirección de Donwell, pero no le vio.
"Todas las señoras están en casa". Palabras que nunca le habían producido mucha alegría, como nunca antes de entonces había penetrado por aquel corredor, ni subido aquellas escaleras con deseos de proporcionar un placer, sino simplemente de cumplir con una obligación, que no iba a darle ningún gusto a no ser el espectáculo de la ridiculez.
Mientras se acercaba oyó que se producía un revuelo; pasos rápidos y palabras apresuradas. Oyó la voz de la señorita Bates que daba prisas a alguien; la sirvienta parecía asustada y confusa; le rogó que esperara un momento y luego la hizo entrar demasiado pronto. Tía y sobrina parecieron huir a la habitación de alado; y Emma tuvo la visión fugaz de una Jane que daba la impresión de encontrarse muy mal; y antes de que la puerta acabara de cerrarse oyó que la señorita Bates decía:
-Bueno, querida, diré que te has acostado y estoy segura de que te encuentras mal para eso.
La pobre señora Bates, cortés y humilde como de costumbre, no parecía haber entendido muy bien todo lo que estaba pasando.
-Temo que Jane no se encuentre muy bien- dijo-, pero no lo sé; ellas dicen que está bien. Creo que mi hija vendrá enseguida, señorita Woodhouse. Coja una silla para sentarse, por favor. Si Hetty no se hubiera ido... Yo sirvo para tan poco... ¿Ya ha encontrado la silla? Siéntese donde usted prefiera. Seguro que mi hija viene enseguida.
Emma deseaba ardientemente que fuera así; por un momento tuvo miedo de que la señorita Bates no quisiera salir a recibirla; pero la señorita Bates no tardó en aparecer.
-¡Oh, qué alegría verla!¡No sabe cómo se lo agradezco!
Pero la conciencia de Emma le decía que no hablaba con la misma afectuosa volubilidad de antes... que era menos espontánea en sus palabras y en sus modales. Confió en que el mostrarse vivamente interesada por la señorita Fairfax podía contribuir a restablecer la cordialidad de antes. El efecto fue inmediato.
ESTÁS LEYENDO
Emma. Jane Austen.
RomanceEmma Woodhouse una joven inteligente pero mimada, vive intentando hacer de casamentera entre sus amistades teniendo ella misma la convicción de no casarse nunca. Hasta que un día llega al pueblo Frank Churchill, un rico y apuesto joven, que la hace...