CAPITULO IX

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El señor Knightley podía pelearse con ella, pero Emma no podía pelearse consigo misma. Él estaba tan contrariado que tardó más de lo que tenía por costumbre en volver a Hartfield; y cuando volvieron a verse la seriedad de su rostro demostraba que Emma aún no había sido perdonada. Al contrario, sus planes y sus procedimientos cada vez le parecían más injustificados, y el cariz que tomaron las cosas en los días siguientes le hicieron aferrarse aún más a sus ideas.

El retrato, elegantemente enmarcado, llegó sano y salvo a la casa después del regreso del señor Elton, y una vez estuvo colgado sobre la chimenea de la sala de estar subió a verlo, y ante la pintura balbuceó entre suspiros las frases de admiración que eran de rigor; y en cuanto a los sentimientos de Harriet era evidente que se estaban concretando en una sólida e intensa inclinación hacia él, según su juventud y su mentalidad se lo permitían. Y Emma quedó vivamente satisfecha al ver que ya no se acordaba del señor Martin más que para hacer comparaciones con el señor Elton, siempre extremadamente favorables para este último.

Sus proyectos de cultivar el espíritu de su amiguita mediante lecturas copiosas e instructivas y mediante la conversación, no fueron más allá de leer los primeros capítulos de algunos libros y de la intención de proseguir al día siguiente. Charlar era mucho más fácil que estudiar; mucho más agradable dejar volar la imaginación y hacer planes para el futuro de Harriet que esforzarse en aumentar su inteligencia o ejercitarla en materias más áridas; y la única labor literaria que por el momento emprendió Harriet, el púnico acopio intelectual que hizo con vistas a la madurez de su vida, fue el coleccionar y copiar todos los acertijos de las clases más variadas que pudo encontrar, en un cuadernillo de papel lustroso confeccionado por su amiga y adornado con iniciales pintadas y viñetas.

En aquella época eran frecuentes libros de gran extensión con recopilaciones como ésta. La señorita Nash, la directora del pensionado de la señora Goddard, había copiado por lo menos trescientos de esos acertijos; y Harriet, que había tomado la idea de ella, confiaba que con la ayuda de la señorita Woodhouse reuniría muchos más. Emma colaboraba con su inventiva, su memoria y su buen gusto; y como Harriet tenía una letra muy bonita, todo hacía prever que sería una colección de primer orden tanto por el esmero de la presentación como por lo copioso.

El señor Woodhouse estaba casi tan interesado en aquel asunto como las muchachas, y muy a menudo intentaba procurarles algo digno de figurar en la colección.

-¡Tantos buenos acertijos como había cuando yo era joven!

Y se maravillaba de no recordar ninguno. Pero confiaba que con el tiempo se iría acordando. Y siempre terminaba con: "Kitty, una moza linda, pero fría..."

Tampoco su gran amigo Perry, a quien había hablado acerca de aquello, pudo por el momento facilitarle ningún acertijo; pero le había pedido a Perry que estuviera alerta, y como él visitaba tantas casas suponía que algo iba a conseguirle por ese lado.

Su hija no pretendía que todo Highbury se exprimiese el cerebro. La única ayuda que solicitó fue la del señor Elton. Se le invitó a aportar todos los enigmas, charadas y adivinanzas que pudiese recoger; y Emma tuvo la satisfacción de verle interesarse muy de veras por esta labor; y al mismo tiempo advirtió que ponía el mayor empeño en que no saliese de sus labios nada que no fuese un cumplido para el sexo débil. Él fue quien aportó los dos o tres rompecabezas más galantes; y la alegría y el entusiasmo con que finalmente recordó y recitó, en un tono más bien sentimental, aquella charada tan conocida

Mi primera denota cierta pena

Que mi segunda tiene que sentir;

Para calmar la pena aquella

Emma.  Jane Austen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora