CAPITULO XXVI

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Frank Churchill regresó; y si hizo esperar a su padre a la hora de cenar, en Hartfield no se enteraron; la señora Weston tenía demasiado interés en que le señor Woodhouse tuviese un buen concepto del joven para revelar imperfecciones que pudieran ocultarse.

Regresó con el cabello cortado, riéndose de sí mismo con mucha gracia, pero sin dar la impresión de que se avergonzase ni lo más mínimo de lo que había hecho. No veía ningún mal en querer llevar el pelo corto, ni consideraba reprochable este deseo; no concebía que hubiese podido ahorrar aquel dinero y emplearlo en algún otro fin más elevado. Se mostraba tan impertérrito y animado como de costumbre; y después de haberle visto, Emma razonaba para sí del modo siguiente:

-No sé si debería ser así, pro la verdad es que las tonterías dejan de serlo cuando las comete alguien que tiene personalidad y sin avergonzarse de ellas. La maldad siempre es maldad, pero la tontería no siempre es tontería...Depende de la personalidad de cada cual. El señor Knightley no es un joven alocado y vanidoso. Si lo fuera hubiera hecho esto de un modo muy distinto. O bien se hubiera jactado de que lo hacía o se hubiese sentido avergonzado. Se hubiese tratado o de la ostentación de un petimetre o del temor de alguien demasiado débil para defender sus propias vanidades. No, estoy completamente segura de que no es ni un vanidoso ni un alocado.

El martes le trajo la agradable perspectiva de volver a verle, y esta vez por más tiempo de lo que había sido posible hasta entonces; de juzgarle por su actitud en general, y luego de deducir el significado que podía tener su actitud con respecto a ella; de adivinar cuándo le sería necesario adoptar un aire de frialdad; y de imaginarse cuáles serían los comentarios que harían los demás al verles juntos por primera vez.

Se proponía pasar una magnífica velada, a pesar de que el escenario tuviese que ser la casa del señor Cole; y aunque no pudiese olvidar que de los defectos del señor Elton, incluso en los tiempos en que gozaba de su favor, ninguno le había inquietado más que su propensión a cenar con el señor Cole.

La comodidad de su padre quedaba ampliamente asegurada, ya que tanto la señora Bates como la señora Goddard podían ir a hacerle compañía; y antes de salir de casa, su último y gustoso deber fue ir a despedirse cuando se hallaban de sobremesa; y mientras su padre prorrumpía en entusiásticos comentarios sobre la belleza de su vestido, se esforzó por atender a las dos señoras lo mejor que pudo, sirviéndoles grandes trozos de pastel y vasos llenos de vino para compensar las posibles e involuntarias negativas que hubiera podido motivar durante la comida, el habitual interés que su padre sentía por la salud de sus invitadas... Les había hecho preparar una abundante cena; pero tenía sus dudas de que su padre hubiera consentido a las dos señoras disfrutarla.

Cuando Emma llegó a la puerta de la casa del señor Cole, su coche iba precedido de otro y quedó muy complacida al ver que se trataba del señor Knightley; porque el señor Knightley que no tenía caballos y no disponía de mucho dinero sobrante, y sí en cambio de una salud a toda prueba, de gran vigor y de una inusitada independencia de criterio, era más que capaz, según la opinión de Emma, de presentarse por los sitios como le pluguiera, y de no utilizar su coche tan a menudo como correspondía al propietario de Donwell Abbey. Y entonces tuvo la ocasión de manifestarle su aprobación más calurosa por haber ido en coche, ya que él se acercó para ayudarla a bajar.

-Esto es presentarse como es debido- le dijo-, como un caballero. Me alegro mucho de ver que ha cambiado de actitud. Él le dio las gracias, y comentó:

-¡Qué feliz casualidad haber llegado en el mismo momento! Porque por lo visto, si nos hubiéramos encontrado en el salón, no hubiera usted podido advertir si hoy me mostraba más caballero que de costumbre... y no hubiera podido darse cuenta por mi aspecto o mis modales.

Emma.  Jane Austen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora