Si en algunos momentos Emma aún se sentía inquieta por Harriet, si no dejaba de tener dudas de que le hubiera sido posible llegar a olvidar su amor por el señor Knightley y aceptar a otro hombre con un sincero afecto, no tardó mucho tiempo en verse libre de esta incertidumbre. Al cabo de unos pocos días llegó la familia de Londres, y apenas tuvo una ocasión de pasar una hora a solas con Harriet quedó completamente convencida, a pesar de que le parecía inverosímil, de que Robert Martin había suplantado por entero al señor Knightley, y de que su amiga acariciaba ahora de nuevo todos sus sueños de felicidad.
Harriet estaba un poco temerosa... Al principio parecía un tanto abatida; pero una vez hubo reconocido que había sido presuntuosa y necia y que se había estado engañando a sí misma, su zozobra y su turbación se esfumaron junto con sus palabras, dejándola sin ninguna inquietud por el pasado y exultante de esperanza por el presente y el porvenir; porque, dado que en lo relativo a la aprobación de su amiga, Emma había disipado al momento sus temores al recibirla dándole su más franca enhorabuena, Harriet se sentía feliz relatando todos los detalles del día que estuvieron en el Astley y de la cena del día siguiente; se demoraba en la narración con el mayor de los placeres. Pero ¿qué demostraban aquellos detalles? El hecho era, que como Emma podía ahora confesar a Harriet, siempre le había gustado Robert Martin; y el hecho de que él hubiera seguido amándole había sido decisivo... Todo lo demás resultaba incomprensible para Emma.
Sin embargo solo había motivos para alegrarse de aquel noviazgo y cada día que pasaba le daba nuevas razones para creerlo así... Los padres de la joven se dieron a conocer. Resultó ser la hija de un comerciante lo suficientemente rico para asegurarle la vida holgada que había llevado hasta entonces, y lo suficientemente honorable para haber querido siempre ocultar su nacimiento... Llevaba, pues, en sus venas sangre de personas distinguidas como Emma tiempo atrás había supuesto... Probablemente sería una sangre tan noble como la de muchos caballeros; pero ¡qué boda le había estado preparando al señor Knightley!¡O a los Churchill... o incluso al señor Elton...! La mancha de ilegitimidad que no podía lavar ni la nobleza ni la fortuna hubiera seguido siendo a pesar de todo una mancha.
El padre no puso ningún obstáculo; el joven fue tratado con toda liberalidad; y todo fue como debía ser; y cuando Emma conoció a Robert Martin a quien por fin presentaron en Hartfield, reconoció en él todas las cualidades de buen criterio y de valía que eran las más deseables para su amiga. No tenía la menor duda de que Harriet sería feliz con cualquier hombre de buen carácter; pero con él y en el hogar que le ofrecía podía esperarse más, una seguridad, una estabilidad y una mejora en todos los órdenes. Harriet se veía situada en medio de los que la querían y que tenían más sentido común que ella; lo suficientemente apartada de la sociedad para sentirse segura, y lo suficientemente atareada para sentirse alegre. Nunca podría caer en la tentación. Ni tendría la oportunidad de buscarla. Sería respetada y feliz; y Emma admitía que era el ser más feliz del mundo por haber despertado en un hombre como aquel un afecto tan sólido y perseverante; o si no la más feliz del mundo, la segunda en felicidad después de ella.
A Harriet, ligada como era natural por sus nuevos compromisos con los Martin, cada vez se veía menos por Hartfield, lo cual no era de lamentar... la intimidad entre ella y Emma decaer; su intimidad debía convertirse en una especie de mutuo afecto más sosegado; y afortunadamente lo que hubiese sido más deseable y que debía ocurrir empezaba ya a insinuarse de un modo paulatino y espontáneo.
Antes de terminar Septiembre Emma asistió a la boda de Harriet y vio como concedía su mano a Robert Martin con una satisfacción tan completa que ningún recuerdo ni siquiera los relacionados con el señor Elton a quien en aquel momento tenía delante, podía llegar a empañar... La verdad es que entonces no veía al señor Elton sino al clérigo cuya bendición desde el altar no debía de tardar en caer sobre ella misma... Robert Martin y Harriet Smith, la última de las tres parejas que se habían comprometido había sido la primera en casarse.
Jane Fairfax ya había abandonado Highbury, y había vuelto a las comodidades de su amada casa con los Campbell... Los dos señores Churchill también estaban en Londres; y solo esperaban a que llegase el mes de noviembre.
Octubre había sido el mes que Emma y el señor Knightley se habían atrevido a señalar para la boda... Habían decidido que ésta se celebrase mientras John e Isabella estuvieran todavía en Hartfield con objeto de poder hacer un viaje de dos semanas por la costa como habían proyectado...John e Isabella y todos los demás amigos aprobaron este plan. Pero el señor Woodhouse... ¿Cómo iban a lograr convencer al señor Woodhouse que solo aludía a la boda como algo muy remoto?
La primera vez que tantearon la cuestión se mostró tan abatido que casi perdieron toda esperanza... Pero una segunda alusión pareció afectarle menos... Empezó a pensar que tenía que ocurrir y que él no podía evitarlo... Un progreso muy alentador en el camino de la resignación. Sin embargo no se le veía feliz. Más aún, estaba tan triste que su hija casi se desanimó. No podía soportar verle sufrir, saber que se consideraba abandonado; y aunque la razón le decía que los dos señores Knightley estaban en lo cierto al asegurarle que una vez pasada la boda su decaimiento no tardaría en pasar también, Emma dudaba... no acababa de decidirse...
En este estado de incertidumbre vino en su ayuda no una súbita iluminación de la mente del señor Woodhouse ni ningún cambio espectacular de su sistema nervioso, sino un factor de este mismo sistema obrando en sentido opuesto... Cierta noche desaparecieron todos los pavos del gallinero de la señora Weston... evidentemente por obra del ingenio humano. Otros corrales de los alrededores sufrieron la misma suerte... En los temores del señor Woodhouse un pequeño hurto se convertía en un robo en gran escala con allanamiento de morada; y de no ser porque se sentía protegido por su yerno hubiese pasado todas las noches terriblemente asustado. La fuerza, la decisión y la presencia de ánimo de los dos señores Knightley le dejaron completamente a su merced... Pero el señor John Knightley tenía que volver a Londres a fines de la primera semana de noviembre.
La consecuencia de estas inquietudes fueron que con un consentimiento más animado y más espontáneo de lo que su hija hubiese podido nunca llegar a esperar en aquellos momentos, Emma pudo fijar el día de su boda... Y un mes más tarde de la boda del señor y la señora Robert Martin, se requirió al señor Elton para unir en matrimonio al señor Knightley y a la señorita Woodhouse.
La boda fue muy parecida a cualquier otra boda en la que los novios no se muestran aficionados al lujo y la ostentación; y la señora Elton, por los detalles que le dio su marido, la consideró como extremadamente modesta y muy inferior a la suya..." muy poco raso blanco, muy pocos velos de encaje; en fin, algo de lo más triste... Selina abrirá unos ojos como platos cuando se lo cuente..." Pero, a pesar de tales deficiencias, los deseos, las esperanzas, la confianza y los augurios del pequeño grupo de verdaderos amigos que asistieron a la ceremonia se vieron plenamente correspondidos por la perfecta felicidad de la pareja.
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Emma. Jane Austen.
Storie d'amoreEmma Woodhouse una joven inteligente pero mimada, vive intentando hacer de casamentera entre sus amistades teniendo ella misma la convicción de no casarse nunca. Hasta que un día llega al pueblo Frank Churchill, un rico y apuesto joven, que la hace...