CAPITULO XV

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El señor Woodhouse no tardó en reclamar su té; y cuando lo hubo bebido se mostró dispuesto a regresar a su casa; y lo único que consiguieron las tres mujeres que estaban con él fue distraerle, haciéndole olvidar que era ya tarde, hasta que hicieron su aparición los demás hombres. El señor Weston era una persona habladora y jovial, y muy poco amiga de dejar ir a sus invitados a una hora demasiado temprana; pero por fin todos fueron pasando a la sala de estar. El señor Elton, que parecía de muy buen humor, fue uno de los primeros que dejó el comedor por el salón. La señora Weston y Emma estaban sentadas en el sofá, una al lado de la otra. Él inmediatamente se les acercó y casi sin pedirles permiso se sentó entre ambas.

Emma que estaba también de buen humor por la noticia de la inminente llegada del señor Frank Churchill, estaba dispuesta a olvidar lo enojosamente inoportuno que había sido el señor Elton y a mostrarse con él tan atenta como al principio, y cuando Harriet se convirtió en el primer tema de conversación, se dispuso a escucharle con la más cordial de sus sonrisas.

El señor Elton se mostró muy inquieto acerca del estado de su linda amiga... su linda, adorable, simpática amiga.

-¿Sabe usted algo nuevo? ¿Ha tenido alguna noticia de ella desde que estamos en Randalls? Estoy muy intranquilo... tengo que confesar que esta enfermedad suya me alarma muchísimo...

Y en ese tono siguió hablando durante un buen rato, muy en su punto, sin esperar que le contestaran, realmente preocupado por aquel dolor de garganta tan maligno; y así llegó a captarse de nuevo las simpatías de Emma.

Pero poco a poco la cosa se degeneró en algo distinto; de pronto dio la impresión de que si estaba tan preocupado por la malignidad de aquel dolor de garganta era más por Emma que por Harriet... que más que el que la enferma se recuperase de su mal, le inquietaba el que éste no fuera contagioso. Rogó encarecidamente a Emma que se abstuviera de visitar a su amiga, por lo menos por ahora... insistiendo en que le prometiese a él que no se expondría a aquel peligro hasta que él hubiese hablado con el señor Perry y conociera la opinión del médico; y aunque Emma intentó tomárselo a broma, y hacer que la cuestión volviera a sus cauces normales, no hubo modo de poner fin a su extremada solicitud por ella. Se sentía molesta. Era manifiesto (y él no hacía ningún esfuerzo por ocultarlo) que hacía como si estuviera enamorado de ella, en vez de estarlo de Harriet; una muestra de inconstancia, que de ser verdad, resultaba la cosa más despreciable y abominable del mundo. Y a la señora Weston le costaba esfuerzos conservar la calma. El señor Elton se volvió hacia la señora Weston para implorar su ayuda.

-Ayúdeme, se lo suplico; ¿me ayudará usted a convencer a la señorita Woodhouse de que no vaya a casa de la señora Goddard hasta que tengamos la seguridad de que la enfermedad de la señorita Smith no es contagiosa? No estaré tranquilo hasta que no me prometa que no va a ir allí... ¿No quiere usted usar su influencia para conseguir arrancarle a la señorita Woodhouse esta promesa? ¡Tanto como se reocupa por los demás – siguió diciendo- y tan poco que se cuida a sí misma! Quería que esta noche me quedara en casa para cuidarme un resfriado, y ahora no quiere prometer que no se expondrá a contagiarse una peligrosa inflamación de garganta... ¿Le parece razonable eses proceder, señora Weston? Juzgue usted misma. ¿No tengo cierto derecho a quejarme? Estoy seguro de que es usted demasiado comprensiva para no ayudarme en esta empresa.

Emma vio la sorpresa de la señora Weston y comprendió que ésta debía de ser mayúscula ante aquellas frases, que por su sentido y por la manera en que se habían dicho hacían suponer que el señor Elton se atribuía más derecho que nadie a interesarse por ella, y en cuanto a ella misma estaba demasiado encolerizada y ofendida para poder decir algo sobre la cuestión. Lo único que hizo fue mirarle fijamente; una mirada que creyó bastaría para devolverle el buen juicio; y luego, levantándose del sofá fue a sentarse en una silla al lado de su hermana, dedicando a ésta toda su atención.

Emma.  Jane Austen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora