CAPITULO VII

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El mismo día de la partida del señor Elton para Londres ofreció a Emma una nueva ocasión de prestar un servicio a su amiga. Como de costumbre, Harriet había ido a Hartfield poco después de la hora del desayuno; y al cabo de un rato había vuelto a su casa para regresar a Hartfield a la hora de la cena. Regresó antes de lo que se había acordado, y con un aire de nerviosismo y de turbación que anunciaban que le había ocurrido algo extraordinario que estaba deseando contar. No tardó ni un minuto en decirlo todo. Apenas volvió a casa de la señora Goddard, le dijeron que una hora antes había estado allí el señor Martin, y que al no encontrarla en casa y que quizás iba a tardar todavía, había dejado un paquetito para ella de parte de una de sus hermanas y se había ido; y al abrir el paquete había encontrado, junto con las dos canciones que había prestado a Elizabeth para que las copiara, una carta para ella; y esta carta era de él (del señor Martin) y contenía una proposición de matrimonio en toda regla.

-¡Quién hubiera podido pensarlo! Quedé tan sorprendida que no sabía qué hacer. Sí, sí, toda una proposición de matrimonio; y una carta muy atenta, o al menos a mí me lo parece. Me escribe como si me amara muy de veras... pero yo no sé... y por eso he venido lo antes posible para preguntarle qué tengo que hacer...

Emma casi se avergonzó de su amiga al ver que parecía tan complacida y tan dudosa.

-¡Vaya!- exclamó-. El joven está decidido a no dejarse perder nada por timidez. Por encima de todo quiere relacionarse bien.

-¿Quieres leer la carta?0- preguntó Harriet. Te lo ruego. Me gustaría tanto que la leyeras...

Emma no se hizo rogar mucho. Leyó la carta y quedó asombrada. La carta estaba mucho mejor redactada de lo que esperaba. No solo no había ningún error gramatical, sino que su redacción no hubiera hecho desmerecer a ningún caballero; el lenguaje, aunque llano, era enérgico y sin artificiosidad, y la expresión de los sentimientos decía mucho en favor de quien la había escrito. Era breve, pero revelaba buen sentido, un intenso afecto, liberalidad, corrección e incluso delicadeza de sentimientos. Se demoró leyéndola, mientras Harriet la miraba ansiosamente esperando su opinión, y murmurando:

-¡Vaya, vaya!

Hasta que por fin no pudo contenerse y añadió:

-Es una carta bonita, ¿no? ¿O quizá te parece demasiado corta?

-Sí, la verdad es que es una carta muy bonita- replicó Emma con estudiada lentitud-, tan bonita, Harriet, teniendo en cuenta todas las circunstancias, creo que alguna de sus hermanas ha tenido que ayudarle a escribirla. Apenas puedo concebir que el joven que vi el otro día hablando contigo se exprese tan bien sin ayuda de nadie, y sin embargo tampoco es el estilo de una mujer; no, desde luego es demasiado enérgico y conciso; no es suficientemente difuso para ser escrito por una mujer. Sin duda es un hombre de sensibilidad, y admito que pueda tener un talento natural para... Piensa de un modo enérgico y conciso... y cuando coge la pluma sabe encontrar las palabras adecuadas para expresar sus pensamientos. Eso les ocurre a ciertos hombres. Sí, ya me hago cargo de cómo es su manera de ser. Enérgico, decidido, no sin cierta sensibilidad, sin la menor grosería. Harriet- añadió devolviéndola la carta- está mejor escrita de lo que esperaba.

-Sí – dijo Harriet, que seguía aguardando algo más-. Sí... y... ¿qué tengo que hacer?

-¿Qué tienes que hacer? ¿Qué quieres decir? ¿Te refieres a esta carta?

-Sí.

-Pero ¿cómo es posible que dudes? Desde luego tienes que contestarla... y además en seguida.

-Sí. Pero ¿qué le voy a decir? ¡Querida Emma, aconséjame!

-¡Oh, no, no! Es mucho mejor que la carta la escribas tú sola. Te expresarás con mucha más propiedad, estoy segura. No hay ningún peligro de que no te hagas entender, y eso es lo más importante. Tienes que expresarte con toda claridad, sin vaguedades ni rodeos. Y estoy segura de que todas esas frases de gratitud, y de sentimiento por el dolor que le causas, y que exige la urbanidad, se te ocurrirán a ti misma. No necesitas que nadie te aconseje para escribirle lamentando la decepción que le cusas.

Emma.  Jane Austen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora