El mismo día de la partida del señor Elton para Londres ofreció a Emma una nueva ocasión de prestar un servicio a su amiga. Como de costumbre, Harriet había ido a Hartfield poco después de la hora del desayuno; y al cabo de un rato había vuelto a su casa para regresar a Hartfield a la hora de la cena. Regresó antes de lo que se había acordado, y con un aire de nerviosismo y de turbación que anunciaban que le había ocurrido algo extraordinario que estaba deseando contar. No tardó ni un minuto en decirlo todo. Apenas volvió a casa de la señora Goddard, le dijeron que una hora antes había estado allí el señor Martin, y que al no encontrarla en casa y que quizás iba a tardar todavía, había dejado un paquetito para ella de parte de una de sus hermanas y se había ido; y al abrir el paquete había encontrado, junto con las dos canciones que había prestado a Elizabeth para que las copiara, una carta para ella; y esta carta era de él (del señor Martin) y contenía una proposición de matrimonio en toda regla.
-¡Quién hubiera podido pensarlo! Quedé tan sorprendida que no sabía qué hacer. Sí, sí, toda una proposición de matrimonio; y una carta muy atenta, o al menos a mí me lo parece. Me escribe como si me amara muy de veras... pero yo no sé... y por eso he venido lo antes posible para preguntarle qué tengo que hacer...
Emma casi se avergonzó de su amiga al ver que parecía tan complacida y tan dudosa.
-¡Vaya!- exclamó-. El joven está decidido a no dejarse perder nada por timidez. Por encima de todo quiere relacionarse bien.
-¿Quieres leer la carta?0- preguntó Harriet. Te lo ruego. Me gustaría tanto que la leyeras...
Emma no se hizo rogar mucho. Leyó la carta y quedó asombrada. La carta estaba mucho mejor redactada de lo que esperaba. No solo no había ningún error gramatical, sino que su redacción no hubiera hecho desmerecer a ningún caballero; el lenguaje, aunque llano, era enérgico y sin artificiosidad, y la expresión de los sentimientos decía mucho en favor de quien la había escrito. Era breve, pero revelaba buen sentido, un intenso afecto, liberalidad, corrección e incluso delicadeza de sentimientos. Se demoró leyéndola, mientras Harriet la miraba ansiosamente esperando su opinión, y murmurando:
-¡Vaya, vaya!
Hasta que por fin no pudo contenerse y añadió:
-Es una carta bonita, ¿no? ¿O quizá te parece demasiado corta?
-Sí, la verdad es que es una carta muy bonita- replicó Emma con estudiada lentitud-, tan bonita, Harriet, teniendo en cuenta todas las circunstancias, creo que alguna de sus hermanas ha tenido que ayudarle a escribirla. Apenas puedo concebir que el joven que vi el otro día hablando contigo se exprese tan bien sin ayuda de nadie, y sin embargo tampoco es el estilo de una mujer; no, desde luego es demasiado enérgico y conciso; no es suficientemente difuso para ser escrito por una mujer. Sin duda es un hombre de sensibilidad, y admito que pueda tener un talento natural para... Piensa de un modo enérgico y conciso... y cuando coge la pluma sabe encontrar las palabras adecuadas para expresar sus pensamientos. Eso les ocurre a ciertos hombres. Sí, ya me hago cargo de cómo es su manera de ser. Enérgico, decidido, no sin cierta sensibilidad, sin la menor grosería. Harriet- añadió devolviéndola la carta- está mejor escrita de lo que esperaba.
-Sí – dijo Harriet, que seguía aguardando algo más-. Sí... y... ¿qué tengo que hacer?
-¿Qué tienes que hacer? ¿Qué quieres decir? ¿Te refieres a esta carta?
-Sí.
-Pero ¿cómo es posible que dudes? Desde luego tienes que contestarla... y además en seguida.
-Sí. Pero ¿qué le voy a decir? ¡Querida Emma, aconséjame!
-¡Oh, no, no! Es mucho mejor que la carta la escribas tú sola. Te expresarás con mucha más propiedad, estoy segura. No hay ningún peligro de que no te hagas entender, y eso es lo más importante. Tienes que expresarte con toda claridad, sin vaguedades ni rodeos. Y estoy segura de que todas esas frases de gratitud, y de sentimiento por el dolor que le causas, y que exige la urbanidad, se te ocurrirán a ti misma. No necesitas que nadie te aconseje para escribirle lamentando la decepción que le cusas.
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Emma. Jane Austen.
RomanceEmma Woodhouse una joven inteligente pero mimada, vive intentando hacer de casamentera entre sus amistades teniendo ella misma la convicción de no casarse nunca. Hasta que un día llega al pueblo Frank Churchill, un rico y apuesto joven, que la hace...