CAPITULO XLIII

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Tuvieron un buen día para ira Box Hill; y todas las circunstancias externas de preparativos, comodidad y puntualidad parecían anunciar una excursión muy agradable. El señor Weston fue el organizador, el intermediario entre Hartfield y la Vicaría, y todo el mundo llegó a su debido tiempo. Emma y Harriet iban juntas; la señorita Bates y su sobrina con los Elton; los hombres iban a caballo. La señora Weston se quedó con el señor Woodhouse. Solo faltaba que una vez estuvieran allí disfrutaran del día; recorrieron siete millas con la esperanza de divertirse, y al llegar hubo como un estallido general de entusiasmo; pero en conjunto, el balance del día dejó mucho que desear.. Hubo una apatía, una falta de animación, una falta de unión que no pudieron superarse. Enseguida se formaron grupos independientes. Los Elton paseaban juntos; el señor Knightley cuidaba de la señorita Bates y de Jane; y Emma y Harriet pertenecían a Frank Churchill. Y el señor Weston intentaba en vano conseguir que hubiese más armonía entre ellos. Al principio, la división en grupos parecía casual, pero de hecho no se alteró en ningún momento. Lo cierto es que el señor y la señora Elton no parecían muy dispuestos a alternar con los demás ni a mostrarse todo lo agradables que podían; pero durante las dos horas completas que pasaron en la colina reinó un espíritu tal de separación entre los demás grupos, demasiado fuerte para ser superado por ninguna buena intención, ninguna comida fría, ningún efusivo señor Weston.

Al principio Emma se aburría muchísimo. Jamás había visto a Frank Churchill tan callado y tan torpe. No decía nada digno de oírse... miraba sin ver... se admiraba sin ningún motivo... la oía sin saber lo que decía. Y cuando él estaba tan apagado no era de extrañar que Harriet estuviese aún más, y en conjunto los dos resultaban insufribles.

Cuando se sentaron todos juntos la cosa fue un poco mejor; para el gusto de ella mucho mejor, ya que Frank Churchill se volvió más comunicativo y alegre, dedicándole toda suerte de atenciones; todas las atenciones que podía tener, las tuvo con Emma. Divertirla y serle agradable parecía ser lo único que se proponía... y Emma, halagada sin lamentar el que la adulasen un poco, se mostraba también alegre y espontánea, le alentaba amistosamente permitiéndole ser galante, tal y como se lo había permitido en el primer y más emocionante periodo de su amistad; todo lo cual, sin embargo, en aquellos momentos para ella no significaba nada, aunque en la opinión de la mayoría de los que les miraban debía parecer algo para lo cual, en nuestra lengua solo existe una palabra propia y adecuada: coqueteo. "La señorita Woodhouse coquetea mucho con el señor Frank Churchill". Ellos mismos daban pie a que se escribiera una carta que una de aquellas damas iba a enviar a Maple Grove y otra a Irlanda. No es que Emma se sintiese alegre y rehuyera pensar en una felicidad real; más bien era debido a que se sentía menos feliz de lo que había esperado. Se reía porque estaba decepcionada; y aunque agradecía al joven sus cumplidos, y los consideraba, tanto si eran fruto de la mistad, como de la admiración, como de un simple discreteo, como muy correctos, no conseguían ganar terreno en su corazón. Emma seguía proponiéndose tenerle solo por amigo.

-No sabe la gratitud que le debo- decía él, por haber insistido en que viniera hoy. De no haber sido por usted, me hubiese perdido una excursión tan magnífica como ésta. Yo estaba completamente decidido a volver a casa ayer mismo.

-Sí, estaba de muy mal humor; y no sé exactamente por qué, si es que no es por haber llegado demasiado tarde para las mejores fresas. Fui una amiga más amable de lo que merecía. Claro que usted fue humilde. Y me rogó mucho que le ordenara venir.

-No diga que estaba de mal humor, no es cierto. Estaba cansado. El calor puede conmigo.

-Pues hoy hace más calor.

-Yo no lo siento tanto. Hoy me encuentro muy a gusto.

-Se encuentra a gusto porque obedece órdenes.

Emma.  Jane Austen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora