CAPITULO XXX

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Emma sólo echaba de menos una cosa para que el proyecto del baile fuese completamente satisfactorio: el que la fecha fijada cayera dentro de las dos semanas que su familia había concedido a Frank Churchill para su estancia en Highbury; pues, a pesar de la confianza del señor Weston, la joven no consideraba tan imposible que los Churchill no consintieran a su sobrino quedarse allí un día más de los quince que le habían concedido. Pero esto no era factible. Los preparativos requerían tiempo, y no podía prepararse nada para antes de que empezara la tercera semana de su estancia, y durante unos cuantos días tenían que hacer planes, preparativos y concebir esperanzas en la incertidumbre – en el peligro-, según su opinión del gran peligro, de que todo fuera en vano.

Sin Embargo, en Enscombe se mostraron generosos, generosos en los hechos, ya que no en las palabras. Evidentemente, su deseo de quedarse más tiempo allí les contrarió; pero no se opusieron. Se hallaban, pues, seguros, y se siguió adelante con el proyecto; y como una preocupación generalmente al desaparecer cede su lugar a otra, Emma, una vez ya segura de que el baile iba a efectuarse, empezó a considerar con inquietud la provocadora indiferencia que el señor Knightley mostraba para con los planes. Ya fuera porque él no bailaba, ya porque los planes se habían hecho sin consultarle, parecía haber decidido que no sentía ningún interés por aquello, que no sentía ninguna curiosidad por entenderse de los detalles, y que para él la fiesta no iba a proporcionarle ningún género de diversión. Cuando Emma, entusiasmada, le explicó de lo que se trataba, no logró obtener una respuesta más aprobadora que ésta:

-Perfectamente. Si los Weston consideran que vale la pena tomarse todas estas molestias por unas cuantas horas de ruidosas expansiones, yo no tengo nada que decir en contra, pero que nadie quiera elegirme las diversiones por mí... ¡Oh, sí! Claro está que tengo que ir; no puedo negarme; y procuraré estar tan animado como pueda; pero preferiría quedarme en casa repasando las cuentas que cada semana me presenta William Larkins; confieso que preferiría esto mucho más. ¿Es u n placer ver cómo bailan los demás? No para mí, se lo aseguro... Nunca me ha gustado ver bailar... ni sé de nadie que le guste. En mi opinión, el bailar bien, como la virtud, no necesita espectadores, y la satisfacción que proporciona basta. Generalmente los que se quedan a ver bailar suelen estar pensando en otras cosas muy diferentes.

Emma se dio cuenta de que se estaba refiriendo a ella, y esto la puso fuera de sí. Sin embrago no era para favorecer a Jane Fairfax que se mostraba tan indiferente y tan ofensivo; no pensaba en ella al censurar la idea del baile, ya que Jane se hallaba entusiasmada con el proyecto; tanto que parecía más alegre, más franca, y le había dicho por propia iniciativa:

-¡Oh, señorita Woodhouse! Supongo que no ocurrirá nada que impida que se dé el baile. ¡Qué desilusión tendríamos! Confieso que pienso en este baile con muchísima ilusión.

No era pues para halagar a la señorita Fairfax que prefería la compañía de William Larkins. No... cada vez estaba más convencida de que la señora Weston se había equivocado completamente en sus suposiciones. Lo que el sentía por la joven era mucha amistad y una gran compasión... pero no amor.

Pero, ¡ay!, no tardó en pasar mucho tiempo sin que dejara de haber motivos para disputar con el señor Knightley. Dos días de jubilosa seguridad fueron seguidos inmediatamente por el derrumbamiento de todas sus ilusiones. Llegó una carta del señor Churchill instando a su sobrino a regresar lo antes posible. La señora Churchill estaba enferma... demasiado enferma para poder prescindir de su presencia; cuando había escrito a su sobrino dos días antes ya se encontraba muy mal ( según decía su esposo), pero resistiéndose, como era habitual en ella, a preocupar a los demás y siguiendo su invariable costumbre de no pensar mucho nunca en sí misma, no lo había mencionado; pero ahora se había agravado tanto que la cosa no podía tomarse a la ligera, y debía rogar a Frank que regresase a Enscombe inmediatamente, si n la menor demora.

Emma.  Jane Austen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora