CAPITULO X

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A pesar de estar ya a mediados de diciembre, el mal tiempo aún no había impedido a los jóvenes realizar sus acostumbrados paseos; y al día siguiente Emma tenía que visitar a un enfermo de una familia pobre, que vivía a cierta distancia de Highbury.

Para ir a esta cabaña, que quedaba apartada, debía pasar por el callejón de la Vicaría, un callejón que nacía en la ancha aunque irregular calle mayor del pueblo; y allí, como es de suponer por su nombre, se hallaba la bienaventurada mansión del señor Elton. Primero había que pasar frente a una serie de casas más modestas, y luego, después de andar alrededor d un cuarto de milla, aparecía el edificio de la Vicaría; una casa antigua y sin grandes pretensiones que no podía estar más pegada al camino. Su situación no era muy buena; pero su actual propietario había introducido en ella muchas mejoras; y en aquellas circunstancias no era posible que las dos amigas pasaran por delante sin moderar el paso y aguzar la vista.

El comentario de Emma fue:

-Aquí la tienes. Aquí vendrás tú y tu álbum de charadas uno de estos días.

El de Harriet fue:

-¡Oh, qué preciosidad de casa! ¡Pero qué bonita es! ¡ira, las cortinas amarillas que le gustan tanto a la señorita Nash!

-Ahora vengo pocas veces por este lado- dijo Emma, mientras seguían andando- pero dentro de poco ya tendré un aliciente para venir por aquí, y poco a poco me irán siendo familiares los setos, cercas, estanques y árboles de esta parte de Highbury.

Entonces se enteró de que Harriet nunca había estado dentro de la Vicaría, y su curiosidad por verla por dentro era tan extremada que, teniendo en cuenta es aspecto exterior de la casa y su apariencia, Emma solo pudo considerarlo como una prueba de amor, igual que cuando el señor Elton vio "ingenio" en la muchacha.

-A ver si se nos ocurre algo para entrar- dijo-; pero ahora no tenemos ningún pretexto verosímil; no necesito pedir informes a su ama de llaves sobre ningún criado... ni tengo ningún recado que darle de parte de mi padre...

Estuvo reflexionando, pero no se le ocurría nada. Después de que las dos hubieran guardado silencio durante unos minutos, Harriet exclamó:

-¡Lo que me extraña más, Emma, es que no te hayas casado aún, ni vayas a casarte dentro de poco! ¡Con lo encantadora que eres!

Emma se echó a reír y replicó:

-Harriet, el que yo sea encantadora no basta para hacerme pensar en el matrimonio; es preciso que encuentre encantadoras a otras personas... por lo menos a una. Y no sólo no voy a casarme por ahora, sino que tengo poquísimas intenciones de casarme.

-¡Oh! Eso es lo que tú dices; pero yo no puedo creerlo.

-Para que me tiente esta idea tendría que casarme con alguien muy superior a todos los hombres que he conocido hasta ahora; desde luego, el señor Elton- dijo recordando con quien hablaba no cuenta para el caso. Pero es que tampoco tengo ningún deseo de encontrar a una persona así. No creo que me sintiera tentada a casarme. Mejor que ahora no voy a estar. Y si me casara, es lógico suponer que terminaría arrepintiéndome de haberlo hecho.

-¡Querida! ¡Es tan extraño que una mujer hable así!

-Yo no tengo ninguno de los motivos que suelen empujar al matrimonio a las mujeres. Claro que si me enamorara la cosa sería muy distinta; pero yo nunca me he enamorado; y no va con mi manera de ser o con mi carácter, y creo que nunca me enamoraré. Y sin amor estoy segura de que sería una loca si dejara la situación que tengo ahora. Dinero no me hace falta; cosas en qué ocuparme tampoco; y posición social tampoco; creo que habrá muy pocas mujeres casadas que sean tan dueñas de la casa de su marido como yo lo soy en Hartfield; y sé que nunca, nunca podría esperar ser tan querida y considerada; ser siempre la primera y tener siempre la razón para un hombre, como ahora soy la primera y tengo siempre la razón para mi padre.

Emma.  Jane Austen.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora