18. El arrepentimiento y la culpa (I)

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Andrea regresaba del trabajo casi a las 7 de mañana, cuando vio a un tipo sacando de su auto a un enorme bulto cubierto con una tela bañada en sangre. Una cola se escapó del envoltorio y Andrea adivinó de inmediato que era un perro.

El hombre que vivía en esa casa tenía un pitbull muy bravo al que mantenía encerrado y al que le ponía bozal siempre que salía... Todo el barrio sabía que el tipo andaba en cosas turbias y que tenía amistades muy sospechosas, pero Andrea no pensó ni dudó ni temió. Dos tipos más salieron del auto y siguieron al hombre con el perro dentro de la casa, al tiempo que Andrea corría a su encuentro. Estaban a punto de cerrar la puerta cuando ella llegó, así que la empujó con todo su peso exigiendo ver al animal.

Entonces empezó todo.

El hombre ni siquiera se molestó en negar que el bulto sangrante era un perro. Se enzarzaron en una discusión furibunda, hasta que él logró cerrarle la puerta en la cara. Ella se dedicó a aporrearla y a vociferar de tal forma que llamó la atención del vecindario y los tipos tuvieron que abrirle. Se encontró cara a cara con ese vecino suyo tan peligroso y empezó un forcejeo violento para entrar. Andrea perdió la noción de la realidad con tanto zarandeo y, sobre todo, con el aullido agonizante que se dejó oír desde el interior de la casa. A pesar de la agresividad con que el tipo le cerraba el paso, ella logró colarse dentro y fue entonces que sintió el primer golpe, que intentó ser un puñetazo en la cara, pero solo llegó a tener el impacto de un manotazo gracias a Erick. Su amigo había aparecido providencialmente y le había ahorrado la paliza que el tipo le habría propinado ante la mirada inactiva de sus vecinos.

Ni cuando la policía le informó que habían incautado armas en la casa, Andrea se dio cuenta de la magnitud que pudo haber tomado el enfrentamiento. Lo hizo recién en el instante en que Kim le reclamó que podía haber perdido a un amigo esa noche, por eso al mirar a Erick malherido, entró en pánico. Ella amaba a los animales con todo su ser, pero era verdad que esta vez se pasó de la raya.

Acurrucada en la cama, lucha por sacarse de la cabeza una escena de la pelea con Erick y Kim baleados. Mientras se cubre la cabeza con los brazos, apretándolos con fuerza, su teléfono suena. No contesta, pero insisten muchas veces y esto logra sacarla de su desesperación.

—¿Estás bien? —pregunta una voz conocida apenas contesta.

—Ale...

Un sollozo le impide seguir. Él es la última persona con la que esperaba hablar en este momento, pero quizá sea a la que más necesita. Cuando se tranquiliza, él habla.

—Sergio me llamó hace un rato y me contó todo. No sé si te lo mencionó, pero somos socios: él se encarga de la parte médica de la veterinaria y yo de la administrativa.

—No, no lo sabía —responde Andrea.

—¿Te molesta que me lo haya contado?

—Bueno, si son socios te ibas a enterar de todos modos. Pero no quiero darte problemas, ya me ocuparé de todo. Me fui porque tenía que encargarme de algo urgente, pero puedo volver en unas horas...

—Te ayudaremos.

—No te preocupes, yo me encargo. Solo necesito organizarme...

—Tranquila, tómate tu tiempo. El caso es grave, va a necesitar de toda la ayuda posible... y sí, sí, ya sé que tú asumiste la responsabilidad, pero no podrás con esto sola...

—Alejandro, sabes que no es la primera vez...

—Cariño, lo sé. Pero no eres super poderosa ni millonaria, a no ser que te ganaras la lotería y no me enteré. Vamos a hacer esto juntos, como en los viejos tiempos.

Esto no es un drama coreanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora