23. Ya no lo quiero

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El año nuevo se llega como un pestañeo. Esta vez la celebración a medianoche se divide en dos grupos pues, luego de la cuenta regresiva, el brindis de las doce, los saludos y las doce uvas, los padres de Andrea se quedan en la casa con la tía Dora, mientras que los demás acompañan a Leo y su familia a la plaza, donde el pueblo realiza una fiesta.

Allí Andrea se encuentra con varios amigos de la infancia y vecinos a los que no ha visto todavía y se integra a la alegre celebración. Kim, por supuesto, se suma sin demasiado inconveniente, aunque ella está siempre a su lado para responder a los curiosos pues el teléfono esta vez no resulta muy útil por el ruido y la algarabía.

En medio de la fiesta, Kim de pronto la toma de un brazo y la aleja del grupo. Andrea, que está algo achispada por los varios brindis que ha hecho en toda la noche, lo sigue sin preguntar nada, hasta que llegan a una zona donde no necesitan gritar para dejarse oír.

She is my mom (1)—dice Kim mostrándole la pantalla de su teléfono en la que aparece una señora de rostro sonriente.

Andrea demora unos segundos en darse cuenta de que Kim le está presenta a su mamá y cuando lo hace se pone rígida de golpe y empieza a hacerle reverencias a la señora a la usanza de su país.

—Mucho gusto, señora, mucho gusto. Yo soy Andrea.

La mujer sonríe todavía más y le dedica algunas palabras en coreano que Andrea no entiende en absoluto, pero cuya cadencia le gusta. De pronto se da cuenta de que el alboroto de la fiesta puede haberle dejado desaliñada e impresentable, así que empieza a acomodarse el pelo y alisarse la ropa. Aunque siente que ya conoce a la señora de tanto que Kim la menciona, en realidad es su primera presentación formal y no quiere causar mala impresión. Kim le dirige una mirada sonriente cuando nota lo que está haciendo y ella le pega un pellizco disimulado en el costado.

—¿Por qué no me avisaste? —le recrimina intentado volver a pincharlo, pero él, que está aguantando las ganas de pegar brincos, le coge la mano y se la sujeta para que lo deje tranquilo.

Andrea se vuelve hacia la señora y le dedica una sonrisa.

—Feliz año, señora Kim. Que tenga mucha paz y prosperidad —le dice volviendo a hacer una reverencia, a lo que Kim contesta con una risa ruidosa.

Andrea se vuelve hacia él y se da cuenta de que ninguno de los dos está entendiendo lo que dice. Con la única mano libre, busca su teléfono en el bolsillo y repite su saludo para luego dejarle oír la traducción en inglés. Kim se lo traduce a su vez al coreano y la señora, al parecer, le corresponde sus buenos deseos pues también le hace una ligera reverencia con la cabeza. Andrea le responde del mismo lo que hace que ambas entren en un bucle de mutuas reverencias que provocan otra risa de Kim. Ella, sintiéndolo como una burla, le dirige una mirada de reojo esperando que él entienda sus intenciones de ahorcarlo en cuando se despidan de la señora.

Durante un rato, Kim se dedica a conversar con su madre y le va mostrando la celebración a su alrededor, seguido de Andrea. De vez en cuando la señora hace preguntas que él responde, aunque le dirige miradas a ella como si esperara su aprobación. Finalmente, la señora se despide y Kim desconecta la videollamada.

—La señal de internet es mucho mejor aquí que en la ciudad —comenta él ayudándose, ahora sí, de su traductor.

—Ah, es que todos aquí tienen antenas especiales. Sin ellas sería imposible que tuviéramos conexión, por eso las hicieron poner hace unos años aprovechando una campaña del gobierno —responde Andrea de la misma forma.

—Ya veo. Eso hace que sea un excelente lugar para vivir.

El comentario toma a Andrea por sorpresa. Hasta el momento le parecía que, si bien Kim estaba disfrutando de esas "vacaciones" en su tierra, lo suyo era la vida de ciudad.

Esto no es un drama coreanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora